Acuérdate de mi
Publicado: Jue, 03 Oct 2013 19:01
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Ciudad lunar. Año terrestre 2040.
El tráfico de naves aéreas no disminuía en los rieles del segundo comando. Poco o nada variaban en ese mediodía las noticias satelitales.
Quedaban sólo dos horas de electro-consultas terapéuticas para Marian, la hermosa replicante de 32 años, encargada de los trastornos de memoria. Había aplicado toda la semana varias dosis completas de psiqueretroactiva. No era tan sencillo como se pensaba. El método venía a ser el resultado de varios cruces de supratecnología que todavía no se practicaban en humanos; y justamente eran ellos quienes más lo precisaban.
El siguiente protagonista (así se había acordado llamar a los pacientes) esperaba con cierta ansiedad fuera de la cabina. Marian apretó un botón azul y con una sonrisa le invitó a entrar.
Alejandro Z, casi 63 años, estudio celular positivo, sin enfermedades degenerativas en su carga hereditaria. Escritor y abogado penalista.
Con algo de timidez correspondió al saludo de la terapeuta. Ésta lo animo a exponer confidencialmente su dolencia. Era algo difícil para un hombre de su edad, de sus principios, confiar en una ciber-psicóloga.
"Mi problema, comenzó casi con un balbuceo, es que no consigo recordar ningún detalle de mis años con Victoria. Sé, presiento, que fue importante. A veces, en sueños, la logro esbozar como un dibujo al carboncillo; no puedo saber si está viva o murió o trasmutó. El pasado dejó secuelas profundas; siento que todavía estoy unido a su alma, que la conexión que tuvimos cambió mi rumbo existencial para siempre." Marian le miraba con sus ojos verde claro y su objetividad comprensiva. Alma, anotó en la pantalla, alma; un concepto que se repetía invariablemente en las consultas humanas. Es como si fuese vital esa abstracción para muchos protagonistas. Existencial, otro vocablo en desuso que era traído con frecuencia a las sesiones. Alejandro prosiguió: "Victoria estaba comprometida con otro hombre cuando nos conocimos; había sido un trato entre familias, un matrimonio a juro. Ésas son las pequeñas cosas que puedo recordar. Pero se me hacen poco; quiero recuperarla toda, en retrospectiva. No me interesa la vida sin los detalles de mi mujer amada. Se produjo un silencio doloroso: Alejandro probó la sal de sus lágrimas bajando por las mejillas.
La objetiva y bella terapeuta volvió a sonreír dulcemente. No se preocupe, la memoria volverá. Es cuestión de paciencia, medicación y trabajo conjunto. Contamos también con un chip ultra talámico que podemos implantarle para acercarnos a su tiempo perdido; pero antes debemos conversar sobre su Victoria. Fíjese que subrayo: su Victoria, porque cada recuerdo ha extraviado en sí mismo universalidad, le pertenece y usted ha hecho algo de él, algo que probablemente no existió en la realidad primaria. Su Victoria es una aproximación al significado, sólo éso.
El final de la hora de terapia era anunciado con un estímulo discriminatorio skineriano. Lejanísimas reliquias del pasado psico-experimental.
Una corta pausa supuso para Marian descargas sucesivas de información acelerada. Búsqueda de datos. Tenía plena confianza en poder devolver la memoria perdida en el caso de Alejandro Z. No pudo evitar preguntarse como sería amar a alguien. Una replicante profesional y joven como ella sólo había accedido a relaciones perfectas; muy bien esquematizadas, con toda la precaución y la certeza de que serían satisfactorias. Para los humanos todo era confuso, denso, impredecible. Hablaban de amor con un brillo de felicidad idiota en las retinas. Ella era feliz, contaba con un cuerpo perfecto diseñado para la recepción absoluta del placer; tenía un coeficiente intelectual bastante alto y rasgos de personalidad normal injertados en su genética programada. Todo ésto le permitía existir sin riesgos, sin temores, sin noches de tensión y sufrimiento. Amor, había leído muchos documentos acerca del término. Las cosas que se practicaban, los errores que se cometían y hasta los delitos que se perpetraban en su nombre. Le llamaba poderosamente la atención que los hombres y mujeres terrestres perdían la cordura por estar enamorados. Así lo definían literalmente sus protagonistas. También le interesaba mucho investigar sobre una especie de prototipos humanos que se llamaban a sí mismos, poetas. Percibía en ellos dotes de romanticismo, levedad, entrega y pasión. Sonaba muy bien si repetía esta última palabra en la pantalla y se miraba al espejo mientras la pronunciaba; Pasión: efervecencia, vida, temblor, irrupción, adrenalina. Quizás algún día se sometiera a esa nueva génesis que estaba tan de moda para los seres ciber como ella. Por un día vivir emociones humanas; era un verdadero lujo acceder a esas extravagancias, pero sobre todo, era un paso atrás en la evolución de las razas, solía afirmar uno de sus ortodoxos profesores.
