LA ULTIMA BATALLA
Publicado: Mié, 15 May 2013 9:13
Con el color del aire quisiera,
a tu vera volverme diminuto y dejar,
por un minuto que tu sonrisa hable
sin que la prisa empuje
este cuerpo de palabras heridas,
atadas al desboque inexorable,
al imparable infinito que reclama
la carne prestada que me habita.
Con el sabor del mar sobre la espalda,
cansado de sentidos te he llamado
a compartir el pan sobre mi mesa
y acordar mis latidos contigo,
que danza el trigo el vals de tu sonrisa
y tu piel se ha cubierto de cielo,
desnudo terciopelo,
del color de la tierra que me aguarda.
Inmune te espero a la cordura
con la bravura exacta,
probablemente aguda, desbaratada,
que sabemos sabernos sin palabras,
sin guiones, ni pautas, ni ataduras,
ni dudas que nos briden
a la hipócrita calma de la llanura.
Con el calor que azuza
el deseo incandescente,
he venido a buscarte derrotado
en el campo invencible de tu desnudo,
humillado en la grandeza
del muro inalcanzable de tus piernas
y las almenas de tus senos de roca,
las mazmorras de tu boca
y el cadalso de tu sexo implacable,
he venido a condenarme,
a encerrarme entre tus brazos de espino,
a sentir el veredicto inapelable de tu carne
y suplicarte,
la cadena perpetua de tu alcoba.
a tu vera volverme diminuto y dejar,
por un minuto que tu sonrisa hable
sin que la prisa empuje
este cuerpo de palabras heridas,
atadas al desboque inexorable,
al imparable infinito que reclama
la carne prestada que me habita.
Con el sabor del mar sobre la espalda,
cansado de sentidos te he llamado
a compartir el pan sobre mi mesa
y acordar mis latidos contigo,
que danza el trigo el vals de tu sonrisa
y tu piel se ha cubierto de cielo,
desnudo terciopelo,
del color de la tierra que me aguarda.
Inmune te espero a la cordura
con la bravura exacta,
probablemente aguda, desbaratada,
que sabemos sabernos sin palabras,
sin guiones, ni pautas, ni ataduras,
ni dudas que nos briden
a la hipócrita calma de la llanura.
Con el calor que azuza
el deseo incandescente,
he venido a buscarte derrotado
en el campo invencible de tu desnudo,
humillado en la grandeza
del muro inalcanzable de tus piernas
y las almenas de tus senos de roca,
las mazmorras de tu boca
y el cadalso de tu sexo implacable,
he venido a condenarme,
a encerrarme entre tus brazos de espino,
a sentir el veredicto inapelable de tu carne
y suplicarte,
la cadena perpetua de tu alcoba.