Poema de lo bebido
Publicado: Dom, 08 Sep 2013 17:09
Sábado cualquiera.
O jueves, o viernes,
no sé.
Ya han habido
muchos como este,
ya es común:
resaca,
pena,
dudas,
un corazón desacompasado
que grita tu nombre
y reclama tu figura,
sin ti.
Yo me propongo
escribirte los versos
que nos reúnan en el cuelo
y que hagan que nuestros cuerpos
se toquen con la calidez
de las campanadas
que suenan a lo lejos
y requieren a los feligreses
para que retomen sus miedos
y quemen sus deseos.
A mi, me dan igual,
la misa no cura la resaca,
creo.
Ardo por dentro,
es mi estómago
que se queja de lo bebido
y me ladra.
No escucho,
mis sentidos permanecen
buscando algo desconocido
entre los escaparates
de lo que no está en venta.
Y al final termino, de nuevo,
en un bar cualquiera,
meca del alcohol barato
oasis de los sedientos,
iglesia de los borrachos.
Anochece y la búsqueda de escaparates
se difumina,
entrando en escena
tu perfume inconfundible
que huele a mi melancolía
y que me hace tropezar,
-el alcohol no tiene que ver,
nunca tiene que ver-.
Al final, el Sol se pone
y me guía a donde duermo,
que no mi casa,
porqué mi casa está dónde tus labios.
Y duermo, duermo para que
dentro de unas horas,
se repita este poema.
O jueves, o viernes,
no sé.
Ya han habido
muchos como este,
ya es común:
resaca,
pena,
dudas,
un corazón desacompasado
que grita tu nombre
y reclama tu figura,
sin ti.
Yo me propongo
escribirte los versos
que nos reúnan en el cuelo
y que hagan que nuestros cuerpos
se toquen con la calidez
de las campanadas
que suenan a lo lejos
y requieren a los feligreses
para que retomen sus miedos
y quemen sus deseos.
A mi, me dan igual,
la misa no cura la resaca,
creo.
Ardo por dentro,
es mi estómago
que se queja de lo bebido
y me ladra.
No escucho,
mis sentidos permanecen
buscando algo desconocido
entre los escaparates
de lo que no está en venta.
Y al final termino, de nuevo,
en un bar cualquiera,
meca del alcohol barato
oasis de los sedientos,
iglesia de los borrachos.
Anochece y la búsqueda de escaparates
se difumina,
entrando en escena
tu perfume inconfundible
que huele a mi melancolía
y que me hace tropezar,
-el alcohol no tiene que ver,
nunca tiene que ver-.
Al final, el Sol se pone
y me guía a donde duermo,
que no mi casa,
porqué mi casa está dónde tus labios.
Y duermo, duermo para que
dentro de unas horas,
se repita este poema.