Página 1 de 1

Esta vez ya nos tocó...

Publicado: Lun, 28 Oct 2013 17:13
por Alfonso Alfaro
Seis de mis antiguos compañeros han muerto en un escape de gas en una mina de carbón en León. Dos de ellos pertenecían a la Brigada de Salvamento. Hoy, lunes 28 de Octubre de 2013.

No tengo palabras para describir la tristeza y el dolor que siento en estos momentos...

La carretera avanza ladera arriba rodeando las montañas, que esa tarde fría sintiera dormir tranquilas. La había recorrido a menudo, parándose a observar la superficie verde de los valles. A veces un frío viento agitaba la hierba, otras la nieve de las orillas casi se fundía con ella, creando uno de esos blancos paisajes que nos muestran las postales.
Siempre se detenía un momento a contemplar las escombreras cercanas a las bocaminas que parecen romper el paisaje que las rodean y a pesar del silencio que perennemente reina en estos contornos, nunca se le había ocurrido pensar en ese otro silencio más profundo que el que envuelve a los mineros bajo los valles y montañas. Desde aquel día y ya para siempre, parte de su alma hubiera de ser abandonada al frío y la humedad de ese silencio eterno.

Fue en marzo. Una herida de agua bajo el muro de la capa de carbón hacía preciso que el embalse de las mampostas de pino hubiera de ser más exacto y más profundo, pero no fue así y parte del doble muro de la capa se deslizó rampa abajo y en su huida, esas mismas rocas dejaron tras de sí tragedia y muerte. El futuro de dos hombres quedó hundido en un fango pegajoso de carbón, agua, madera y rocas; peñascos que se iban cuarteando con el calor y la presión que la montaña, aún les transmitía.
Y allí estaba ella, como tantas otras veces que se había detenido a observar el horizonte, contemplaba ahora un fondo cruel e inflexible. pero en esta ocasión no estaba sola. Un rosario de coches flanqueaba la carretera cercana al pozo y desde sus arcenes una multitud curiosa observaba el suceso.

La tristeza de un día plomizo y una mezcla de murmullos alternándose con un respetuoso silencio, creaban un tenso ambiente donde parecía palparse las desgracias y las tragedias flotando como una nube sobre sus cabezas; también la intuición quedó pendida sobre la de ella y así dedujo lo que podía estar ocurriendo en el pozo minero y en la mente de aquellos que la observaban fijamente.
Un silencio de sospecha se extendía alrededor de la bocamina. En el cielo amarilleaba un sol plomizo de marzo enfundado en nubes de plata.
La tarde gris amarillenta parecía acompañar un pesado silencio de muerte y resignación, sólo el fantasma de la malaventura, de los llantos y de la esperanza, flotaban como una densa calima sobre los restos de lo que tiempo atrás había sido un yacimiento floreciente.
Ya sólo quedaban paredes resquebrajadas y raíles de vía semihundidos, ruinas cubiertas por el polvo de carbón o el manto de la amnesia voluntaria. Esa tarde sólo el azar había puesto al descubierto el trágico paso del tiempo sobre aquellos vestigios del pasado.
Desde la misma carretera un murmullo de mirones la acompañaba, y escoltaba también el lento avanzar de los mineros hacia las duchas. Caminaban suavemente, como un leve susurro de viento, pero bien pronto dejó de escuchar ese rumor para sentir una insistente llamada que llegaba desde el interior de la montaña. Le gritaban las paredes heridas por las rocas.
El aire atrapado bajo un peso húmedo y frío, parecía alargar hacia ella el eco de las vigas de madera derruidas y sus gritos dibujaban sonrisas sarcásticas en el gris mortecino del paisaje. La llamaban. Esas piedras la llamaban desde el lecho pantanoso de la muerte. No pude por más tiempo resistirme a aproximarme para verla y escuchar de cerca su lamento. Minutos después, me encontré de pronto, avanzando por la galería, siempre hacia abajo, hacia abajo, recordando la acuciante llamada que cada vez instigaba con más fuerza a aquella mujer.
¡Esta vez ya nos tocó! Ya nos tocó. Gritaba una y otra vez la mujer del picador.
La frase tenía el trasfondo de otra conversación mantenida entre ellos hace años. Acababan de morir dos mineros en otra mina por una explosión de grisú, y su marido entonces trabajador de aquella empresa decidió abandonar la explotación. (Me gusta la mina, pero no quiero morir en ella, sentenciaba)

