QUERIDA IMPACIENCIA
Publicado: Mié, 05 Dic 2012 16:26
Querida Impaciencia:
Te escribo esta carta
porque sé que estás ansiosa y molesta.
No he dejado de pensar en ti cada segundo de mi existencia,
pero las distracciones de la vida cotidiana
me han ocupado lo suficiente
como para sentarme a escribir las cartas que he prometido.
No he dejado de recibir día con día
cada una de las tuyas.
Entre el ir y venir de los trajines de la soledad
tiempo le robo al movimiento
para descansar un instante en su lectura.
Leo despacio para no perder ni un detalle
―los garabatos pergeñados de tu letra minúscula y violenta,
escrita con la premura de la desesperación,
convierten en un tormento el placer de desentrañarla―.
Aun así, tengo que retomar tus notas
cada vez que suspendo la lectura
para asegurarme de que he entendido con claridad,
que no soy yo el que inventa sentidos y significados
en lo que me confiesas.
Ayer mismo te imaginé tranquila y serena,
para caer enseguida en la cuenta
de que había dejado la lectura de tus líneas
para adentrarme en el distante ensimismamiento
del cuarto movimiento de las Estaciones de Vivaldi
que, como cosa curiosa del anecdotario citadino,
se escuchaba en la radio del urbano que me transportaba.
Sentí de pronto que desde la lejanía
me observabas con recelo,
sintiendo mi infidelidad como una daga de hielo
que cortaba tus entrañas en pedazos.
Culpable me sentí
y te abracé con el calor de mi corazón
anegando mi pensamiento con miles de disculpas,
inhábiles intentos de justificación,
te quieros y sandeces por el estilo,
porque sé que nunca perdonas mis insanos devaneos.
La culpa no me dejó dormir con los ladridos y mordidas de sus perros,
así que me levanté a escribirte
sólo para que sepas que no te olvido,
que te llevó pegada a mi memoria como una enredadera
y que tarde o temprano
―espero más temprano que tarde―
te traeré a dormir a mi lado
y nunca más nos separaremos.
Tuyo siempre.
El Oscuro Anhelo de la Permanencia.
Te escribo esta carta
porque sé que estás ansiosa y molesta.
No he dejado de pensar en ti cada segundo de mi existencia,
pero las distracciones de la vida cotidiana
me han ocupado lo suficiente
como para sentarme a escribir las cartas que he prometido.
No he dejado de recibir día con día
cada una de las tuyas.
Entre el ir y venir de los trajines de la soledad
tiempo le robo al movimiento
para descansar un instante en su lectura.
Leo despacio para no perder ni un detalle
―los garabatos pergeñados de tu letra minúscula y violenta,
escrita con la premura de la desesperación,
convierten en un tormento el placer de desentrañarla―.
Aun así, tengo que retomar tus notas
cada vez que suspendo la lectura
para asegurarme de que he entendido con claridad,
que no soy yo el que inventa sentidos y significados
en lo que me confiesas.
Ayer mismo te imaginé tranquila y serena,
para caer enseguida en la cuenta
de que había dejado la lectura de tus líneas
para adentrarme en el distante ensimismamiento
del cuarto movimiento de las Estaciones de Vivaldi
que, como cosa curiosa del anecdotario citadino,
se escuchaba en la radio del urbano que me transportaba.
Sentí de pronto que desde la lejanía
me observabas con recelo,
sintiendo mi infidelidad como una daga de hielo
que cortaba tus entrañas en pedazos.
Culpable me sentí
y te abracé con el calor de mi corazón
anegando mi pensamiento con miles de disculpas,
inhábiles intentos de justificación,
te quieros y sandeces por el estilo,
porque sé que nunca perdonas mis insanos devaneos.
La culpa no me dejó dormir con los ladridos y mordidas de sus perros,
así que me levanté a escribirte
sólo para que sepas que no te olvido,
que te llevó pegada a mi memoria como una enredadera
y que tarde o temprano
―espero más temprano que tarde―
te traeré a dormir a mi lado
y nunca más nos separaremos.
Tuyo siempre.
El Oscuro Anhelo de la Permanencia.