Las calles huelen a sudor
Publicado: Jue, 09 Ago 2012 8:27
El verde, el verde como un mosaico en la juventud
de mis ojos. He podido con el aceite infinito de las fachadas
o la armonía de un circulo dorado. Entrar en la vena
mientras los jardines prorrumpen en llanto y las mariposas
resucitan en la memoria de la mañana. Una iglesia
con sus arcos divididos. El silencio del frenesí,
la caricatura de los versos olvidados en un cenicero
sin paz. Las calles huelen a sudor, el infinito se asoma
a los balcones con el blanco y rojo de la muerte.
No hay tiempo para la quietud, no hay murmullos
que rompan las caricias del odio, fragor que seduce
a la infantil historia de la carne. ¿Quieres ver esa luz
sin mensaje, el ojo de vidrio que atesora los infortunios
de una canción maldita? Es redondo el templo, es azul el cielo
de los rompeolas, la candidez de una hembra que nos orienta
en la dudosa planicie del adiós. Mira la lucha impávida del titanio,
su voltereta gime en orificios sin espacio y hay un latido de mármol
y cadenas que martillean el sabor inútil del mediodía. Un rostro
de flores nos invita como un vestido en el horizonte de la verdad.
Volver a una época que renuncia a su signo y maquillar las olvidadas
alquimias del verano con la robustez del frío. Que sigan su camino
los toros del éxtasis, en la penumbra los caracoles eligen
su olvidado gesto de alianza, un abrazo en la sangre, un genocidio
de mil campanas rotas. No volveré al silencio de los cíclopes negros,
a su locura.
de mis ojos. He podido con el aceite infinito de las fachadas
o la armonía de un circulo dorado. Entrar en la vena
mientras los jardines prorrumpen en llanto y las mariposas
resucitan en la memoria de la mañana. Una iglesia
con sus arcos divididos. El silencio del frenesí,
la caricatura de los versos olvidados en un cenicero
sin paz. Las calles huelen a sudor, el infinito se asoma
a los balcones con el blanco y rojo de la muerte.
No hay tiempo para la quietud, no hay murmullos
que rompan las caricias del odio, fragor que seduce
a la infantil historia de la carne. ¿Quieres ver esa luz
sin mensaje, el ojo de vidrio que atesora los infortunios
de una canción maldita? Es redondo el templo, es azul el cielo
de los rompeolas, la candidez de una hembra que nos orienta
en la dudosa planicie del adiós. Mira la lucha impávida del titanio,
su voltereta gime en orificios sin espacio y hay un latido de mármol
y cadenas que martillean el sabor inútil del mediodía. Un rostro
de flores nos invita como un vestido en el horizonte de la verdad.
Volver a una época que renuncia a su signo y maquillar las olvidadas
alquimias del verano con la robustez del frío. Que sigan su camino
los toros del éxtasis, en la penumbra los caracoles eligen
su olvidado gesto de alianza, un abrazo en la sangre, un genocidio
de mil campanas rotas. No volveré al silencio de los cíclopes negros,
a su locura.