
PETIRROJO
Del tamaño de un gorrión, pero más ligero, atrevido y curioso;
Allí estaba, subido a lo alto de una encina,
con su peto y cara color naranja y unos grandes ojos negros y redondos.
Parecía el dueño de aquel sitio, incluida la viña en que yo estaba.
Podadora en mano me quedé un rato observándole, pero ni se inmutó.
Sólo nos separaban unos pocos metros
y, en medio, mi sombra alargada en una mañana de invierno.
Yo se que el petirrojo es muy social
y me entraron ganas de ofrecerle agua
como se ofrece un trago a un compañero,
de decirle “hola” con un gesto amable…
Estuvimos los dos mirándonos un buen rato
y tuve la certeza de que no tenía miedo.
Al tiempo se echó a volar
y se plantó en una de las cepas ya podadas,
como observando de cerca si yo había hecho un buen trabajo.
Esperaba en cualquier momento su gorjeo musical, melódico, parecido al del ruiseñor,
pero se fue sin decir nada después de haber resuelto su curiosidad innata.
!Adiós compañero! Atrás quedan años de tirachinas y travesuras.
Hoy tengo todavía muchas hileras por hacer.
Hombres…
Víctor F. Mallada