Editorial Alaire

Daban las doce en la torre
nueva, de la vieja iglesia,
doce campanadas graves,
estentóreas, tan secas,
como polvo de camino
cuando el verano hace huella.

Daban las doce, y el viento
repleto de horas inquietas
las colocaba a su antojo,
jugaba a damas con ellas;
esta mato, esta no quiero,
esta la dejo en reserva
por si se cansa el silencio
un mal día de acogerlas.

Cantaba el reloj su canto,
buscaba el aire su presa,
y la noche hacía alarde
de temores y tinieblas.
La plaza tenía calles
tan pretéritas, tan ciegas,
que en sus roídas paredes
medraban sombras eternas,
sombras que llevan presagios,
barruntos de pena negra.

Daban las doce y el eco
se aferraba a cada puerta,
igual que se ase el olvido
a lo que no se recuerda,
como se aferra a los clavos
del imposible la Idea.

Cada campanada un llanto,
cada pausa una promesa,
sonaban a mis oídos
casi como una sentencia.
Como repique de duelo,
como aldaba de tristeza.

Con un temblor imparable
la campanada postrera
quedó flotando en mi mente
alimentando inclemencias,
emociones ancestrales,
fantasmas que no me dejan
pegar ojo algunas noches,
cuando la memoria vela
con su rezo de inquietudes
el cadáver de tu ausencia.

Dieron las doce en el lecho
frío que tu piel recuerda,
dieron las doce y aún sigue
sonando en mi alma su pena.



Mario.

Preciosooo, Mario! Se lee con una fluidez única. Gracias por compartir tesoros.

Un abrazo fuerte, amigo poeta.

Hallie

Mario Martínez escribió:Daban las doce en la torre
nueva, de la vieja iglesia,
doce campanadas graves,
estentóreas, tan secas,
como polvo de camino
cuando el verano hace huella.

Daban las doce, y el viento
repleto de horas inquietas
las colocaba a su antojo,
jugaba a damas con ellas;
esta mato, esta no quiero,
esta la dejo en reserva
por si se cansa el silencio
un mal día de acogerlas.

Cantaba el reloj su canto,
buscaba el aire su presa,
y la noche hacía alarde
de temores y tinieblas.
La plaza tenía calles
tan pretéritas, tan ciegas,
que en sus roídas paredes
medraban sombras eternas,
sombras que llevan presagios,
barruntos de pena negra.

Daban las doce y el eco
se aferraba a cada puerta,
igual que se ase el olvido
a lo que no se recuerda,
como se aferra a los clavos
del imposible la Idea.

Cada campanada un llanto,
cada pausa una promesa,
sonaban a mis oídos
casi como una sentencia.
Como repique de duelo,
como aldaba de tristeza.

Con un temblor imparable
la campanada postrera
quedó flotando en mi mente
alimentando inclemencias,
emociones ancestrales,
fantasmas que no me dejan
pegar ojo algunas noches,
cuando la memoria vela
con su rezo de inquietudes
el cadáver de tu ausencia.

Dieron las doce en el lecho
frío que tu piel recuerda,
dieron las doce y aún sigue
sonando en mi alma su pena.



Mario.

Un romance hecho canción. Siempre me fascinan estas historias
populares. Me recordó los trovadores cubanos quienes tienen fantasmas
en sus repertorios, ellos le llaman tonadas.

Muy buen poema Mario.

Abrazos


lázaro.

A mi este poema me trae ecos de Bécquer. Es admirable la cantidad de recursos póeticos de los que haces gala. Enhorabuena y un abrazo.

Muy bueno, Mario.

A mi también me suena a romancero. Tiene enjundia y tiene ritmo. Qué más se le puede pedir?

Un abrazo,

Víctor

Y es que la noche es muy propicia para que los fantasmas nos desvelen, se alberga una nostálgica tristeza en tu bello poema, Mario.

Un abrazo

Mario, muy lindo me ha encantado este romance.
Un saludo.

También a mí me suena como un hermoso romance que lleva la nostalgia en su palabra y que tiene tu estilo de calidad en cada verso. Puedes con todo.
Abrazos
Pilar

Mario Martínez escribió:Daban las doce en la torre
nueva, de la vieja iglesia,
doce campanadas graves,
estentóreas, tan secas,
como polvo de camino
cuando el verano hace huella.

Daban las doce, y el viento
repleto de horas inquietas
las colocaba a su antojo,
jugaba a damas con ellas;
esta mato, esta no quiero,
esta la dejo en reserva
por si se cansa el silencio
un mal día de acogerlas.

Cantaba el reloj su canto,
buscaba el aire su presa,
y la noche hacía alarde
de temores y tinieblas.
La plaza tenía calles
tan pretéritas, tan ciegas,
que en sus roídas paredes
medraban sombras eternas,
sombras que llevan presagios,
barruntos de pena negra.

Daban las doce y el eco
se aferraba a cada puerta,
igual que se ase el olvido
a lo que no se recuerda,
como se aferra a los clavos
del imposible la Idea.

Cada campanada un llanto,
cada pausa una promesa,
sonaban a mis oídos
casi como una sentencia.
Como repique de duelo,
como aldaba de tristeza.

Con un temblor imparable
la campanada postrera
quedó flotando en mi mente
alimentando inclemencias,
emociones ancestrales,
fantasmas que no me dejan
pegar ojo algunas noches,
cuando la memoria vela
con su rezo de inquietudes
el cadáver de tu ausencia.

Dieron las doce en el lecho
frío que tu piel recuerda,
dieron las doce y aún sigue
sonando en mi alma su pena.



Mario.

Tienes gran dominio del lenguaje y de tu arte, Mario, te felicito!

Abrazos,
ERA

Suenan a muerte las campanas de la espadaña de tus romanceros versos.
Un placer leerte, aunque sea en rima asonante.

Un abrazo

Guillermo

Gracias Hallie, por dejarme tu amable comentario. Me alegra que te gustase. Un abrazo.
Mario.

Un disfrute esta poesía, me ha gustado en fondo y forma.
Saludos cordiales, Mario.

Magnífico romance, amigo Mario. Salud.

Gracias , Gitano. Me alegra saber que te gustó el poema. Un abrazo.
Mario.

Estupendo romance, todo un placer degustarlo, es un homenaje a la poesía clásica. Felicitaciones, Mario, y un saludo.