©Blanca Sandino - Mediodía frente a la mar de un tibio otoño
Publicado: Lun, 29 Oct 2012 12:19
Mediodía frente a la mar de un tibio otoño.
Se desnudaba el viento de sus colores plata, ocres y marrones
y, viejo rey Midas, insinuaba tesoros a las olas;
dispersas por la orilla, media docena de conchas
-húmedas aún de nácar, y de azules-
reflejaban la pátina con la que el sol doraba las montañas.
Al mediodía, frente a la mar de un tibio otoño,
me resguardaba en ti de una lluvia de arena y de algas.
Cómo olvidar la playa interminable
donde siempre llovía; cómo olvidar partidas,
frente a frente los dos,
y entre nosotros, plantándose batalla,
los alfiles, las torres, los caballos
con el marfil del cielo como fondo.
(Hablaba, lo reconozco, con el único afán de distraerte)
Hablarte -decía- para pagar con ello lo que callas
(enarcabas las cejas,
y, enfurruñado, hacías que no oías)
Vivir -te sonreía-
para ponerle fin a ese deseo constante,
de morirse la mar en cada ola
(no me arrepiento:
quería ver tus ojos, adivinarte en ellos; sorprenderte)
y cuando ya la noche pegada a la ventana
nos rodeaba de estrellas y salitre
y al otro lado del tablero, rey y reina
jugaban por nosotros la partida
(...y aún resistían dos blancos y minúsculos peones)
--¿ahora callas? -brillaba divertida tu sonrisa- ¡tramposa!,
¿ahora callas?
(este descabellado plan,
pensé, sólo tendrá sentido si yo gano)
--sí, ahora...
cuando sobre las dieciséis casillas -blanco y negro-
el rey se defendía de un inocente peón que coronaba;
y aún amor -te advertí- me queda otro
para poder existir por siempre en el asombro
que me produce saber que tú me amas.
[© Indah. 2003]
Se desnudaba el viento de sus colores plata, ocres y marrones
y, viejo rey Midas, insinuaba tesoros a las olas;
dispersas por la orilla, media docena de conchas
-húmedas aún de nácar, y de azules-
reflejaban la pátina con la que el sol doraba las montañas.
Al mediodía, frente a la mar de un tibio otoño,
me resguardaba en ti de una lluvia de arena y de algas.
Cómo olvidar la playa interminable
donde siempre llovía; cómo olvidar partidas,
frente a frente los dos,
y entre nosotros, plantándose batalla,
los alfiles, las torres, los caballos
con el marfil del cielo como fondo.
(Hablaba, lo reconozco, con el único afán de distraerte)
Hablarte -decía- para pagar con ello lo que callas
(enarcabas las cejas,
y, enfurruñado, hacías que no oías)
Vivir -te sonreía-
para ponerle fin a ese deseo constante,
de morirse la mar en cada ola
(no me arrepiento:
quería ver tus ojos, adivinarte en ellos; sorprenderte)
y cuando ya la noche pegada a la ventana
nos rodeaba de estrellas y salitre
y al otro lado del tablero, rey y reina
jugaban por nosotros la partida
(...y aún resistían dos blancos y minúsculos peones)
--¿ahora callas? -brillaba divertida tu sonrisa- ¡tramposa!,
¿ahora callas?
(este descabellado plan,
pensé, sólo tendrá sentido si yo gano)
--sí, ahora...
cuando sobre las dieciséis casillas -blanco y negro-
el rey se defendía de un inocente peón que coronaba;
y aún amor -te advertí- me queda otro
para poder existir por siempre en el asombro
que me produce saber que tú me amas.
[© Indah. 2003]