Encuentro con Leonard Cohen en Madrid - Octubre 2012
Publicado: Dom, 18 Nov 2012 11:09
Ah, the last time we saw you looked so much older
(Leonard Cohen – Famous blue raincoat)
La última vez que te vi parecías más joven,
las arrugas y los gestos habían enaltecido
tu rostro taciturno y adusto de profeta;
no volverá la vieja revolución confusa
que no fue a ninguna parte.
Recordabas al hombre
que empezaba a cantar a los perdidos
e inclinado en la ventana
miraba la calle de una ciudad sin alma;
con una pistola en una mano
y en la otra una rosa.
Como en los mártires,
a los que quizás nunca rezaste,
el sufrimiento no se había llevado
tu gesto de contenida tristeza,
ni la calma de tus ojos,
y una aureola mostraba
la profundidad insondable
de tu herida más reciente.
Tu voz, aún más ronca que de costumbre,
se apoderaba de las palabras
que el tiempo no había borrado
para brindar con un vals
por la hermosa decadencia
de los artistas sin rumbo
que se quedaron en el camino.
Era un encuentro único, mágico, transparente,
con aquel anciano seductor y atractivo,
con un traje usado e impecable,
que llevaba tu sombrero y ofrecía la rosa
que quedó de tu primer advenimiento,
que decía que eras tú, y no te conocía
pues no recordó el camino hacia el hotel Chelsea,
ni entonó la derrota
del amante que sufre con el alma estremecida
y el corazón angustiado
cuando se adentra en los abismos del amor y la tortura,
ni dejó que un monstruo verde me llevara
a la hermosura terrible de su ventisca de celos,
se sentara a mi lado y aplaudiera mis caídas.
Pero me emocioné sinceramente,
de una manera antigua que se me hizo extraña,
cuando advertí en sus ojos
que eras tú quien reías y llorabas, y llorabas
como si volvieras a otros escenarios
del recuerdo
y arrancaras a Marianne
de la suave marea que aún mece su isla
para decirle adiós riendo entre lágrimas.
Gracias Leonard por haberme dejado
escuchar el gemido disperso en tus tormentas,
por haber resistido en tu torre
de canción apasionada
mientras pasaban amantes y amigos,
y caían tantos sueños que se creían eternos,
por las horas que aliviaste el dolor de mi letargo
y lo mecías en el viento con una rara elegancia
que aún brota en el invierno de tus ansias de conquista
en los campos sembrados de espinas y alambradas
del amor y el desengaño,
por haberme hecho olvidar tantas veces con tu verso
el destino inexorable del poeta.
La última vez que te vimos parecías mucho más viejo. (Famosa gabardina azul)
(Leonard Cohen – Famous blue raincoat)
La última vez que te vi parecías más joven,
las arrugas y los gestos habían enaltecido
tu rostro taciturno y adusto de profeta;
no volverá la vieja revolución confusa
que no fue a ninguna parte.
Recordabas al hombre
que empezaba a cantar a los perdidos
e inclinado en la ventana
miraba la calle de una ciudad sin alma;
con una pistola en una mano
y en la otra una rosa.
Como en los mártires,
a los que quizás nunca rezaste,
el sufrimiento no se había llevado
tu gesto de contenida tristeza,
ni la calma de tus ojos,
y una aureola mostraba
la profundidad insondable
de tu herida más reciente.
Tu voz, aún más ronca que de costumbre,
se apoderaba de las palabras
que el tiempo no había borrado
para brindar con un vals
por la hermosa decadencia
de los artistas sin rumbo
que se quedaron en el camino.
Era un encuentro único, mágico, transparente,
con aquel anciano seductor y atractivo,
con un traje usado e impecable,
que llevaba tu sombrero y ofrecía la rosa
que quedó de tu primer advenimiento,
que decía que eras tú, y no te conocía
pues no recordó el camino hacia el hotel Chelsea,
ni entonó la derrota
del amante que sufre con el alma estremecida
y el corazón angustiado
cuando se adentra en los abismos del amor y la tortura,
ni dejó que un monstruo verde me llevara
a la hermosura terrible de su ventisca de celos,
se sentara a mi lado y aplaudiera mis caídas.
Pero me emocioné sinceramente,
de una manera antigua que se me hizo extraña,
cuando advertí en sus ojos
que eras tú quien reías y llorabas, y llorabas
como si volvieras a otros escenarios
del recuerdo
y arrancaras a Marianne
de la suave marea que aún mece su isla
para decirle adiós riendo entre lágrimas.
Gracias Leonard por haberme dejado
escuchar el gemido disperso en tus tormentas,
por haber resistido en tu torre
de canción apasionada
mientras pasaban amantes y amigos,
y caían tantos sueños que se creían eternos,
por las horas que aliviaste el dolor de mi letargo
y lo mecías en el viento con una rara elegancia
que aún brota en el invierno de tus ansias de conquista
en los campos sembrados de espinas y alambradas
del amor y el desengaño,
por haberme hecho olvidar tantas veces con tu verso
el destino inexorable del poeta.
La última vez que te vimos parecías mucho más viejo. (Famosa gabardina azul)