Me quedo muy satisfecho con tu rico y didáctico comentario, Rafel.
Nubes y gaviotas gritan
bajo el oscuro sol de la mañana.
Tengo que cambiar este signo,
ahora que Dios mira para otro lado,
pensar que no todo se ha perdido
con el último tren de madrugada,
que en algún labio hay una sonrisa
para darme fuerzas,
para volver a algún sitio
después de la marejada.
II
En la lengua el sabor amargo que persiste
y en la cabeza las voces que no acaban,
los reflejos de los vasos que se rompen,
el alcohol derramado por los suelos.
Las farolas encendidas aunque sin luz,
en la primera hora de resaca,
en estas peñas que incitan al suicida,
este mar que recoge los cuerpos que soñaron.
En la falda del Hacho, el cementerio
sigue abriendo oquedades
que serán ocupadas por esquelas,
por nombres y jarrones, por pétalos marchitos.
Y los barcos cruzando el Estrecho,
y las almas vagando en la deriva
de una ciudad que muere en el perfume
que ayer la embadurnaba,
que se abre a un rumbo cierto
de plegaria en otra lengua que no entiende.
Esta ciudad, que fue refugio de Camoens,
en el ocaso de su sangre se debate,
ebria en su fracaso, confundida
por no haber compartido la miel en el pasado,
por no querer escuchar la voz de los que sufren
cuando sólo pedían caricias con los ojos.