Editorial Alaire

Si embuto el automóvil contra algún muro
en un afán de descubrir no sé qué luces,
apareces disfrazada de hormiga
o de polvo de yeso, blanquecina.

Si salto con fiereza hacia el cielo
queriendo hacer jirones esas nubes
que me retan risueñas y soberbias,
te desprendes disfrazada de lluvia,
cadenciosa y constante.

Si despellejo mis brazos
y me abro el pecho
para meter mis narices en el adentro
de mí, en ese núcleo
que ignoro y que me ignora,
siento pasar tus ondas,
tu hormigueo que transforma
en vana espuma mi razón.

Pero es peor si en un intento
de olvidarte clausuro
mi pensamiento lábil y mis ojos,
porque entonces la hormiga-lluvia-onda
me humedece
en esa escorrentía total
que me arrebata.

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Hermoso poema, amigo Roberto, donde el agua (siempre el agua) aparece saturada de desesperación. Asimilable a cualquier abandono, en tu poema, el tratamiento del agua se convierte en la fatalidad de los grandes charcos que se forman después de una pluviosa relación sin posibilidad de drenaje u olvido.
Ha sido un placer leerte. Felicidades por el poema.
Un cordial abrazo.

Hermosa entrega preñada de versos originales donde el agua ya el amor brillan en cada palabra
Abrazos
Pilar

El pensamiento siempre va abriendo y cerrando cauces para ceñirse a esa lluvia
necesaria para la vitalidad del sentimiento.

un abrazo

Guilelrmo

El agua diluye, pero también transporta. Abrazos, Rafel.

Gracias, Pilar, por tus palabras de aliento. Besos.

El agua riega, pero también erosiona, amigo Guillermo. Saludos.