VOCES DE CAL
Publicado: Jue, 06 Jun 2013 17:33
...Armenia, Alemania, Irak, Camboya,
China, Amazonia, Laos, Vietnan,
Nigeria, Sudán, Ruanda, Burundi...
Sobre un lugar de olvido, un claro de cenizas; el sendero de cal raído por la uñas del sacrílego hurón que habita –oscuro– los suburbios humanos de la ira.
Oigo la voz que late derramada sobre los humedales. Varado es el ultraje que grita en el silencio; frágil, el eco, como el hombre mismo.
Allí, en algún lugar del mundo, halcones de lo umbrío sacian su pupila en los odres de la desolación.
Yacen brotes de vida en el sudor caliente de la noche, sombras tras los cerrojos frágiles. Y la metálica bandera del exterminio.
Ebrio de abismo, un dios abominable tizna con las tinieblas de su dedo la esperanza.
Galopan desde el ébano fríos marfiles al impuro reclamo de la sangre.
Oigo la voz de los despojos: alguien llora el dolor hasta la muerte. Alguien llora sobre fragmentos de sí su muerte hasta la muerte.
Ojos sin ojos miran aún sus gajos por la arena, sus desmembrados rostros. Y el silencio expectante sobre los cuencos áridos.
Cal es su aliento, cal, el eco del ácido señuelo de la muerte.
Oculto entre los senos de las frondas, alguien mira impasible las pavesas del aire y sus rastrojos. Bajo un aderezado rito alguien guarda un obsceno silencio.
Un ibis sacro vuela en círculo desde la sima abierta donde ondea el dedo hostil del hado acerbo. Bajo sus alas un profundo rumor delata la necedad impía de la muerte.
¿No ha de morir por siempre del útero del hombre la semilla de la aniquilación?
¿No han de brotar por fin del hombre las llamas de un crepúsculo en el que nunca más se avergüence de sí desde la muerte?
Allí, en algún lugar del mundo, erguida sobre el humus, oigo la voz de las miradas vacías.
Un augur en lo hondura escruta ciego... ¡Llora tu llanto, raza, y que el orto corone el despertar!
China, Amazonia, Laos, Vietnan,
Nigeria, Sudán, Ruanda, Burundi...
Sobre un lugar de olvido, un claro de cenizas; el sendero de cal raído por la uñas del sacrílego hurón que habita –oscuro– los suburbios humanos de la ira.
Oigo la voz que late derramada sobre los humedales. Varado es el ultraje que grita en el silencio; frágil, el eco, como el hombre mismo.
Allí, en algún lugar del mundo, halcones de lo umbrío sacian su pupila en los odres de la desolación.
Yacen brotes de vida en el sudor caliente de la noche, sombras tras los cerrojos frágiles. Y la metálica bandera del exterminio.
Ebrio de abismo, un dios abominable tizna con las tinieblas de su dedo la esperanza.
Galopan desde el ébano fríos marfiles al impuro reclamo de la sangre.
Oigo la voz de los despojos: alguien llora el dolor hasta la muerte. Alguien llora sobre fragmentos de sí su muerte hasta la muerte.
Ojos sin ojos miran aún sus gajos por la arena, sus desmembrados rostros. Y el silencio expectante sobre los cuencos áridos.
Cal es su aliento, cal, el eco del ácido señuelo de la muerte.
Oculto entre los senos de las frondas, alguien mira impasible las pavesas del aire y sus rastrojos. Bajo un aderezado rito alguien guarda un obsceno silencio.
Un ibis sacro vuela en círculo desde la sima abierta donde ondea el dedo hostil del hado acerbo. Bajo sus alas un profundo rumor delata la necedad impía de la muerte.
¿No ha de morir por siempre del útero del hombre la semilla de la aniquilación?
¿No han de brotar por fin del hombre las llamas de un crepúsculo en el que nunca más se avergüence de sí desde la muerte?
Allí, en algún lugar del mundo, erguida sobre el humus, oigo la voz de las miradas vacías.
Un augur en lo hondura escruta ciego... ¡Llora tu llanto, raza, y que el orto corone el despertar!