Me refiero a la altura de los hombres
Publicado: Vie, 31 Ago 2012 14:59
Yo no hablo de la vida,
o al menos de esa vida dactilar
que descubre la pulcra policía a partir de las yemas de los dedos,
ni de aquella
que desnuda a los cuerpos
en reportajes de acuáticas revistas.
No, no, definitivamente, no hablo de esa vida.
Me refiero tan solo
a la palabra aislada que gotea al final de una frase,
al día que se fue de madrugada
dejándonos un trozo de mañana sin apenas minutos,
a la cita del amor con la nada,
del verso atormentado con el papel cuché,
a aquellas direcciones de correo que no están numeradas
cuyas calles no existen ni ya van a existir,
a la primera rosa en un rostro cualquiera.
Me refiero a la altura de los hombres que aguardan
a que vuelvan las noches a soñar a su lado,
que abanican sus ojos
en el trascurso de algún verano espeso,
de alguna nube hirviendo,
que resucitan siempre
mirando al infinito,
que llegan a acercarse con tiempo al horizonte.
Me refiero, en silencio, al paso de los otros.
Si espero convencerte
de que el temblor enseña,
como enseñan los niños a las madres
en la escuela de los desprotegidos,
en las pizarras limpias que esconden en sus pechos,
o simple y llanamente, como enseña
la llamada a la puerta, de un cobrador de vidas,
es porque en los inviernos contumaces,
cerca de los neveros del camino
que trata de encontrarte,
cuando el recuerdo arrecia
y arde la poca leña amontonada
sobre la libertad del que está solo,
yo he aprendido a mirar.
No quiero incomodarte
pidiéndote respuestas
que viven indefensas en tu cuenta corriente.
Sólo intento entender ciertos silencios
parecidos a muertos en las lunas de otoño,
tus lágrimas sujetas al pasado, tu despertar
aislado en la distancia,
tu antojo de avanzar ensimismada
sin bandera y sin credo
Me gusta,
ahora que estoy en fase de luciérnaga espera
libertaria y urgente, aplicarme
el código de esas personas bajas que van envejeciendo,
y que acaba con una última norma inexcusable:
este artículo anula todos los anteriores.
Estoy seguro,
mañana nevará sobre tu nombre, profusamente,
hasta dejarlo oculto y frio en la memoria.
o al menos de esa vida dactilar
que descubre la pulcra policía a partir de las yemas de los dedos,
ni de aquella
que desnuda a los cuerpos
en reportajes de acuáticas revistas.
No, no, definitivamente, no hablo de esa vida.
Me refiero tan solo
a la palabra aislada que gotea al final de una frase,
al día que se fue de madrugada
dejándonos un trozo de mañana sin apenas minutos,
a la cita del amor con la nada,
del verso atormentado con el papel cuché,
a aquellas direcciones de correo que no están numeradas
cuyas calles no existen ni ya van a existir,
a la primera rosa en un rostro cualquiera.
Me refiero a la altura de los hombres que aguardan
a que vuelvan las noches a soñar a su lado,
que abanican sus ojos
en el trascurso de algún verano espeso,
de alguna nube hirviendo,
que resucitan siempre
mirando al infinito,
que llegan a acercarse con tiempo al horizonte.
Me refiero, en silencio, al paso de los otros.
Si espero convencerte
de que el temblor enseña,
como enseñan los niños a las madres
en la escuela de los desprotegidos,
en las pizarras limpias que esconden en sus pechos,
o simple y llanamente, como enseña
la llamada a la puerta, de un cobrador de vidas,
es porque en los inviernos contumaces,
cerca de los neveros del camino
que trata de encontrarte,
cuando el recuerdo arrecia
y arde la poca leña amontonada
sobre la libertad del que está solo,
yo he aprendido a mirar.
No quiero incomodarte
pidiéndote respuestas
que viven indefensas en tu cuenta corriente.
Sólo intento entender ciertos silencios
parecidos a muertos en las lunas de otoño,
tus lágrimas sujetas al pasado, tu despertar
aislado en la distancia,
tu antojo de avanzar ensimismada
sin bandera y sin credo
Me gusta,
ahora que estoy en fase de luciérnaga espera
libertaria y urgente, aplicarme
el código de esas personas bajas que van envejeciendo,
y que acaba con una última norma inexcusable:
este artículo anula todos los anteriores.
Estoy seguro,
mañana nevará sobre tu nombre, profusamente,
hasta dejarlo oculto y frio en la memoria.