- Locura, ma non troppo-
Publicado: Vie, 05 Abr 2013 11:42
No es guapa, tampoco fea, no es baja, ni alta, ni gorda, ni delgada...
¡Joder, pasaría desapercibida entre la multitud, se disiparía!.
Vive sola en un piso al que le sobran metros,
donde pasa las noches adormecida junto a su pequeño gato.
Nos cruzamos a diario,
a veces charlamos,
y sus movimientos corporales se ajustan a los míos en una danza rítmica,
-confusión cerebral-
resultado de la percepción engañosa de la realidad.
Cuando hablamos mi boca busca el ángulo exacto para encontrarse con su boca,
mis ojos, fijos en su cuello, sacuden eléctricos latigazos
e insisten en perderse en la incógnita evidente de sus pechos.
Quisiera entonces rodearla con mis brazos,
asirla por la cintura,
ver como se desnuda,
y sobre el imaginado sofá del salón de su casa follar como animales,
penetrar en la invitación abierta de sus piernas
como si no existiera más sexo que el ofrecido en ese instante.
Quisiera escuchar sus gemidos, lentos,
lamer su lengua, morder sus labios,
sudar, como sudaría un obeso en un baño turco.
Atado de pies y manos continúo la conversación,
y me pregunto si ella sabe de la locura transitoria que su jodida presencia despierta en mi,
si sabiéndolo lo esconde consciente de mi esclavitud,
mostrando un gusto mayor por el alimento del deseo que por la inanición del saludo rápido,
y me distraigo, y divago, y mi mente viaja para fundirse en un amasijo de placer pasajero,
la furiosa atracción de dos cuerpos que cercanos desquician brújulas.
Y me entrego al esfuerzo asqueroso del saber estar,
y le niego aire a los pulmones,
le niego alimento al hipotálamo, adrenalina, dopamina, mierdas lubricantes del alma,
y comprendo que el capricho, el impulso despiadado de volverme su piel,
no es suficiente para arriesgar una vida estable con aspiraciones de eterno purgatorio.
¡Joder, pasaría desapercibida entre la multitud, se disiparía!.
Vive sola en un piso al que le sobran metros,
donde pasa las noches adormecida junto a su pequeño gato.
Nos cruzamos a diario,
a veces charlamos,
y sus movimientos corporales se ajustan a los míos en una danza rítmica,
-confusión cerebral-
resultado de la percepción engañosa de la realidad.
Cuando hablamos mi boca busca el ángulo exacto para encontrarse con su boca,
mis ojos, fijos en su cuello, sacuden eléctricos latigazos
e insisten en perderse en la incógnita evidente de sus pechos.
Quisiera entonces rodearla con mis brazos,
asirla por la cintura,
ver como se desnuda,
y sobre el imaginado sofá del salón de su casa follar como animales,
penetrar en la invitación abierta de sus piernas
como si no existiera más sexo que el ofrecido en ese instante.
Quisiera escuchar sus gemidos, lentos,
lamer su lengua, morder sus labios,
sudar, como sudaría un obeso en un baño turco.
Atado de pies y manos continúo la conversación,
y me pregunto si ella sabe de la locura transitoria que su jodida presencia despierta en mi,
si sabiéndolo lo esconde consciente de mi esclavitud,
mostrando un gusto mayor por el alimento del deseo que por la inanición del saludo rápido,
y me distraigo, y divago, y mi mente viaja para fundirse en un amasijo de placer pasajero,
la furiosa atracción de dos cuerpos que cercanos desquician brújulas.
Y me entrego al esfuerzo asqueroso del saber estar,
y le niego aire a los pulmones,
le niego alimento al hipotálamo, adrenalina, dopamina, mierdas lubricantes del alma,
y comprendo que el capricho, el impulso despiadado de volverme su piel,
no es suficiente para arriesgar una vida estable con aspiraciones de eterno purgatorio.