Preparaba su carga personal de energía para la última hora de trabajo, cuando el tablero rojo notificó una emergencia. En casos así, sería transportada de inmediato al domicilio del protagonista. Almacenó todos los detalles posibles. Sexo: femenino, humana, 54 años, tres intentos de suicidio. Internada en una clínica para demencia avanzada. Esperaba poder aplicar un tratamiento in situ.
Tardó exactamente siete segundos y medio en el camino. Ecuánime y con la sonrisa que la caracterizaba entró a la sala. Alli estaba una mujer muy guapa, de tez blanca, con ojos marrones, perdidos en el horizonte virtual que la rodeaba. Marian acercó una silla y le dijo en tono suave y cómplice: He venido para ayudarte, ¿cómo te llamas? La protagonista miró con agrado a la joven terapeuta. "Victoria, me llamo Victoria. Soy un caso complejo, pero ahora siento debilidad y sueño. No quiero morir todavía, no sin antes saber qué ocurrió con mi hombre, con mi amor". Marian sintió un escalofrío en la espalda. Seguramente tenía en su ciberherencia esa emoción teórica. Nunca antes había sido manifiesta. "Sí, el único hombre que me tuvo toda, entera, hasta las últimas consecuencias. No recuerdo su nombre, he llorado tanto, he muerto tantas veces en este lugar que cuando abro los ojos me culpo por no haber acabado con todas mis células; siempre sobreviven las mismas, las que siguen enamoradas de él. Ésas se niegan a morir sin verle". Marian recuperó su objetividad y con calculada suavidad apretó la mano de Victoria. No te preocupes, todo estará mejor. Aquí tienes un pañuelo para secar las lágrimas. Todo estará bien. Sacó de su portátil dos fotos de Alejandro Z, las imprimió y las colocó frente a los ojos de la mujer, ¿es el hombre que recuerdas?, le pregunto con absoluta serenidad. La protagonista fijó sus ojos en la imagen; por casi una hora pareció estar viajando en su realidad interior. Marian había traído psiqueretroactiva en concentraciones altas, pero decidió apostar a la devolución directa frente al estímulo. De pronto, Victoria abrió los ojos con desmesura:" Alex, Alex", gritó emocionada, levantándose de la camilla y soltando los cinturones de seguridad. "Es mi Alex, el hombre por quien cambié mi identidad, mi religión, mis costumbres. Parecía que los recuerdos fluían con la intensidad de un volcán enardecido. Marian sintió una cosquilla extraña en la garganta. "Después de tanto buscar sus ojos, su aliento, su voz en mi almohada. Pensé que jamás encontraría su nombre; su mirada me ha acompañado toda la enfermedad. Estoy llena de olvidos, pero recuerdo como si fuera ayer que al terminar su primera novela, besamos el título en la boca. Acuérdate de mí era nuestra historia con todos los acentos y penas que la engrandecieron." Victoria hablaba cada vez más quedo como antes de caer en una suerte de trance; parecía fundirse en un franco sopor evanescente; es como si una nube oscura la absorbiera por completo. La estamos perdiendo, afirmaron los médicos presenciales...
Ya Alejandro había sido llevado al lado de Victoria. Tal vez en el reencuentro se mirarían largamente, se abrazarían con pasión como si fuesen hechura de la misma piel, logo del mismo instante. Contaban con todo el tiempo espiritual que predicaban los antiguos filósofos terrestres. Tiempo para nacer, tiempo para amar, tiempo para morir, tiempo para volver.
