CUANDO EL E.R.E. LLEGA A LOS MUNICIPIOS
Publicado: Mié, 30 Ene 2013 11:56
CUANDO EL E.R.E. LLEGA A LOS MUNICIPIOS
Hay pueblos que subsisten como pueden
lejos de las ciudades, carreteras
y autovías. Si son ustedes
de carácter melancólico y no saben cómo
lidiar con la tristeza, aléjense, si es posible,
de esos pueblos.
Pero si un día el G.P.S.
les lleva por error hasta una plaza
llena de jubilados y de niños, y jóvenes
desesperadamente resignados
no se extrañen si junto al semáforo les da la bienvenida
un estrépito gris de palomas (un consejo:
no aparquen su automóvil junto a las oficinas del I.N.E.M.;
no recorran a pie las calles ni hagan caso de las ofertas
que exhibe el mercadillo, se preguntarían tal vez
por qué motivo hay tanta gente ociosa frente al ayuntamiento
o por qué en las farmacias y comercios
las madres buscan para sus hijos el dispensador gratuito
de agua y caramelos).
Si no buscan o quieren nada, si no pretenden
comprar algún recuerdo o valorar la improbable expectativa
de un negocio, hagan caso y váyanse;
traten de hallar la ruta más propicia que les conduzca
de nuevo a la autopista, pero eviten a ser posible
dudar y hacer preguntas (que no se piense que han llegado allí
por culpa de un equívoco). Y al salir del pueblo
respondan al saludo de los viejos, aguanten la mirada
ociosa de los jóvenes y muestren interés por la historia
antigua de la iglesia. Y cuando el E.R.E, la crisis
y las grandes ofertas del ultramarino deriven
en algo socialmente insoportable, aléjense, por favor,
también del municipio.
Programen su G.P.S. para otro viaje y eviten carreteras
y vías secundarias.
Y si no quieren ver de nuevo un pueblo
con cientos de palomas a los pies
de jóvenes y niños
esperen que descienda el desempleo
y aumente entre la gente la confianza
y fe por el futuro.
En las grandes ciudades la cosa no es mejor.
Los ERES se entremezclan con el miedo
a perder la esperanza y la dignidad; y en ciertos casos
lo poco que nos queda de la estima.
--oOo--
Hay pueblos que subsisten como pueden
lejos de las ciudades, carreteras
y autovías. Si son ustedes
de carácter melancólico y no saben cómo
lidiar con la tristeza, aléjense, si es posible,
de esos pueblos.
Pero si un día el G.P.S.
les lleva por error hasta una plaza
llena de jubilados y de niños, y jóvenes
desesperadamente resignados
no se extrañen si junto al semáforo les da la bienvenida
un estrépito gris de palomas (un consejo:
no aparquen su automóvil junto a las oficinas del I.N.E.M.;
no recorran a pie las calles ni hagan caso de las ofertas
que exhibe el mercadillo, se preguntarían tal vez
por qué motivo hay tanta gente ociosa frente al ayuntamiento
o por qué en las farmacias y comercios
las madres buscan para sus hijos el dispensador gratuito
de agua y caramelos).
Si no buscan o quieren nada, si no pretenden
comprar algún recuerdo o valorar la improbable expectativa
de un negocio, hagan caso y váyanse;
traten de hallar la ruta más propicia que les conduzca
de nuevo a la autopista, pero eviten a ser posible
dudar y hacer preguntas (que no se piense que han llegado allí
por culpa de un equívoco). Y al salir del pueblo
respondan al saludo de los viejos, aguanten la mirada
ociosa de los jóvenes y muestren interés por la historia
antigua de la iglesia. Y cuando el E.R.E, la crisis
y las grandes ofertas del ultramarino deriven
en algo socialmente insoportable, aléjense, por favor,
también del municipio.
Programen su G.P.S. para otro viaje y eviten carreteras
y vías secundarias.
Y si no quieren ver de nuevo un pueblo
con cientos de palomas a los pies
de jóvenes y niños
esperen que descienda el desempleo
y aumente entre la gente la confianza
y fe por el futuro.
En las grandes ciudades la cosa no es mejor.
Los ERES se entremezclan con el miedo
a perder la esperanza y la dignidad; y en ciertos casos
lo poco que nos queda de la estima.
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