Regla de la Ternura
Publicado: Lun, 17 Mar 2008 17:48
Regla de la Ternura
Amar a una mujer es confirmar el mundo.
Converger según la sinusoide de los pétalos, soltarle el cuenco.
Amar a una mujer es construirle una campana.
O dejarse convertir los tímpanos en mecanos de vuelo transversal.
Ir al centro del pentágono con una cesta desbordada de tomillo.
Amar a una mujer es reclamarle la moneda fuera de talla al duende del espejo.
Como caer en el paso hilvanado que propone la neblina.
Amar a una mujer con la abstinencia de la horma, con la furia temperada de un gorjeo.
Saltar de tejado a huesillo azul, de palomar a camafeo.
Amarla con la tenacidad del maíz que eleva la nuca hacia el globo del solsticio.
Amarla con la ciencia reformada del trapecista que la transporta pelo a pelo
a cada duda de su cuerpo.
Ser el par que se proyecta hacia el añico escotado de la bruma.
Amarla ojo a ojo, con la paciencia de la reina negra que reserva el caramelo.
Posar el tren de popa en su horizonte, abrirle todos los vagones con una llamarada evanescente.
Amar a un manojo de escamillas que devuelve el pico tiempo adentro.
Caminarla de uno, caminarse de su rayo —Crayón infinitamente entrañable.
Amar a una mujer con la expectativa de la mica que pretende chispas sobre el sauce.
Amar la causa suficiente de su karma, amarle las cruces de sus labios, y retirarle los estigmas uña a uña.
Amar la danza de shiva de su vientre, mansión de toda cuerda musical.
Amar a una mujer como tocándole la costilla resultante con un beso en movimiento.
Comprenderla en cada mitocondria, en cada frontispicio de caricia, en cada acuarela.
Amar pateando ánforas para volcar perfume.
Amar desde el centímetro.
Amar a espera rebosante.
Rafael Teicher
Amar a una mujer es confirmar el mundo.
Converger según la sinusoide de los pétalos, soltarle el cuenco.
Amar a una mujer es construirle una campana.
O dejarse convertir los tímpanos en mecanos de vuelo transversal.
Ir al centro del pentágono con una cesta desbordada de tomillo.
Amar a una mujer es reclamarle la moneda fuera de talla al duende del espejo.
Como caer en el paso hilvanado que propone la neblina.
Amar a una mujer con la abstinencia de la horma, con la furia temperada de un gorjeo.
Saltar de tejado a huesillo azul, de palomar a camafeo.
Amarla con la tenacidad del maíz que eleva la nuca hacia el globo del solsticio.
Amarla con la ciencia reformada del trapecista que la transporta pelo a pelo
a cada duda de su cuerpo.
Ser el par que se proyecta hacia el añico escotado de la bruma.
Amarla ojo a ojo, con la paciencia de la reina negra que reserva el caramelo.
Posar el tren de popa en su horizonte, abrirle todos los vagones con una llamarada evanescente.
Amar a un manojo de escamillas que devuelve el pico tiempo adentro.
Caminarla de uno, caminarse de su rayo —Crayón infinitamente entrañable.
Amar a una mujer con la expectativa de la mica que pretende chispas sobre el sauce.
Amar la causa suficiente de su karma, amarle las cruces de sus labios, y retirarle los estigmas uña a uña.
Amar la danza de shiva de su vientre, mansión de toda cuerda musical.
Amar a una mujer como tocándole la costilla resultante con un beso en movimiento.
Comprenderla en cada mitocondria, en cada frontispicio de caricia, en cada acuarela.
Amar pateando ánforas para volcar perfume.
Amar desde el centímetro.
Amar a espera rebosante.
Rafael Teicher