Violeta y Sol
Publicado: Lun, 01 Jul 2013 22:26
«A ti, que crees que existo,
¿cómo decir lo que sé
con palabras cuyo significado
es múltiple;
palabras, como yo, que cambian
cuando se las mira,
cuya voz es ajena?"
Edmond Jabès
El ritmo de la soledad es esa boca abierta proponiendo el escorzo de cada ola.
Un pecho bronceado por la gravedad con una mácula allí donde se pone a cesar,
violeta afónica que no quiere cubrirse con el médano de verla;
necesita una mirada impar para recuperar a quien la puso
entre la inmersión y la fuga
y le sopló en el ojo solitario.
Y las mareas crucificadas,
y los despejados desórdenes que la regaron con sus tres brazos como un solo remo
bajo la bóveda de la respiración.
No hay luz más solitaria que la que no puede verse,
porque cada vez que gira para mirarme yo me doy la vuelta
para buscarla y mi sombra se ha movido antes que mi cuerpo
y mi cuerpo antes que las palabras,
y me orienta lo que hay entre el sol y una violeta,
y así me llamo,
removiendo el polvo de las olas en mi mano cegada por el soplo de hablar
para que no se seque el cielo que sostiene lo insostenible
(el cielo que se sostiene).
Pero violeta, no ardas porque te elegí.
Sol, no te aflijas porque para tu fuego fue el desmayo,
la leve pardeza de una materia tatuada en el margen de lo indecible.
Vuestra unidad es más cierta que todos los nombres que mojan mi lengua
aunque sus salpicaduras sean un sabroso enjambre de impúberes astros
dentro de una mudez emblemática que me posee al amar
y al aventaros.
Violeta y sol, este rumor de plazas que vienen y se van es vuestra casa
para significaros y accederos.
Y quien baila se queda
para reconstruir la música.
¿cómo decir lo que sé
con palabras cuyo significado
es múltiple;
palabras, como yo, que cambian
cuando se las mira,
cuya voz es ajena?"
Edmond Jabès
El ritmo de la soledad es esa boca abierta proponiendo el escorzo de cada ola.
Un pecho bronceado por la gravedad con una mácula allí donde se pone a cesar,
violeta afónica que no quiere cubrirse con el médano de verla;
necesita una mirada impar para recuperar a quien la puso
entre la inmersión y la fuga
y le sopló en el ojo solitario.
Y las mareas crucificadas,
y los despejados desórdenes que la regaron con sus tres brazos como un solo remo
bajo la bóveda de la respiración.
No hay luz más solitaria que la que no puede verse,
porque cada vez que gira para mirarme yo me doy la vuelta
para buscarla y mi sombra se ha movido antes que mi cuerpo
y mi cuerpo antes que las palabras,
y me orienta lo que hay entre el sol y una violeta,
y así me llamo,
removiendo el polvo de las olas en mi mano cegada por el soplo de hablar
para que no se seque el cielo que sostiene lo insostenible
(el cielo que se sostiene).
Pero violeta, no ardas porque te elegí.
Sol, no te aflijas porque para tu fuego fue el desmayo,
la leve pardeza de una materia tatuada en el margen de lo indecible.
Vuestra unidad es más cierta que todos los nombres que mojan mi lengua
aunque sus salpicaduras sean un sabroso enjambre de impúberes astros
dentro de una mudez emblemática que me posee al amar
y al aventaros.
Violeta y sol, este rumor de plazas que vienen y se van es vuestra casa
para significaros y accederos.
Y quien baila se queda
para reconstruir la música.