REMANSO AZUL
Publicado: Dom, 15 Abr 2012 9:09
REMANSO AZUL
Después del hálito candente,
después de la llama
de la profunda indignación,
de la verdad que nos abrasa
las vísceras, ha de venir la lluvia
que arrastre las cenizas,
que limpie el rostro demudado,
la cólera salvaje y sorda
que transforma las palabras en trompetas,
los tímpanos en muros derribados.
Imploro a las deidades
que habitan los profundos laberintos
de la razón, los dioses que otro tiempo
moraban en las risas y en las manos
entrelazadas, los duendes transparentes
del amor que interponían
sus labios de agua entre los besos,
para que acallen con sus vientos
el sol de la locura,
la fiebre roja que agosta las palabras
y atraigan con sus cantos
las dulces parsimonias de las tardes
demoradas a posta en las tabernas,
las noches eternas condensadas
en la inmensa brevedad de un parpadeo.
Y ruego, impreco, ordeno
a la energía universal que se condense
por una sola vez, por una sola,
en lágrimas salvíficas
que recorran desiertos,
que arrastren peñascales,
que laven farallones escarpados
para que la cascada de chispas humeantes
que desciende del cielo
como una larga cola de caballo,
como un azote de letal acero,
descienda al valle que no conoce el tiempo
y transmute su fuego venal, hiriente,
en el remanso azul
que colme sus heridas.
http://www.precipicius.blogspot.com
Después del hálito candente,
después de la llama
de la profunda indignación,
de la verdad que nos abrasa
las vísceras, ha de venir la lluvia
que arrastre las cenizas,
que limpie el rostro demudado,
la cólera salvaje y sorda
que transforma las palabras en trompetas,
los tímpanos en muros derribados.
Imploro a las deidades
que habitan los profundos laberintos
de la razón, los dioses que otro tiempo
moraban en las risas y en las manos
entrelazadas, los duendes transparentes
del amor que interponían
sus labios de agua entre los besos,
para que acallen con sus vientos
el sol de la locura,
la fiebre roja que agosta las palabras
y atraigan con sus cantos
las dulces parsimonias de las tardes
demoradas a posta en las tabernas,
las noches eternas condensadas
en la inmensa brevedad de un parpadeo.
Y ruego, impreco, ordeno
a la energía universal que se condense
por una sola vez, por una sola,
en lágrimas salvíficas
que recorran desiertos,
que arrastren peñascales,
que laven farallones escarpados
para que la cascada de chispas humeantes
que desciende del cielo
como una larga cola de caballo,
como un azote de letal acero,
descienda al valle que no conoce el tiempo
y transmute su fuego venal, hiriente,
en el remanso azul
que colme sus heridas.
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