Viajo en una cápsula espacial hacia Ukabuca
Publicado: Jue, 20 Mar 2008 17:33
A menudo, viajo en una cápsula espacial hacia Ukabuca,
el planeta enano diecisiete mil doscientos diecisiete
en la tercera galaxia de Atolón. Lejos, en cualquier caso.
Con el índice, digito el código de activación secreto:
“Sácame de aquí”. Coordenadas: “donde siempre, rumbo Sur”.
Inmediatamente, el computador transhelicoidal de a bordo
ejecuta el protocolo de Sildavia y soy biocrionizado,
mientras escucho como el violín de un tal Bregovic llora un tango.
ªR% más tarde, mis constantes vitales reanudan su ciclo y,
en pelotas, tomo tierra en el nanoplaneta fluorescente.
Huele igual que olía en los cajones de la casa de mi abuela.
Y es por la tarde. Constantemente es por la tarde en Ukabuca.
El horizonte en ukabuca es una panza sembrada de
casas azules, pequeños árboles frutales, y farolas.
A veces, acostumbro a sentarme bajo el cielo color malva
a oír como los pájaros, saben decir te quiero con el pico.
Otras, como hoy, que es martes para todo lo que queda del día,
suelo utilizar el descompositor de palabras protónico.
Sólo hay que introducir una palabra y darle a la manivela.
Meto una, mi favorita. "Blip-blip...blip...blip-blip...blip-blip-blip...blip"
El resultado, en una pantalla holográfica, toma forma:
“E
tr
na
mn
t”
Como cuando te meten la lengua por la oreja, una pasada.
-¡Enck-enck... enck-enck! Tengo un mensaje en mi navegador personal:
“En cinco minutos me pongo a sacar la merluza del horno...”
Tengo que irme. Marta se enfada mucho si no le como bien.
A través del espacio interestelar, regreso a la cocina.
No me gustan los martes como antes. Los martes saben a cobre.
Marta acerca mi silla de ruedas a la mesa, y con los dedos,
le quita las espinas al pescado, y me lo mete en la boca.
el planeta enano diecisiete mil doscientos diecisiete
en la tercera galaxia de Atolón. Lejos, en cualquier caso.
Con el índice, digito el código de activación secreto:
“Sácame de aquí”. Coordenadas: “donde siempre, rumbo Sur”.
Inmediatamente, el computador transhelicoidal de a bordo
ejecuta el protocolo de Sildavia y soy biocrionizado,
mientras escucho como el violín de un tal Bregovic llora un tango.
ªR% más tarde, mis constantes vitales reanudan su ciclo y,
en pelotas, tomo tierra en el nanoplaneta fluorescente.
Huele igual que olía en los cajones de la casa de mi abuela.
Y es por la tarde. Constantemente es por la tarde en Ukabuca.
El horizonte en ukabuca es una panza sembrada de
casas azules, pequeños árboles frutales, y farolas.
A veces, acostumbro a sentarme bajo el cielo color malva
a oír como los pájaros, saben decir te quiero con el pico.
Otras, como hoy, que es martes para todo lo que queda del día,
suelo utilizar el descompositor de palabras protónico.
Sólo hay que introducir una palabra y darle a la manivela.
Meto una, mi favorita. "Blip-blip...blip...blip-blip...blip-blip-blip...blip"
El resultado, en una pantalla holográfica, toma forma:
“E
tr
na
mn
t”
Como cuando te meten la lengua por la oreja, una pasada.
-¡Enck-enck... enck-enck! Tengo un mensaje en mi navegador personal:
“En cinco minutos me pongo a sacar la merluza del horno...”
Tengo que irme. Marta se enfada mucho si no le como bien.
A través del espacio interestelar, regreso a la cocina.
No me gustan los martes como antes. Los martes saben a cobre.
Marta acerca mi silla de ruedas a la mesa, y con los dedos,
le quita las espinas al pescado, y me lo mete en la boca.