CUANDO ÉRAMOS OTROS
Publicado: Mar, 21 May 2013 14:48
CUANDO ÉRAMOS OTROS
Me acerqué un poco más
para observar aquella manera suya de leer en un papel
algo que parecía emocionarla.
Suspiraba; su pecho se movía suavemente al compás
de la respiración; a menudo cerraba los ojos.
Yo celaba de aquella emoción, de aquel estado
que la atrapaba frente a mí, ignorándome.
Pensé que bien podría (por lo inevitable) sentir
su amor amenazado por un hombre
real de carne y hueso, o por algún viejo y no olvidado
amor de juventud; o por qué no, por un joven semidiós
seguro de sus cosas, y vencerlos. Pero a mi edad
ya no podía hacer otra cosa que esperar,
resistir, aguardar con calma la decadencia
que sufren las palabras con el tiempo.
Entonces prometí escribir esa historia, ese poema
que le hiciera olvidar, como en otra época, la creciente
pujanza de un extraño.
Y me sentí incapaz.
Vencido, me acerqué a ella y acabé apoyando mi cabeza
sobre su hombro.
Y sin apartar ante mi presencia el papel
me dio la mano. Y pude leer lo que llenaba
de luz su corazón.
Por fortuna la vida a veces
nos sorprende de forma inesperada.
La hoja llevaba escrito unos versos que le dediqué
hace tiempo; tal vez
mucho tiempo; cuando ella y yo
éramos otros.
Hoy recuerdo que hace años, tal vez
muchos años
ella se estremecía con mi voz y mis palabras: Me invade
-me decía, la paz de un sentimiento
tranquilo y sosegado. Y su pecho oscilaba al compás
de la respiración. Luego suspiraba, me abrazaba
y me miraba como si fuera (entonces yo)
un joven semidiós orgulloso de sus cosas.
Y ahora aquí, apoyado en su hombro, me siento un poco
celoso de mí mismo; también pequeño, pero sobre todo
el hombre más feliz del mundo.
--oOo—
Me acerqué un poco más
para observar aquella manera suya de leer en un papel
algo que parecía emocionarla.
Suspiraba; su pecho se movía suavemente al compás
de la respiración; a menudo cerraba los ojos.
Yo celaba de aquella emoción, de aquel estado
que la atrapaba frente a mí, ignorándome.
Pensé que bien podría (por lo inevitable) sentir
su amor amenazado por un hombre
real de carne y hueso, o por algún viejo y no olvidado
amor de juventud; o por qué no, por un joven semidiós
seguro de sus cosas, y vencerlos. Pero a mi edad
ya no podía hacer otra cosa que esperar,
resistir, aguardar con calma la decadencia
que sufren las palabras con el tiempo.
Entonces prometí escribir esa historia, ese poema
que le hiciera olvidar, como en otra época, la creciente
pujanza de un extraño.
Y me sentí incapaz.
Vencido, me acerqué a ella y acabé apoyando mi cabeza
sobre su hombro.
Y sin apartar ante mi presencia el papel
me dio la mano. Y pude leer lo que llenaba
de luz su corazón.
Por fortuna la vida a veces
nos sorprende de forma inesperada.
La hoja llevaba escrito unos versos que le dediqué
hace tiempo; tal vez
mucho tiempo; cuando ella y yo
éramos otros.
Hoy recuerdo que hace años, tal vez
muchos años
ella se estremecía con mi voz y mis palabras: Me invade
-me decía, la paz de un sentimiento
tranquilo y sosegado. Y su pecho oscilaba al compás
de la respiración. Luego suspiraba, me abrazaba
y me miraba como si fuera (entonces yo)
un joven semidiós orgulloso de sus cosas.
Y ahora aquí, apoyado en su hombro, me siento un poco
celoso de mí mismo; también pequeño, pero sobre todo
el hombre más feliz del mundo.
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