Primera sangre
Publicado: Lun, 06 May 2013 21:42
Tú, desde la pureza descabalgas las teorías infrecuentes:
la razón de que palpe el diamante de nuestra lengua con mi mano más sucia,
el hecho de que lo descorazone para verlo brillar sobre la sábana
que suavemente disipa nuestra voluntad acéfala.
La nuestra no es una realidad que nos incunda,
tú sólamente tajas sin llegar a sellar ni a dividir;
brotamos del mismo enjambre como un antifaz alado cuya sangre bizquea en la caída,
como el perfecto abrazo o el emblema de la cópula real.
Envenenamos el símbolo del amor
porque nuestros antepasados abandonaron una comuna y se miraban
cada vez que uno dentro de uno moría sucediéndose a la par
que era arrastrado por la cadencia del tropiezo hasta que no quedaba abismo
para caer, y ahí estábamos
el florilegio del llanto, el hombro del agua.
Me sonreías desde la pureza cuando te sostenía con los ojos entreabiertos.
Lastimabas todos los pensamientos de este mundo,
desde la cabeza del rayo hasta la raíz sin conducto de aquel gesto
con que los muertos hacen que los pájaros se vayan,
que las nubes se disuelvan,
que los hombres conozcan su esterilidad al mamar.
Deja que te llague con el mismo dolor,
deja que despareje este espectro,
ahora
que un hombre habla y deshace los fulgores del aliento,
para que no percuta su presencia nunca más
contra ti, mi cuerpo,
danza de las desapariciones.
la razón de que palpe el diamante de nuestra lengua con mi mano más sucia,
el hecho de que lo descorazone para verlo brillar sobre la sábana
que suavemente disipa nuestra voluntad acéfala.
La nuestra no es una realidad que nos incunda,
tú sólamente tajas sin llegar a sellar ni a dividir;
brotamos del mismo enjambre como un antifaz alado cuya sangre bizquea en la caída,
como el perfecto abrazo o el emblema de la cópula real.
Envenenamos el símbolo del amor
porque nuestros antepasados abandonaron una comuna y se miraban
cada vez que uno dentro de uno moría sucediéndose a la par
que era arrastrado por la cadencia del tropiezo hasta que no quedaba abismo
para caer, y ahí estábamos
el florilegio del llanto, el hombro del agua.
Me sonreías desde la pureza cuando te sostenía con los ojos entreabiertos.
Lastimabas todos los pensamientos de este mundo,
desde la cabeza del rayo hasta la raíz sin conducto de aquel gesto
con que los muertos hacen que los pájaros se vayan,
que las nubes se disuelvan,
que los hombres conozcan su esterilidad al mamar.
Deja que te llague con el mismo dolor,
deja que despareje este espectro,
ahora
que un hombre habla y deshace los fulgores del aliento,
para que no percuta su presencia nunca más
contra ti, mi cuerpo,
danza de las desapariciones.