ARS MORIENDI
Publicado: Dom, 07 Abr 2013 7:14
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En el principio era el verbo
amar
en su plena conjugación
-yo, tú, nosotros-
el diapasón estremecido.
La elipse en su perfecta geometría,
cuyos focos - tú y yo- emitían
la dulce luz del reconocimiento.
Después,
las esquinas astilladas
de una existencia a contravida
saturaron el aire de esa húmeda grisura ácida
que todo lo corroe.
Difícil navegación
por largas tardes de silencio y miradas
desolladas. En el arte del engaño
sentamos la cátedra de la supervivencia
cotidiana.
Yo hacía como si en verdad latiera
en un universo de coordenadas reconocibles,
acaso tú comprobabas la tibieza de tu aliento
en la superficie de los espejos.
El diluvio no fue universal,
sólo nos empapó a nosotros dos
de una tristeza de lirio.
Y a fuer
de ser sinceros, jarreó llanto de lágrimas
tendidas y golpes en el pecho -contrario-
y largas noches de insomnio
caminando por oscuras calles
trazadas en los pasillos de la casa,
cuya única dirección era la culpa y distrito postal
la duda. Pero las cartas no se entregaban nunca
o eran devueltas al remitente.
Los calendarios del ayer
eran un rito de cementerio.
Al cabo,
los dioses se apiadaron y las dagas
trocaron en abrojos y éstos en blandos
restos de un naufragio arribando derrotados a playas
abarcables entre las manos.
(Han pasado los años:
el dolor es un extraño ámbar enterrado
en las cavernas profundas de la memoria
y yo un sufrido espeleólogo.)
2013
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En el principio era el verbo
amar
en su plena conjugación
-yo, tú, nosotros-
el diapasón estremecido.
La elipse en su perfecta geometría,
cuyos focos - tú y yo- emitían
la dulce luz del reconocimiento.
Después,
las esquinas astilladas
de una existencia a contravida
saturaron el aire de esa húmeda grisura ácida
que todo lo corroe.
Difícil navegación
por largas tardes de silencio y miradas
desolladas. En el arte del engaño
sentamos la cátedra de la supervivencia
cotidiana.
Yo hacía como si en verdad latiera
en un universo de coordenadas reconocibles,
acaso tú comprobabas la tibieza de tu aliento
en la superficie de los espejos.
El diluvio no fue universal,
sólo nos empapó a nosotros dos
de una tristeza de lirio.
Y a fuer
de ser sinceros, jarreó llanto de lágrimas
tendidas y golpes en el pecho -contrario-
y largas noches de insomnio
caminando por oscuras calles
trazadas en los pasillos de la casa,
cuya única dirección era la culpa y distrito postal
la duda. Pero las cartas no se entregaban nunca
o eran devueltas al remitente.
Los calendarios del ayer
eran un rito de cementerio.
Al cabo,
los dioses se apiadaron y las dagas
trocaron en abrojos y éstos en blandos
restos de un naufragio arribando derrotados a playas
abarcables entre las manos.
(Han pasado los años:
el dolor es un extraño ámbar enterrado
en las cavernas profundas de la memoria
y yo un sufrido espeleólogo.)
2013
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