Ciudad lunar. Año terrestre 2040.
El tráfico de naves aéreas no disminuía en los rieles del segundo comando. Poco o nada variaban en ese mediodía las noticias satelitales.
Quedaban sólo dos horas de electro-consultas terapéuticas para Marian, la hermosa replicante de 32 años, encargada de los trastornos de memoria. Había aplicado toda la semana varias dosis completas de psiqueretroactiva. No era tan sencillo como se pensaba. El método venía a ser el resultado de varios cruces de supratecnología que todavía no se practicaban en humanos; y justamente eran ellos quienes más lo precisaban.
El siguiente protagonista (así se había acordado llamar a los pacientes) esperaba con cierta ansiedad fuera de la cabina. Marian apretó un botón azul y con una sonrisa le invitó a entrar.
Alejandro Z, casi 63 años, estudio celular positivo, sin enfermedades degenerativas en su carga hereditaria. Escritor y abogado penalista.
Con algo de timidez correspondió al saludo de la terapeuta. Ésta lo animo a exponer confidencialmente su dolencia. Era algo difícil para un hombre de su edad, de sus principios, confiar en una ciber-psicóloga.
"Mi problema, comenzó casi con un balbuceo, es que no consigo recordar ningún detalle de mis años con Victoria. Sé, presiento, que fue importante. A veces, en sueños, la logro esbozar como un dibujo al carboncillo; no puedo saber si está viva o murió o trasmutó. El pasado dejó secuelas profundas; siento que todavía estoy unido a su alma, que la conexión que tuvimos cambió mi rumbo existencial para siempre." Marian le miraba con sus ojos verde claro y su objetividad comprensiva. Alma, anotó en la pantalla, alma; un concepto que se repetía invariablemente en las consultas humanas. Es como si fuese vital esa abstracción para muchos protagonistas. Existencial, otro vocablo en desuso que era traído con frecuencia a las sesiones. Alejandro prosiguió: "Victoria estaba comprometida con otro hombre cuando nos conocimos; había sido un trato entre familias, un matrimonio a juro. Ésas son las pequeñas cosas que puedo recordar. Pero se me hacen poco; quiero recuperarla toda, en retrospectiva. No me interesa la vida sin los detalles de mi mujer amada. Se produjo un silencio doloroso: Alejandro probó la sal de sus lágrimas bajando por las mejillas.
La objetiva y bella terapeuta volvió a sonreír dulcemente. No se preocupe, la memoria volverá. Es cuestión de paciencia, medicación y trabajo conjunto. Contamos también con un chip ultra talámico que podemos implantarle para acercarnos a su tiempo perdido; pero antes debemos conversar sobre su Victoria. Fíjese que subrayo: su Victoria, porque cada recuerdo ha extraviado en sí mismo universalidad, le pertenece y usted ha hecho algo de él, algo que probablemente no existió en la realidad primaria. Su Victoria es una aproximación al significado, sólo éso.
El final de la hora de terapia era anunciado con un estímulo discriminatorio skineriano. Lejanísimas reliquias del pasado psico-experimental.
Una corta pausa supuso para Marian descargas sucesivas de información acelerada. Búsqueda de datos. Tenía plena confianza en poder devolver la memoria perdida en el caso de Alejandro Z. No pudo evitar preguntarse como sería amar a alguien. Una replicante profesional y joven como ella sólo había accedido a relaciones perfectas; muy bien esquematizadas, con toda la precaución y la certeza de que serían satisfactorias. Para los humanos todo era confuso, denso, impredecible. Hablaban de amor con un brillo de felicidad idiota en las retinas. Ella era feliz, contaba con un cuerpo perfecto diseñado para la recepción absoluta del placer; tenía un coeficiente intelectual bastante alto y rasgos de personalidad normal injertados en su genética programada. Todo ésto le permitía existir sin riesgos, sin temores, sin noches de tensión y sufrimiento. Amor, había leído muchos documentos acerca del término. Las cosas que se practicaban, los errores que se cometían y hasta los delitos que se perpetraban en su nombre. Le llamaba poderosamente la atención que los hombres y mujeres terrestres perdían la cordura por estar enamorados. Así lo definían literalmente sus protagonistas. También le interesaba mucho investigar sobre una especie de prototipos humanos que se llamaban a sí mismos, poetas. Percibía en ellos dotes de romanticismo, levedad, entrega y pasión. Sonaba muy bien si repetía esta última palabra en la pantalla y se miraba al espejo mientras la pronunciaba; Pasión: efervecencia, vida, temblor, irrupción, adrenalina. Quizás algún día se sometiera a esa nueva génesis que estaba tan de moda para los seres ciber como ella. Por un día vivir emociones humanas; era un verdadero lujo acceder a esas extravagancias, pero sobre todo, era un paso atrás en la evolución de las razas, solía afirmar uno de sus ortodoxos profesores.
