Quizás no esté dormido
Publicado: Mar, 02 Abr 2013 8:36
A Margarita Muñoz
No tuve que hacer ningún esfuerzo para enredarme en un tango de Gardel. Mi abuela, tan seria, tan adusta, tan desencantada, desempolvaba algunas veces aquellos viejos discos, inmensos, chirriantes y aprovechaba la caída de la tarde para llevarnos a un mundo que ella, con sinceridad, creía muerto para siempre. Era recurrente la mención, mientras sonaba “Cuesta Abajo”, del familiar que fue a comprar tabaco y que años después fue visto en Buenos Aires, se supone que con un nuevo acento y con una nueva familia, echando de menos tantísimas cosas, y sin embargo, consciente de haber abandonado una nave triste y a la deriva. Pero lo que más me arrebataba era, y eso lo podría corroborar cualquier persona que haya conocido a mi abuela, la capacidad evocadora que aquella voz tenía en sus ojos; durante tres o cuatro minutos, aquella mujer consumida que agonizó durante años sin estar afectada por ninguna enfermedad, vestida de negro, entre palabra y palabra suspirando, le daba un pequeño respiro a su tormento para entrar de lleno en el del adorado e irrepetible Carlos, Carlos Gardel, Carlitos… que lloraba y reía como nadie.
Quizás no esté dormido cuando aún canta. – solía decir, al acabar la música, enjugándose una lágrima.
No tuve que hacer ningún esfuerzo para enredarme en un tango de Gardel. Mi abuela, tan seria, tan adusta, tan desencantada, desempolvaba algunas veces aquellos viejos discos, inmensos, chirriantes y aprovechaba la caída de la tarde para llevarnos a un mundo que ella, con sinceridad, creía muerto para siempre. Era recurrente la mención, mientras sonaba “Cuesta Abajo”, del familiar que fue a comprar tabaco y que años después fue visto en Buenos Aires, se supone que con un nuevo acento y con una nueva familia, echando de menos tantísimas cosas, y sin embargo, consciente de haber abandonado una nave triste y a la deriva. Pero lo que más me arrebataba era, y eso lo podría corroborar cualquier persona que haya conocido a mi abuela, la capacidad evocadora que aquella voz tenía en sus ojos; durante tres o cuatro minutos, aquella mujer consumida que agonizó durante años sin estar afectada por ninguna enfermedad, vestida de negro, entre palabra y palabra suspirando, le daba un pequeño respiro a su tormento para entrar de lleno en el del adorado e irrepetible Carlos, Carlos Gardel, Carlitos… que lloraba y reía como nadie.
Quizás no esté dormido cuando aún canta. – solía decir, al acabar la música, enjugándose una lágrima.