VIENTO SOLANO
Publicado: Jue, 29 Dic 2011 8:37
El padre de Mary Tribune
murió el treinta y uno de enero,
después de terminar su jornada de trabajo.
Pudo morir tu padre
el Día de los Inocentes,
pues era uno de ellos
y jamás había cometido ningún delito.
El jovencísimo Ibn Bartal
murió cuando estaba en plena juventud
haciendo uso de los atributos
de su virilidad.
Después vinieron siglos de piedra,
años larguísimos de sequía:
sólo piedra y arena en los ojos,
piedra y arena en los manteles
y en los lechos de los recién casados,
que no sabían mirarse cara a cara.
El agua de las fuentes,
el murmullo sigiloso de los manatiales,
morían en el silencio de esta tierra,
que ya no tenía nombre
ni vides ni el canto de los pájaros
en los bosques.
El Bosco había pintado el Jardín de las Delicias,
se sentía feliz pero nadie sabía
cómo pagarle su trabajo.
Abrieron los burdeles,
ciudades de burdeles y prostíbulos
recibieron el cuerpo del maestro,
pero no hubo ni vino ni cerveza caliente.
Y hubo de contentarse con las treinta monedas.
No contaban las estaciones. Los nombres
de las cuatro estaciones habían caído en el olvido.
Era un tiempo de silencio,
sobre otro tiempo idéntico de sed,
con las pozas envenenadas,
con caballos enloquecidos por el viento solano.
Mirad el desierto amplio, anchísimo,
alzándose hasta la cordillera,
bebiéndose la nieve de los últimos glaciares,
a los que el hombre nunca había llegado.
Huracanes de polvo y de ceniza,
huracanes de Ahorcados que venían enteros,
pisando puentes, barcas,
ejarcias de oro torzal, estelas
de navíos varados en el polvo.
El verdugo colmaba sus ocios con la vihuela
y con la danza suelta por el campo yermo.
La noche ya se acerca llena de juventud
pero todos los jóvenes,
todos los cuerpos jóvenes que podían amar
habrán sido vendidos como esclavos.
Y así también ellos caerán en el olvido de las aguas.
murió el treinta y uno de enero,
después de terminar su jornada de trabajo.
Pudo morir tu padre
el Día de los Inocentes,
pues era uno de ellos
y jamás había cometido ningún delito.
El jovencísimo Ibn Bartal
murió cuando estaba en plena juventud
haciendo uso de los atributos
de su virilidad.
Después vinieron siglos de piedra,
años larguísimos de sequía:
sólo piedra y arena en los ojos,
piedra y arena en los manteles
y en los lechos de los recién casados,
que no sabían mirarse cara a cara.
El agua de las fuentes,
el murmullo sigiloso de los manatiales,
morían en el silencio de esta tierra,
que ya no tenía nombre
ni vides ni el canto de los pájaros
en los bosques.
El Bosco había pintado el Jardín de las Delicias,
se sentía feliz pero nadie sabía
cómo pagarle su trabajo.
Abrieron los burdeles,
ciudades de burdeles y prostíbulos
recibieron el cuerpo del maestro,
pero no hubo ni vino ni cerveza caliente.
Y hubo de contentarse con las treinta monedas.
No contaban las estaciones. Los nombres
de las cuatro estaciones habían caído en el olvido.
Era un tiempo de silencio,
sobre otro tiempo idéntico de sed,
con las pozas envenenadas,
con caballos enloquecidos por el viento solano.
Mirad el desierto amplio, anchísimo,
alzándose hasta la cordillera,
bebiéndose la nieve de los últimos glaciares,
a los que el hombre nunca había llegado.
Huracanes de polvo y de ceniza,
huracanes de Ahorcados que venían enteros,
pisando puentes, barcas,
ejarcias de oro torzal, estelas
de navíos varados en el polvo.
El verdugo colmaba sus ocios con la vihuela
y con la danza suelta por el campo yermo.
La noche ya se acerca llena de juventud
pero todos los jóvenes,
todos los cuerpos jóvenes que podían amar
habrán sido vendidos como esclavos.
Y así también ellos caerán en el olvido de las aguas.