La venganza
Publicado: Sab, 21 Sep 2013 22:55
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Se habían casado por la iglesia; más que nada para complacer a los padres de ambos que consideraban el catolicismo un ejemplo a seguir.
Ya había padecido bastante la familia cuando Julian dejó sus estudios de leyes e ingresó en la Academia de Artes Plásticas. Un librepensador en toda la extensión de la palabra, militante del partido troskista y aficionado a la bohemia (incluyendo sus altas dosis etílicas).
Natalia, en cambio, poseía un carácter suave, introvertido y hasta conciliador. Lo quería bien. Tenían poco en común pero el afecto suficiente para intentar la vida juntos. Apenas un año después nació Ernesto y tres años más tarde llegó Violeta.
Corrían tiempos difíciles; la economía sulfuraba la mente de los políticos, los presupuestos no cerraban y cada día era una fuerte apuesta para traer el pan a la casa. Los niños crecían de prisa; el colegio, las obligaciones domésticas y el pésimo estado financiero golpearon con fuerza el día a día de Natalia. Su marido salía del atelier y quedaba con los amigos para tomar la cerveza prometida. Una, dos; la quinta ya era garantía de trasnocho. Los artistas somos así, argumentaba. A las musas y a las modelos se les citaba de noche. La madrugada era un campo fértil de emociones, de inspiración y de copas promiscuas. El labial en el cuello de la camisa era un puñal que cortaba de cuajo la complicidad y dejaba un amargor, imposible de ocultar.
Muchas veces Julian pidió perdón, aseguró a su mujer que las cosas cambiarían, que las prioridades estarían en el lecho y la mesa del hogar.
Una mañana de marzo llegó el aviso de la floristeria. Eran claveles blancos acompañados de una tarjeta. "Para la otra mujer de Julian. Somos dos, Natalia. O si prefieres somos un trío y tú eres la aburrida esposa; descuidada y pálida. Insoportablemente tímida en la cama. Pregúntale a tu hombre dónde estuvo los últimos miércoles y jueves. Estaba conmigo. Te lo he robado, pobrecilla ama de casa." La humillación traspasó su rostro. Traición. Infidelidad en serio. Muy distinta a las noches anónimas de cuerpos fusionados en whisky. La abandonarían por otra. Pensó en cortarse las venas, en dejar un hilo mortal que propinara latigazos al romance de su esposo. Que la culpa los hiciera frígidos e impotentes. Que sus hijos sólo pudieran odiar al padre malvado. Lloró y cerró el puño hasta clavarse las uñas en las palmas. No, no haría nada de eso. No valían la pena.
La vida parece conspirar a menudo para que la inercia gane la partida. La costumbre, los nexos que personifican los hijos, el calor de la primavera, las hormonas rebeldes, el miedo a lo desconocido, la estructura de los días y sus fallos, el reloj marcando la edad del espejo. El amor ha quedado en algún lugar inservible, despojado de ternura, discapacitado para la pasión. Por momentos, Natalia fantaseaba con asumir el control de todo, aunque la idea solo quedaba en el fondo inescrutable del subconsciente.
Julian volvió con mal aspecto a su casa. Daba la impresión de un cansancio crónico, una frustración que casi se había convertido en orgánica.
No tenía empleo ni un solo centavo en el bolsillo. Revisó su gastada libreta de teléfonos. Quizás Paula podía prestarle algo para pagar los gastos más inmediatos. La llamó, quedaron a las 17 hs en la barra de siempre. Había salido sin decir donde iría. A Natalia ya poco le importaba dónde estaba y con quién. Llegó antes y con discreción hizo señas al camarero de postergar el pedido. Divisó a su amiga en la puerta.
Hablaron mucho rato, bebieron tequila, se tocaron los labios; de pronto, Julian dio un traspié y cayó desmayado en el piso. Un tumulto de personas rodeó la escena. El número de emergencias, el desfibrilador y los paramédicos habitaron la enmudecida tarde. El cuerpo fue trasladado al hospital más cercano.
La junta de internistas del centro asistencial certificó un paro cardíaco; sin embargo, varios especialistas apuntaron a un envenenamiento progresivo. Se realizaron los estudios forenses de rigor y fue confirmada la presencia de cianuro en el estómago de Julian.
Al cabo de un largo proceso jurídico, Natalia no pudo evitar una sonrisa de satisfacción al escuchar el fallo del juez: Inocente.
