BLANCA - Dedicado a Hallie Hernández Alfaro
Publicado: Mar, 05 Jun 2012 18:21
Querida Hallie, para ti con mucho cariño este relatito del que hablamos en Madrid, porque pensábamos que había desaparecido cuando hubo que actualizar el foro.
Un beso.
BLANCA
Aun recuerdo aquel día, como olvidarlo, quedó grabado en mi memoria para
siempre y ahora...
Era un verano ¿recuerdas?, te habías quedado de "Rodríguez" -eso lo supe más
tarde- y todos los días pasabas por allí y te detenías a mirar a través del
cristal de aquel escaparate y yo te veía desde el fondo.
Los primeros días no sabía bien qué mirabas, después de una semana me di
cuenta que era a mi a la que buscabas cada vez que te asomabas por aquella
enorme vidriera. Tus ojos brillaban y me mirabas con deseo, casi me
desnudabas con la mirada. Al principio me resultaba incomodo pero según
fueron pasando los días esperaba impaciente tu llegada, me sonreías pero no
entrabas en la tienda y aquello me confundía.
Por fin, la última semana de aquel mes de agosto decidiste entrar y con
total y absoluta decisión te dirigiste a mi, los nervios me atenazaban y no
pude articular una sola palabra. No fui capaz de rechazar la propuesta que
me hiciste y me llevaste a tu casa, para siempre...
No lo podía creer pero estaba allí, contigo, solos los dos, me colmabas de
caricias y satisfacías todos mis deseos, eras el amante perfecto y
maravilloso con el que siempre había soñado.
Pasada la primera semana en tu casa -la última de tu situación como
Rodríguez- sin avisarme tan siquiera, aparecieron en casa tu mujer y tres
niños.
¡Nada más y nada menos!
Casado y sin decírmelo, y además con tres criaturas, estaba desesperada
porque su mujer protesto un poco al verme pero aceptó compartir a su marido
conmigo, y no comprendo la razón.
¿Y yo qué?
Nadie me preguntó a mi si yo quería compartirle con ella, nadie
pensó en mi y la vida continuó así, cada día más trabajo ¡claro!
Con tres niños pequeños no hay descanso, y para colmo de males ella se volvió a
quedar embarazada.
¡Todavía recuerdo cuando nació Carlitos!
Más trabajo que, también, compartíamos todos, menos mal, pañales y más
pañales para lavar, tender, recoger, planchar, ¡porque Carlitos era alérgico
a los dodotis de celulosa y había que utilizar prendas de algodón!
Biberones, papillas, vomitonas...
Pero no era solo el trabajo lo que me hacía sentir tan mal.
Poco a poco él se fue alejando de mi y era ella la que me mimaba, la que me
acariciaba todos los días, algunos varias veces, y yo no podía comprender
aquello, ellos seguían sin preguntarme si a mi me gustaba esa situación y
llegué al convencimiento de que él me llevó a su casa porque sabía que era
ella la que me quería, era diabólico.
Pasó tiempo y yo caí enferma. ¡Oh¡ sí que se portaron bien, llamaron a un
médico que curo mi enfermedad pero al poco tiempo recaí y entonces empezaron
a ponerse nerviosos.
Yo les oía hablar y decían que ya no trabajaba igual, que si tenía que
seguir allí tendría que continuar colaborando y que si no podía hacerlo como
antes tendrían que sustituirme.
Era desolador, yo jamás protesté por nada a pesar de que nunca contaron
conmigo para ninguna decisión importante y ahora, desagradecidos, traidores,
querían echarme.
Finalmente mi salud se resintió de tal forma que ya no se podía hacer nada por mi.
Y aquí estoy, hablando conmigo misma y tirada en el último rincón de un
vertedero de electrodomésticos, es el triste final de una lavadora, eso sí
una buena lavadora.
Blanca AEG
---
©MAR - Febrero 99
Un beso.
BLANCA
Aun recuerdo aquel día, como olvidarlo, quedó grabado en mi memoria para
siempre y ahora...
Era un verano ¿recuerdas?, te habías quedado de "Rodríguez" -eso lo supe más
tarde- y todos los días pasabas por allí y te detenías a mirar a través del
cristal de aquel escaparate y yo te veía desde el fondo.
Los primeros días no sabía bien qué mirabas, después de una semana me di
cuenta que era a mi a la que buscabas cada vez que te asomabas por aquella
enorme vidriera. Tus ojos brillaban y me mirabas con deseo, casi me
desnudabas con la mirada. Al principio me resultaba incomodo pero según
fueron pasando los días esperaba impaciente tu llegada, me sonreías pero no
entrabas en la tienda y aquello me confundía.
Por fin, la última semana de aquel mes de agosto decidiste entrar y con
total y absoluta decisión te dirigiste a mi, los nervios me atenazaban y no
pude articular una sola palabra. No fui capaz de rechazar la propuesta que
me hiciste y me llevaste a tu casa, para siempre...
No lo podía creer pero estaba allí, contigo, solos los dos, me colmabas de
caricias y satisfacías todos mis deseos, eras el amante perfecto y
maravilloso con el que siempre había soñado.
Pasada la primera semana en tu casa -la última de tu situación como
Rodríguez- sin avisarme tan siquiera, aparecieron en casa tu mujer y tres
niños.
¡Nada más y nada menos!
Casado y sin decírmelo, y además con tres criaturas, estaba desesperada
porque su mujer protesto un poco al verme pero aceptó compartir a su marido
conmigo, y no comprendo la razón.
¿Y yo qué?
Nadie me preguntó a mi si yo quería compartirle con ella, nadie
pensó en mi y la vida continuó así, cada día más trabajo ¡claro!
Con tres niños pequeños no hay descanso, y para colmo de males ella se volvió a
quedar embarazada.
¡Todavía recuerdo cuando nació Carlitos!
Más trabajo que, también, compartíamos todos, menos mal, pañales y más
pañales para lavar, tender, recoger, planchar, ¡porque Carlitos era alérgico
a los dodotis de celulosa y había que utilizar prendas de algodón!
Biberones, papillas, vomitonas...
Pero no era solo el trabajo lo que me hacía sentir tan mal.
Poco a poco él se fue alejando de mi y era ella la que me mimaba, la que me
acariciaba todos los días, algunos varias veces, y yo no podía comprender
aquello, ellos seguían sin preguntarme si a mi me gustaba esa situación y
llegué al convencimiento de que él me llevó a su casa porque sabía que era
ella la que me quería, era diabólico.
Pasó tiempo y yo caí enferma. ¡Oh¡ sí que se portaron bien, llamaron a un
médico que curo mi enfermedad pero al poco tiempo recaí y entonces empezaron
a ponerse nerviosos.
Yo les oía hablar y decían que ya no trabajaba igual, que si tenía que
seguir allí tendría que continuar colaborando y que si no podía hacerlo como
antes tendrían que sustituirme.
Era desolador, yo jamás protesté por nada a pesar de que nunca contaron
conmigo para ninguna decisión importante y ahora, desagradecidos, traidores,
querían echarme.
Finalmente mi salud se resintió de tal forma que ya no se podía hacer nada por mi.
Y aquí estoy, hablando conmigo misma y tirada en el último rincón de un
vertedero de electrodomésticos, es el triste final de una lavadora, eso sí
una buena lavadora.
Blanca AEG
---
©MAR - Febrero 99
