21 de Agosto.
Publicado: Mié, 23 Ene 2013 3:13
Cuando uno está mayor,
sus ojos se resisten a abrirse,
y parpadear cuesta más y más.
La costumbre de levantar el párpado se deteriora,
y cada vez se hace más duro ver.
Los momentos de agonía y oscuridad se prolongan.
La pupila y el iris se ven forzados a llamar a la puerta carnosa que los cubre.
Toc-toc ¡Toc-toc! y se consigue parpadear con esfuerzo.
Como cuando abres una puerta vieja y deteriorada.
Pero cuando la edad avanza,
golpear empieza a ser insuficiente.
¿Qué será lo siguiente, llamar al timbre?
Sí, y que se produzca un sonido, un pitido.
Ese pitido que se confunde con la llegada de la muerte.
El esfuerzo nos vence:
pretendiendo salvarnos,
tentamos a ahogarnos con el ruido del timbre.
Una alarma, un aviso.
La manera de abrir los ojos a la muerte
cerrando los párpados para siempre.
Menos mal que todavía tengo 18 años.
Y mis ojos se abren casi sin querer,
de manera automática,
llenos de vitalidad.
Ignacio Rivoira.
sus ojos se resisten a abrirse,
y parpadear cuesta más y más.
La costumbre de levantar el párpado se deteriora,
y cada vez se hace más duro ver.
Los momentos de agonía y oscuridad se prolongan.
La pupila y el iris se ven forzados a llamar a la puerta carnosa que los cubre.
Toc-toc ¡Toc-toc! y se consigue parpadear con esfuerzo.
Como cuando abres una puerta vieja y deteriorada.
Pero cuando la edad avanza,
golpear empieza a ser insuficiente.
¿Qué será lo siguiente, llamar al timbre?
Sí, y que se produzca un sonido, un pitido.
Ese pitido que se confunde con la llegada de la muerte.
El esfuerzo nos vence:
pretendiendo salvarnos,
tentamos a ahogarnos con el ruido del timbre.
Una alarma, un aviso.
La manera de abrir los ojos a la muerte
cerrando los párpados para siempre.
Menos mal que todavía tengo 18 años.
Y mis ojos se abren casi sin querer,
de manera automática,
llenos de vitalidad.
Ignacio Rivoira.