Rojo y Blanco
Publicado: Sab, 14 Sep 2013 9:45
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Aurelio salió aturdido de la consulta médica. Después de cuarenta minutos de preguntas y análisis necesitaba un largo paseo y un cigarrillo. Octubre prometía días helados y ventosos.
Recordó que Candela le había invitado a cenar. Era tan bella, exitosa, equilibrada. Casi perfecta. Sólo esos extraños ataques esporádicos de furia y ansiedad parecían no pertenecer sustancialmente a la mujer que lo amaba. Hablar de ésto con ella era muy dificil, ambos perferían no remover ese tema en la normalidad y el orden de sus vidas. Por esa razón, había pedido un turno con el especialista; le era muy necesario desahogar sus tensiones y miedos al respecto.
A pesar de todo, en este momento, sólo podía pensar en su libro. Se sentía un gran escritor, aunque la editorial no terminara de darle una respuesta concreta a su pedido de publicación. Imaginaba el momento de la gloria, su entrada triunfal en las librerías; la prensa, los ejemplares firmados y la lectura de la primera página de su novela ante la sala expectante. Los críticos lo adorarían. Había comprobado muchas veces con cuantos beneficios podían contar los consagrados. Y eso que a veces, la tercera obra editada era un poco más que basura. El nombre y la fama eran un efecto multiplicador de divisas emocionales para cada artista que conocía de cerca la embriaguez del triunfo.
Ensimismado en sus pensamientos, no había caído en cuenta que tenía un retraso de casi una hora. Apuró el paso, sólo faltaban pocos metros para llegar al edificio donde vivía su novia. Para colmo, había olvidado la llave. No era la primera vez que le ocurría algo así. El portero le reñiría. Buscó de nuevo en los bolsillos de su cazadora gris. La palpó allí, reluciente y metálica junto con dos píldoras que tomaría después de comer. Se tranquilizó un poco y subió con prisa por las escaleras. Tocó el timbre dos veces. Nadie acudía a recibirlo. Consultó su móvil con la esperanza de leer una explicación, un cambio de planes. Ningún mensaje. ¿Cómo podía Candela hacerle ésto, a él, que se preocupaba tanto por su bienestar, por sus momentos difíciles?. Aurelio decidió abrir la puerta. Al entrar encontró un salón a oscuras, la mesa vacía y más allá del pasillo, la habitación principal clausurada. Algo muy terrible debía estar pasando. Sintió que se le doblaban las piernas, el sudor amenazaba con llevarlo al infierno, la presión arterial debia andar por los cielos. El pánico inmovilizó su lengua, estaba a punto de hiperventilar; con suma dificultad salió al balcón. Desde ahí, el cuarto piso era un martirio indecible. La fobia a las alturas le había perseguido desde que era un niño. Divisó las luces rojas de la ambulancia. También era rojo el incendio de los establos. Roja la sangre que derramó el padre cuando decidió acabar con su vida.
El conserje dejó entrar a los dos enfermeros. Estaban vestidos de blanco; como la madre joven y lejana, como Candela el día de la boda. Venían a buscarlo para llevarle de vuelta a casa; al pabellón 5 del hospital psiquiátrico, reservado para pacientes con trastornos esquizofrénicos graves.
Aurelio salió aturdido de la consulta médica. Después de cuarenta minutos de preguntas y análisis necesitaba un largo paseo y un cigarrillo. Octubre prometía días helados y ventosos.
Recordó que Candela le había invitado a cenar. Era tan bella, exitosa, equilibrada. Casi perfecta. Sólo esos extraños ataques esporádicos de furia y ansiedad parecían no pertenecer sustancialmente a la mujer que lo amaba. Hablar de ésto con ella era muy dificil, ambos perferían no remover ese tema en la normalidad y el orden de sus vidas. Por esa razón, había pedido un turno con el especialista; le era muy necesario desahogar sus tensiones y miedos al respecto.
A pesar de todo, en este momento, sólo podía pensar en su libro. Se sentía un gran escritor, aunque la editorial no terminara de darle una respuesta concreta a su pedido de publicación. Imaginaba el momento de la gloria, su entrada triunfal en las librerías; la prensa, los ejemplares firmados y la lectura de la primera página de su novela ante la sala expectante. Los críticos lo adorarían. Había comprobado muchas veces con cuantos beneficios podían contar los consagrados. Y eso que a veces, la tercera obra editada era un poco más que basura. El nombre y la fama eran un efecto multiplicador de divisas emocionales para cada artista que conocía de cerca la embriaguez del triunfo.
Ensimismado en sus pensamientos, no había caído en cuenta que tenía un retraso de casi una hora. Apuró el paso, sólo faltaban pocos metros para llegar al edificio donde vivía su novia. Para colmo, había olvidado la llave. No era la primera vez que le ocurría algo así. El portero le reñiría. Buscó de nuevo en los bolsillos de su cazadora gris. La palpó allí, reluciente y metálica junto con dos píldoras que tomaría después de comer. Se tranquilizó un poco y subió con prisa por las escaleras. Tocó el timbre dos veces. Nadie acudía a recibirlo. Consultó su móvil con la esperanza de leer una explicación, un cambio de planes. Ningún mensaje. ¿Cómo podía Candela hacerle ésto, a él, que se preocupaba tanto por su bienestar, por sus momentos difíciles?. Aurelio decidió abrir la puerta. Al entrar encontró un salón a oscuras, la mesa vacía y más allá del pasillo, la habitación principal clausurada. Algo muy terrible debía estar pasando. Sintió que se le doblaban las piernas, el sudor amenazaba con llevarlo al infierno, la presión arterial debia andar por los cielos. El pánico inmovilizó su lengua, estaba a punto de hiperventilar; con suma dificultad salió al balcón. Desde ahí, el cuarto piso era un martirio indecible. La fobia a las alturas le había perseguido desde que era un niño. Divisó las luces rojas de la ambulancia. También era rojo el incendio de los establos. Roja la sangre que derramó el padre cuando decidió acabar con su vida.
El conserje dejó entrar a los dos enfermeros. Estaban vestidos de blanco; como la madre joven y lejana, como Candela el día de la boda. Venían a buscarlo para llevarle de vuelta a casa; al pabellón 5 del hospital psiquiátrico, reservado para pacientes con trastornos esquizofrénicos graves.