El pequeño observatorio
Publicado: Mar, 10 Sep 2013 23:05
" De lo lejano palpa lo que se dio la vuelta,
y dice que al despertar aprieta con cuidado un jazmín
para que no se desgrane.
Al zumo que hay dentro de la mano oscura,
le dice, fosforece, acompáñame por fuera de mí;
no me des tu color ni tu perfume,
ya no eres una flor,
eres una linterna entre los cénits
de todo lo desaparecido bajo un nombre."
El que trataba de no ver al buzo.
No tengo restos mortales cuando enciendo la pipa de nombrar,
mis extremidades resultan lejanas a simple vista, y si se acerca
la vista desaparecen del lado ajeno, y del lado propio se produce
una comunión sutil entre máscara y cardumen.
Abomina de su fiebre pero la masa de un accidente puede
empolvar el paso y hacer diferentes las huellas aunque no visibles.
Por ejemplo la lluvia.
Se emboza con anillos, sube a una terraza blanca, su figura negra
ahí arriba se concentra y se vuelve blanca, incluso un tono más
de blancura emergente. Los aviones no le ven con tanto estruendo,
los pasos allá abajo no le ven con tanta huella empolvada, diferente.
Quiere cultivar un jardín encima de la puerta por la que ascendió
para que no se cierre, y si se cierra por alguna voluntad, desea
que lo que siente la promesa de la flor arrancada le duela realmente
pero sin vísceras. No le ven el ensayo del gesto, el rápido
esbozo del dibujo que todo lo disuelve y contempla.
Probó a tener manos pero se las comió con una boca prestada.
Probó a cometer acciones pero ninguna regresó.
Probó a hablar en pretérito pero el pretérito no llegaba nunca a tiempo
para probar su eco. Así que no era su eco.
La luna es una termita que come baba cristalina.
La luna sí es un resto hierático, una extremidad abandonada.
Ahí en su tumba van a visitarla sus vástagos.
Están repartidos por todo el cielo pero siempre vuelven para honrar su memoria.
Nunca olvidan improvisar un regalo llevándose cualquier cosa de los ojos
del que está mirando el momento en que roe más alto y más profundo.
Allí, en esa procesión de ofrendas está todo lo que ya no suena.
Un fluido luto blanco, y cuando lo depositan se lamen la forma que ya no está,
la que liga la ofrenda.
Y yo me miro las manos que me comí y mi lengua es un pronombre iridiscente.
Las acciones que cometí no sirven para que alguien tropiece en el desfile,
un vaso caiga y se derrame un cuerpo tan bien acurrucado que arda para volver.
y dice que al despertar aprieta con cuidado un jazmín
para que no se desgrane.
Al zumo que hay dentro de la mano oscura,
le dice, fosforece, acompáñame por fuera de mí;
no me des tu color ni tu perfume,
ya no eres una flor,
eres una linterna entre los cénits
de todo lo desaparecido bajo un nombre."
El que trataba de no ver al buzo.
No tengo restos mortales cuando enciendo la pipa de nombrar,
mis extremidades resultan lejanas a simple vista, y si se acerca
la vista desaparecen del lado ajeno, y del lado propio se produce
una comunión sutil entre máscara y cardumen.
Abomina de su fiebre pero la masa de un accidente puede
empolvar el paso y hacer diferentes las huellas aunque no visibles.
Por ejemplo la lluvia.
Se emboza con anillos, sube a una terraza blanca, su figura negra
ahí arriba se concentra y se vuelve blanca, incluso un tono más
de blancura emergente. Los aviones no le ven con tanto estruendo,
los pasos allá abajo no le ven con tanta huella empolvada, diferente.
Quiere cultivar un jardín encima de la puerta por la que ascendió
para que no se cierre, y si se cierra por alguna voluntad, desea
que lo que siente la promesa de la flor arrancada le duela realmente
pero sin vísceras. No le ven el ensayo del gesto, el rápido
esbozo del dibujo que todo lo disuelve y contempla.
Probó a tener manos pero se las comió con una boca prestada.
Probó a cometer acciones pero ninguna regresó.
Probó a hablar en pretérito pero el pretérito no llegaba nunca a tiempo
para probar su eco. Así que no era su eco.
La luna es una termita que come baba cristalina.
La luna sí es un resto hierático, una extremidad abandonada.
Ahí en su tumba van a visitarla sus vástagos.
Están repartidos por todo el cielo pero siempre vuelven para honrar su memoria.
Nunca olvidan improvisar un regalo llevándose cualquier cosa de los ojos
del que está mirando el momento en que roe más alto y más profundo.
Allí, en esa procesión de ofrendas está todo lo que ya no suena.
Un fluido luto blanco, y cuando lo depositan se lamen la forma que ya no está,
la que liga la ofrenda.
Y yo me miro las manos que me comí y mi lengua es un pronombre iridiscente.
Las acciones que cometí no sirven para que alguien tropiece en el desfile,
un vaso caiga y se derrame un cuerpo tan bien acurrucado que arda para volver.