Son las doce de la noche. Ella llegó a la boca mina a las seis, lleva más de seis horas de espera, y se desespera, nadie le dice nada claro, de vez en cuando un minero se le acerca y la consuela - No temas, tiene mucha mina, si había un hueco, él lo encontró- A esa hora ya se sabe que su ayudante está muerto, solo es cuestión de tiempo arrancárselo a la tierra. Acaba de entrar la Brigada de Salvamento entre las obligadas preguntas: ¿Por qué llegáis tan tarde? ¿Nadie os avisó?, el conductor de la furgoneta explica algo sobre un mal entendido, mientras los mineros fuerzan esperanzas para la mujer pero entre ellos reina otra opinión -Es muy difícil que esté vivo-.
Dos muertos son la gran tragedia, pero nadie parece reparar en el calvario de esta mujer. Horas interminables mirando a la boca mina con los ojos desencajados, casi en completa soledad, con tan sólo la compañía de otra mujer que ya no sabe qué hacer ni qué decir. Lo mismo les debe ocurrir a los pocos que se acercan a ella, parece que nadie soporta su mirada inquieta y los ojos llorosos y su eterna pregunta: ¿Se sabe algo...?
Nunca hay respuesta para ella sobre el destino de su marido. Un fiel representante de la cultura minera, un hombre al que no le importaba levantar la casa en busca de otra mina, de otro pozo, de otro sueldo, de más seguridad… del destino.
Todo ello en una corta vida de treinta y cuatro años que ya ha dado su campanada final. No encuentra punto final sin embargo el infierno de su mujer en esta tarde interminable. No hay ningún lugar privilegiado para ella. Va de un sitio a otro, luego al coche y, una vez más, a la boca mina. ¿Se sabe algo...?
A las dos de la madrugada llega uno de los momentos más duros. Se saca al exterior el cuerpo del ayudante y en medio del desconcierto general y desesperados gritos de familiares, llega una ambulancia con dos féretros. A la mujer del picador se le congeló la respiración y nadie le aguantaba la mirada cuando repetía: -Ya murió-… -Ya murió-
Fue difícil convencerla que su marido no estaba en el interior del segundo féretro. Explicarle que había sido un descuido, era por si acaso, que en la funeraria habían entendido mal. Quizás se calmó pero llegaron las horas más duras, si es posible, esperar el desenlace que cada vez ofrecía más desesperanza. Su dolor y la sombra de la mujer que la acompañaba no sabían hacia donde caminar. Tan sólo cruzar cortas frases con algunos familiares y siempre mirar a quien pasaba cerca de ella con una nueva pregunta en los ojos. Ya no decía: ¿Se sabe algo?, golpeaba con un… ¿Ya murió?

Tras largas horas llega al fin un gesto humano. El teniente de la Guardia Civil, que había pedido café para sus guardias y los representantes de la empresa, se acuerdan de “Esas mujeres” y gestionan que lleven algo caliente a sus estómagos, en esta larga noche en la que, para no tener nada a favor, empieza a nevar. A las seis de la mañana el telefonillo interior confirma que ya está localizado el picador debajo de un costero, irremediablemente muerto.
Todo es real, yo estaba allí, toqué su cara, sus manos, su sangre… Yo cerré sus ojos y lloré con los míos.
A la desdichada mujer nadie se atreve a decírselo, es más, ya nadie se atreve a mirarla a la cara.
A las ocho de la mañana ya está rescatado. La Brigada nos preparamos para marchar. Los mineros que quedan en el interior avisan que irán saliendo poco a poco. El cuerpo del picador debe esperar a que lleguen juez y forense. Se produce un movimiento de gentes hacia la bocamina. Ella también va, mira a la cara a un veterano minero y no hace falta que le haga la pregunta fatal. El hombre agacha la cabeza, susurra un casi ininteligible: "Está muerto" y se va. A esa mujer ya no le cae ni una lágrima, ya no le quedan. Sube los cuellos de su abrigo y esconde la cara detrás. Todo esto es Real.

(Basado en testimonios y en mi participación directa en el rescate como miembro de la brigada de salvamento minero, en un accidente ocurrido el 25 de marzo de 1993.)

Publicado: Lun, 28 Oct 2013 19:35
por Hallie Hernández Alfaro
Qué tremendo, Alfonso. He leído varias veces el relato y cada vez me impresiona más. Un documento de vida inovidable y pleno de toda la nobleza de un escritor índigo, honesto, valeroso.

Abrazo muy fuerte, amigo.

Publicado: Lun, 28 Oct 2013 20:58
por Isabel Moncayo
Tampoco tengo palabras, no he podido evitar llorar. He reconocido la mirada de esa mujer, la he reconocido.

Un fuerte abrazo.

Publicado: Mar, 29 Oct 2013 1:43
por Carmen López
Realmente es impresionante, Alfonso. La muerte siempre lo es, uno nunca está preparado. Siento mucho lo de tus compañeros Alfonso, vas a necesitar tiempo,
te mando un gran abrazo, amigo.

Publicado: Jue, 31 Oct 2013 0:19
por Maria Pilar Gonzalo
Estremecedor testimonio... lamento tu dolor y tus recuerdos latentes.

Recibe un fuerte abrazo.