Ella
Publicado: Vie, 07 Dic 2007 21:18
El reproductor de música es bueno, muy bueno. Tanto, que la sala late a cada vibración electrónica, transmitiendo la pulsación a lo más profundo de su ser. El sonido envolvente transporta su mente a lugares oníricos e irreales, hace tiempo que perdió el contacto con la realidad. La jeringuilla vacía a su lado tiene algo que ver con eso, aunque no tanto como se podría esperar.
Cada nota flotando en el espacio es física, tangible, gravitatoria. Orbitar en torno a una realidad inexistente. El límite entre realidad y sueño se diluye como hielos en un vaso de whisky.
Tumbada en la cama, mira con ojos perdidos a ninguna parte. Su pupila izquierda está casi completamente cerrada, y permite ver un iris cobrizo y billante de locura trasnochada. El ojo derecho no parece mucho más normal, los reflejos opalinos destellan bellamente en el borde de una pupila dilatada hasta la patología. Efectos secundarios de la dosis.
Qué más da. Todo lo demás son efectos secundarios de la vida.
Un beso a la locura. Feliz, ella parpadea lentamente. El pasado la persigue, pero protegida por esa gloriosa dosis, ahora está a salvo.
Los neones del techo están apagados, sólo una luz fría y artificial sobre la cabecera de la cama arranca un suave destello a las paredes de metal. Pero la música, sonora y contundente, vuelve cálido y afilado el ambiente, una dicotomía incongruente pero no por ello menos real.
Cada nota flotando en el espacio es física, tangible, gravitatoria. Orbitar en torno a una realidad inexistente. El límite entre realidad y sueño se diluye como hielos en un vaso de whisky.
Tumbada en la cama, mira con ojos perdidos a ninguna parte. Su pupila izquierda está casi completamente cerrada, y permite ver un iris cobrizo y billante de locura trasnochada. El ojo derecho no parece mucho más normal, los reflejos opalinos destellan bellamente en el borde de una pupila dilatada hasta la patología. Efectos secundarios de la dosis.
Qué más da. Todo lo demás son efectos secundarios de la vida.
Un beso a la locura. Feliz, ella parpadea lentamente. El pasado la persigue, pero protegida por esa gloriosa dosis, ahora está a salvo.
Los neones del techo están apagados, sólo una luz fría y artificial sobre la cabecera de la cama arranca un suave destello a las paredes de metal. Pero la música, sonora y contundente, vuelve cálido y afilado el ambiente, una dicotomía incongruente pero no por ello menos real.