ENTRE LOS ARENALES ROTOS
Publicado: Jue, 22 Nov 2012 9:18
Queda en el recuerdo la palabra,
el miedo a volar entre la duda,
la oscuridad del tiempo de la noche,
el reproche amargo del dolor perdido,
el sentido de cristal del calendario
y la oración en la tierra de los milagros.
Queda la verdad contenida
y la mentira en la boca de la luna,
la caricia furtiva, multiplicada
en el sentido prohibido de la nada manifiesta,
las historias vivas de los años ciertos,
las miradas perdidas y las voces encontradas,
las pasiones vacías y las lujurias.
Quedan los sentidos prestados
y los amores carcomidos,
las poesías pensadas, dolidas, sembradas
en los barbechos de las almas rotas,
envejecidas en los olvidos del sentimiento,
retorcidas en los sarmientos de las soledades
mordidas entre los dientes del miedo.
Quedan los fuegos consumidos
en las horas eternas de los pecados
consentidos, en los trenes ocultos de la memoria,
en los minutos fríos de los dioses muertos.
Queda la palabra al fin
trepando los muros de la caricia ausente
de tus manos de niña,
los ojos de azul eterno del mar de tu llanto,
el canto de tu boca viviendo mi nombre,
el raso de tu vientre
y la seda de tu pecho, y, en el ocaso,
algún recuerdo vivo de aquellas noches de invierno,
entre los arenales rotos
y los vientos que cubrieron de olvido
nuestros cuerpos.
el miedo a volar entre la duda,
la oscuridad del tiempo de la noche,
el reproche amargo del dolor perdido,
el sentido de cristal del calendario
y la oración en la tierra de los milagros.
Queda la verdad contenida
y la mentira en la boca de la luna,
la caricia furtiva, multiplicada
en el sentido prohibido de la nada manifiesta,
las historias vivas de los años ciertos,
las miradas perdidas y las voces encontradas,
las pasiones vacías y las lujurias.
Quedan los sentidos prestados
y los amores carcomidos,
las poesías pensadas, dolidas, sembradas
en los barbechos de las almas rotas,
envejecidas en los olvidos del sentimiento,
retorcidas en los sarmientos de las soledades
mordidas entre los dientes del miedo.
Quedan los fuegos consumidos
en las horas eternas de los pecados
consentidos, en los trenes ocultos de la memoria,
en los minutos fríos de los dioses muertos.
Queda la palabra al fin
trepando los muros de la caricia ausente
de tus manos de niña,
los ojos de azul eterno del mar de tu llanto,
el canto de tu boca viviendo mi nombre,
el raso de tu vientre
y la seda de tu pecho, y, en el ocaso,
algún recuerdo vivo de aquellas noches de invierno,
entre los arenales rotos
y los vientos que cubrieron de olvido
nuestros cuerpos.