Preparaba su carga personal de energía para la última hora de trabajo, cuando el tablero rojo notificó una emergencia. En casos así, sería transportada de inmediato al domicilio del protagonista. Almacenó todos los detalles posibles. Sexo: femenino, humana, 54 años, tres intentos de suicidio. Internada en una clínica para demencia avanzada. Esperaba poder aplicar un tratamiento in situ.
Tardó exactamente siete segundos y medio en el camino. Ecuánime y con la sonrisa que la caracterizaba entró a la sala. Alli estaba una mujer muy guapa, de tez blanca, con ojos marrones, perdidos en el horizonte virtual que la rodeaba. Marian acercó una silla y le dijo en tono suave y cómplice: He venido para ayudarte, ¿cómo te llamas? La protagonista miró con agrado a la joven terapeuta. "Victoria, me llamo Victoria. Soy un caso complejo, pero ahora siento debilidad y sueño. No quiero morir todavía, no sin antes saber qué ocurrió con mi hombre, con mi amor". Marian sintió un escalofrío en la espalda. Seguramente tenía en su ciberherencia esa emoción teórica. Nunca antes había sido manifiesta. "Sí, el único hombre que me tuvo toda, entera, hasta las últimas consecuencias. No recuerdo su nombre, he llorado tanto, he muerto tantas veces en este lugar que cuando abro los ojos me culpo por no haber acabado con todas mis células; siempre sobreviven las mismas, las que siguen enamoradas de él. Ésas se niegan a morir sin verle". Marian recuperó su objetividad y con calculada suavidad apretó la mano de Victoria. No te preocupes, todo estará mejor. Aquí tienes un pañuelo para secar las lágrimas. Todo estará bien. Sacó de su portátil dos fotos de Alejandro Z, las imprimió y las colocó frente a los ojos de la mujer, ¿es el hombre que recuerdas?, le pregunto con absoluta serenidad. La protagonista fijó sus ojos en la imagen; por casi una hora pareció estar viajando en su realidad interior. Marian había traído psiqueretroactiva en concentraciones altas, pero decidió apostar a la devolución directa frente al estímulo. De pronto, Victoria abrió los ojos con desmesura:" Alex, Alex", gritó emocionada, levantándose de la camilla y soltando los cinturones de seguridad. "Es mi Alex, el hombre por quien cambié mi identidad, mi religión, mis costumbres. Parecía que los recuerdos fluían con la intensidad de un volcán enardecido. Marian sintió una cosquilla extraña en la garganta. "Después de tanto buscar sus ojos, su aliento, su voz en mi almohada. Pensé que jamás encontraría su nombre; su mirada me ha acompañado toda la enfermedad. Estoy llena de olvidos, pero recuerdo como si fuera ayer que al terminar su primera novela, besamos el título en la boca. Acuérdate de mí era nuestra historia con todos los acentos y penas que la engrandecieron." Victoria hablaba cada vez más quedo como antes de caer en una suerte de trance; parecía fundirse en un franco sopor evanescente; es como si una nube oscura la absorbiera por completo. La estamos perdiendo, afirmaron los médicos presenciales...
Ya Alejandro había sido llevado al lado de Victoria. Tal vez en el reencuentro se mirarían largamente, se abrazarían con pasión como si fuesen hechura de la misma piel, logo del mismo instante. Contaban con todo el tiempo espiritual que predicaban los antiguos filósofos terrestres. Tiempo para nacer, tiempo para amar, tiempo para morir, tiempo para volver.