Soy el embustero que ordena las palabras.
Publicado: Sab, 02 Feb 2013 20:56
He llegado hasta aquí sin ser poeta, soy un falsario, el exmarido alcohólico de Calíope, ese galán sin frac ni landó que bosteza cuando Tosca es acosada. Soy un guerrero zulú que garabatea madrigales, el escriba eunuco y con faltas de ortografía que pretende descatalogar a Campoamor.
No importa quién asegure ser ni a quien robé la estilográfica, y al desembarcar en la isla de Utopía nadie comprueba si coincide mi foto con la del pasaporte. De mí mismo puedo afirmar ser prestidigitador, arquitecto gótico, clown de circo o rey de Siam, todo lo que decimos cuando tecleamos medio a oscuras puede ser mentira, medrar como ola hawaiana o un volcán estromboliano, puede ser un gorila gigante encaramándose a la torre Eiffel.
Escribir se limita a extraer adjetivos de una caja, sacarlos en hilera a un patio de baldosas y tatuarles nuestro apellido antes de echarlos a la calle desnudos y con sombrero. Es amenazar con dragones de plástico a Perseo, rociar con agua a presión a las palabras que se nos amotinan, espantarlas haciendo ruido con la bacía de Quijote y ver cómo corren empujándose entre sí hasta precipitarse por el mismo acantilado que las ratas de Hamelín.
Escribir es una manía de suicidas, el onanismo que nos envidian los arcángeles, es tomar a Beatriz por la cintura unos metros antes del noveno cielo, volcar intencionadamente una taza de café sobre el bloc de notas de La Muerte, disimular con una metáfora que Rapunzel, mientras se peina, fantasea con que la posee un juglar senegalés.
Escribir nos es posible, en cambio nunca fuimos capaces de volar, por lo tanto, si le enseño dónde van las tildes y a teclear un diccionario de sinónimos, éste texto puede redactarlo un papagayo. Si le explico cómo girar los verbos hasta extraviarse, cómo retorcerlos obligándoles a vomitar, si le digo de qué modo ha de pausar entre dos comas para posibilitar que cojan aire y sollocen las ociosas princesas de los Grimm.
No importa quién asegure ser ni a quien robé la estilográfica, y al desembarcar en la isla de Utopía nadie comprueba si coincide mi foto con la del pasaporte. De mí mismo puedo afirmar ser prestidigitador, arquitecto gótico, clown de circo o rey de Siam, todo lo que decimos cuando tecleamos medio a oscuras puede ser mentira, medrar como ola hawaiana o un volcán estromboliano, puede ser un gorila gigante encaramándose a la torre Eiffel.
Escribir se limita a extraer adjetivos de una caja, sacarlos en hilera a un patio de baldosas y tatuarles nuestro apellido antes de echarlos a la calle desnudos y con sombrero. Es amenazar con dragones de plástico a Perseo, rociar con agua a presión a las palabras que se nos amotinan, espantarlas haciendo ruido con la bacía de Quijote y ver cómo corren empujándose entre sí hasta precipitarse por el mismo acantilado que las ratas de Hamelín.
Escribir es una manía de suicidas, el onanismo que nos envidian los arcángeles, es tomar a Beatriz por la cintura unos metros antes del noveno cielo, volcar intencionadamente una taza de café sobre el bloc de notas de La Muerte, disimular con una metáfora que Rapunzel, mientras se peina, fantasea con que la posee un juglar senegalés.
Escribir nos es posible, en cambio nunca fuimos capaces de volar, por lo tanto, si le enseño dónde van las tildes y a teclear un diccionario de sinónimos, éste texto puede redactarlo un papagayo. Si le explico cómo girar los verbos hasta extraviarse, cómo retorcerlos obligándoles a vomitar, si le digo de qué modo ha de pausar entre dos comas para posibilitar que cojan aire y sollocen las ociosas princesas de los Grimm.