Real como la vida misma
Publicado: Mar, 02 Jul 2013 12:05
A través del paisaje de mis pupilas se extiende
la visión eterna de un maléfico presagio,
y nadie podrá ya contener su atracción suicida
porque el amanecer, huérfano de pasiones,
tiende a remediar su deseo en burdeles de abstinencia
y por el callejón de la noche viene con prisa la parca
acuchillando estrellas: las heridas abiertas de la luz
sangrarán desde un vientre preñado de inmundicias;
será el tuyo, ramera irredenta, que engendras sucios cadáveres
y criaturas infectas de vileza que transitan desnudas
por los bulevares del miedo con una daga de cólera en sus bocas.
Ahora con un sudario de recuerdos la vigilia del presente se cubre
y arrastra hasta el vértigo de la tarde
una eclipse de nombres que en el quicio del ocaso mueren
y como una eclosión fétida la soledad estalla,
su hedor llega igual que un río de mugre corriendo por mis venas.
La urgencia del momento se hace hondura
donde se oculta la anatomía insondable del futuro
y el corazón se transmuta en abismal incendio:
allí arden los atrios del sol y temprano se calcinan
los senos incipientes de las vírgenes
que lloran sin consuelo el drama de su sexo.
Hay ceniza en los labios del agua y el mar se hace elegía líquida:
resumen de un naufragio que codicia el abrazo de la arena, tan sólo
sus uñas de espuma con firmeza se agarran a la espalda de los acantilados,
pero no basta. Crece por las raíces del tiempo un temblor antiguo
y todo se quiebra; el mañana hundido en mi costado se rompe:
a reparar los sueños fragmentados la utopía del horizonte renuncia
y su lejanía es llanto derramado que a la cintura de la lluvia se afianza.
Diluviales nacerán, desde un embrión de exilio y muerte,
esos hijos bastardos que fecundó la rabia y que en mi funeral
escupirán blasfemias, se han de orinar sobre mi tumba,
y con un vómito de olvido escribirán mi epitafio.
la visión eterna de un maléfico presagio,
y nadie podrá ya contener su atracción suicida
porque el amanecer, huérfano de pasiones,
tiende a remediar su deseo en burdeles de abstinencia
y por el callejón de la noche viene con prisa la parca
acuchillando estrellas: las heridas abiertas de la luz
sangrarán desde un vientre preñado de inmundicias;
será el tuyo, ramera irredenta, que engendras sucios cadáveres
y criaturas infectas de vileza que transitan desnudas
por los bulevares del miedo con una daga de cólera en sus bocas.
Ahora con un sudario de recuerdos la vigilia del presente se cubre
y arrastra hasta el vértigo de la tarde
una eclipse de nombres que en el quicio del ocaso mueren
y como una eclosión fétida la soledad estalla,
su hedor llega igual que un río de mugre corriendo por mis venas.
La urgencia del momento se hace hondura
donde se oculta la anatomía insondable del futuro
y el corazón se transmuta en abismal incendio:
allí arden los atrios del sol y temprano se calcinan
los senos incipientes de las vírgenes
que lloran sin consuelo el drama de su sexo.
Hay ceniza en los labios del agua y el mar se hace elegía líquida:
resumen de un naufragio que codicia el abrazo de la arena, tan sólo
sus uñas de espuma con firmeza se agarran a la espalda de los acantilados,
pero no basta. Crece por las raíces del tiempo un temblor antiguo
y todo se quiebra; el mañana hundido en mi costado se rompe:
a reparar los sueños fragmentados la utopía del horizonte renuncia
y su lejanía es llanto derramado que a la cintura de la lluvia se afianza.
Diluviales nacerán, desde un embrión de exilio y muerte,
esos hijos bastardos que fecundó la rabia y que en mi funeral
escupirán blasfemias, se han de orinar sobre mi tumba,
y con un vómito de olvido escribirán mi epitafio.