SEGISMUNDO Y CEFERINO
Publicado: Sab, 16 Feb 2013 14:29
La noche estaba negra y tormentosa
cual la boca de un lobo;
una zorra y un bobo,
-sin vergüenza ninguna-
se entregaban al acto con lujuria alevosa
y pasión sin fronteras;
se pintaba los ojos a lo lejos la luna
y rugían las fieras.
-“Aléjate de mí, Satán maldito
-voceaba el infame
pecador-, no me llame
más tu lengua de fuego
al olor de la carne, por San Judas bendito,
que hace añicos mi mente
y me deja en pelotas ante Dios, mudo y ciego
sistemáticamente…”
La dama, practicante del oficio
más antiguo del mundo,
le espetó: -“Segismundo,
o te callas o pones
rumbo a casa y acabas con tu esposa el fornicio,
ya está bien cacho plasta,
que esta casa por norma a los clientes llorones
les requiere más pasta…”
Mirando aquellos senos prodigiosos
de pezón azabache
con sabor a guirlache,
se olvidó del recato
y emitiendo un respingo que asustaba a los osos,
zambullose de nuevo
en las carnes sin alma de esa diosa de un rato
sin un gramo de sebo.
Después el sinvergüenza del destino,
que por darnos la brasa
casi siempre se pasa
de la raya por mucho,
le llevó justo a casa cuando un tal Ceferino
-de ostentosas medidas-
penetraba en su esposa cual si fuera un serrucho…
y acabó con sus vidas.
cual la boca de un lobo;
una zorra y un bobo,
-sin vergüenza ninguna-
se entregaban al acto con lujuria alevosa
y pasión sin fronteras;
se pintaba los ojos a lo lejos la luna
y rugían las fieras.
-“Aléjate de mí, Satán maldito
-voceaba el infame
pecador-, no me llame
más tu lengua de fuego
al olor de la carne, por San Judas bendito,
que hace añicos mi mente
y me deja en pelotas ante Dios, mudo y ciego
sistemáticamente…”
La dama, practicante del oficio
más antiguo del mundo,
le espetó: -“Segismundo,
o te callas o pones
rumbo a casa y acabas con tu esposa el fornicio,
ya está bien cacho plasta,
que esta casa por norma a los clientes llorones
les requiere más pasta…”
Mirando aquellos senos prodigiosos
de pezón azabache
con sabor a guirlache,
se olvidó del recato
y emitiendo un respingo que asustaba a los osos,
zambullose de nuevo
en las carnes sin alma de esa diosa de un rato
sin un gramo de sebo.
Después el sinvergüenza del destino,
que por darnos la brasa
casi siempre se pasa
de la raya por mucho,
le llevó justo a casa cuando un tal Ceferino
-de ostentosas medidas-
penetraba en su esposa cual si fuera un serrucho…
y acabó con sus vidas.