Se habían casado por la iglesia; más que nada para complacer a los padres de ambos que consideraban el catolicismo un ejemplo a seguir.
Ya había padecido bastante la familia cuando Julian dejó sus estudios de leyes e ingresó en la Academia de Artes Plásticas. Un librepensador en toda la extensión de la palabra, militante del partido troskista y aficionado a la bohemia (incluyendo sus altas dosis etílicas).
Natalia, en cambio, poseía un carácter suave, introvertido y hasta conciliador. Lo quería bien. Tenían poco en común pero el afecto suficiente para intentar la vida juntos. Apenas un año después nació Ernesto y tres años más tarde llegó Violeta.
Corrían tiempos difíciles; la economía sulfuraba la mente de los políticos, los presupuestos no cerraban y cada día era una fuerte apuesta para traer el pan a la casa. Los niños crecían de prisa; el colegio, las obligaciones domésticas y el pésimo estado financiero golpearon con fuerza el día a día de Natalia. Su marido salía del atelier y quedaba con los amigos para tomar la cerveza prometida. Una, dos; la quinta ya era garantía de trasnocho. Los artistas somos así, argumentaba. A las musas y a las modelos se les citaba de noche. La madrugada era un campo fértil de emociones, de inspiración y de copas promiscuas. El labial en el cuello de la camisa era un puñal que cortaba de cuajo la complicidad y dejaba un amargor, imposible de ocultar.
Muchas veces Julian pidió perdón, aseguró a su mujer que las cosas cambiarían, que las prioridades estarían en el lecho y la mesa del hogar.
Una mañana de marzo llegó el aviso de la floristeria. Eran claveles blancos acompañados de una tarjeta. "Para la otra mujer de Julian. Somos dos, Natalia. O si prefieres somos un trío y tú eres la aburrida esposa; descuidada y pálida. Insoportablemente tímida en la cama. Pregúntale a tu hombre dónde estuvo los últimos miércoles y jueves. Estaba conmigo. Te lo he robado, pobrecilla ama de casa." La humillación traspasó su rostro. Traición. Infidelidad en serio. Muy distinta a las noches anónimas de cuerpos fusionados en whisky. La abandonarían por otra. Pensó en cortarse las venas, en dejar un hilo mortal que propinara latigazos al romance de su esposo. Que la culpa los hiciera frígidos e impotentes. Que sus hijos sólo pudieran odiar al padre malvado. Lloró y cerró el puño hasta clavarse las uñas en las palmas. No, no haría nada de eso. No valían la pena.
La vida parece conspirar a menudo para que la inercia gane la partida. La costumbre, los nexos que personifican los hijos, el calor de la primavera, las hormonas rebeldes, el miedo a lo desconocido, la estructura de los días y sus fallos, el reloj marcando la edad del espejo. El amor ha quedado en algún lugar inservible, despojado de ternura, discapacitado para la pasión. Por momentos, Natalia fantaseaba con asumir el control de todo, aunque la idea solo quedaba en el fondo inescrutable del subconsciente.
Julian volvió con mal aspecto a su casa. Daba la impresión de un cansancio crónico, una frustración que casi se había convertido en orgánica.
No tenía empleo ni un solo centavo en el bolsillo. Revisó su gastada libreta de teléfonos. Quizás Paula podía prestarle algo para pagar los gastos más inmediatos. La llamó, quedaron a las 17 hs en la barra de siempre. Había salido sin decir donde iría. A Natalia ya poco le importaba dónde estaba y con quién. Llegó antes y con discreción hizo señas al camarero de postergar el pedido. Divisó a su amiga en la puerta.
Hablaron mucho rato, bebieron tequila, se tocaron los labios; de pronto, Julian dio un traspié y cayó desmayado en el piso. Un tumulto de personas rodeó la escena. El número de emergencias, el desfibrilador y los paramédicos habitaron la enmudecida tarde. El cuerpo fue trasladado al hospital más cercano.
La junta de internistas del centro asistencial certificó un paro cardíaco; sin embargo, varios especialistas apuntaron a un envenenamiento progresivo. Se realizaron los estudios forenses de rigor y fue confirmada la presencia de cianuro en el estómago de Julian.
Al cabo de un largo proceso jurídico, Natalia no pudo evitar una sonrisa de satisfacción al escuchar el fallo del juez: Inocente.