Anecdotario infame de la Villa y Corte.
Publicado: Dom, 23 Oct 2011 18:44
Privado del necesario estro para la creación poética y entregado al dolce far niente al que este aburrido domingo me somete me permito exponer esta ocurrencia. Sé que no es el espacio adecuado. Por ello ruego indulgencia por este arrebato narrativo que tan sólo aspira a arrancar una sonrisa al personal.
LAS CLASES DE ESPAÑOLES SEGÚN D. PÍO BAROJA*
Corría el año 1904 y aquella tertulia, que había abierto el gallego Valle-Inclán en el Nuevo Café de Levante, hervía por las noches
con la flor y nata de los intelectuales de la Generación del 98 y los
artistas más significados, entre ellos Ignacio Zuloaga, Gutiérrez Solana, Santiago Rusiñol, Mateo Inurria, Chicharro, Beltrán Masses o Rafael Penagos.
Y aquella tarde noche del 13 de mayo de 1904 el que sorprendió a todos los presentes fue Pío Baroja. Porque cuando se estaba hablando de los españoles y de las distintas clases de españoles, el novelista vasco sorprendió a todos y dijo:
- “La verdad es que en España hay siete clases de españoles… sí, como los siete pecados capitales. A saber:
1) los que no saben
2) los que no quieren saber
3) los que odian el saber
4) los que sufren por no saber
5) los que aparentan que saben
6) los que triunfan sin saber
7) los que viven gracias a que los demás no saben.
Unamuno y Benito Pérez Galdós aplaudieron a Baroja. Sobre todo por el último punto. Estos últimos se llaman a sí mismos “políticos” y a veces hasta “intelectuales”.
¡Genial Baroja!. Citando a escritores de reconocido ingenio se me viene a la cabeza aquella anécdota protagonizada por su enemigo íntimo D. Ramón María del Valle Inclán a propósito de la asistencia de este al estreno de un dramón del entonces reciente premio Nobel, José Echegaray. Este ingeniero y tecnócrata de éxito (fue ministro de Fomento durante el turbulento reinado de Amadeo I de Saboya) era tan mal escritor y tanto rechazo causaba en la la clase intelectual de la época que tuvo que padecer no pocas burlas de sus colegas. El caso es que en un momento de la representación del melodrama en que se ponderaba a la heroína, su partenaire declamaba con histriónica dicción: "tiene cuerpo de seda pero nervios de acero". Valle, que estaba atento a la escena en la tercera fila, no pudo reprimir su total desacuerdo con la metáfora y con toda la retranca del mundo se levantó de su asiento y en posición de arenga vociferó solemne: ¡Eso no es una mujer, es un paraguas!. Os podéis imaginar la carcajada unánime del respetable. El "viejo idiota", que así llamaba don Ramón al eminente matemático, alli presente, debió pensar que la tierra, en aquello de tragarse a los humanos, procede con intolerable falta de oportunidad.
Existen muchas anécdotas en esa etapa prodigiosa. Otra divertida es aquella atribuída a la arrogante y casquivana Emilia Pardo Bazán. Mujerona de aspecto cetáceo pero de afilada pluma no le tembló el pulso para publicar una irónica semblanza del también Nobel, bujarrón ilustre, don Jacinto Benavente. Parafraseando una conocida fábula de Samaniego escribió en la gaceta literaria de mayor tirada de la Villa y Corte: "Hermosa cabeza pero sin seso" (ella escribió sexo). No tardó el famoso autor de Los intereses creados en replicarle en el mismo rotativo: continúe usted, señora, continúe "...dijo la zorra al busto".
Al bueno de D. Jacinto nunca le faltaron detractores inclementes con su palmaria orientación sexual. Se cuenta que una vez, disfrutando de su habitual paseo matinal por el madrileño Paseo de Recoletos, un par de perdonavidas, machos ibéricos ellos, se plantaron delante de él y con toda la mala leche que suele destilar la intransigencia homófoba le advirtieron desafiantes: nosotros no dejamos pasar a los maricones. A lo que respondió impasible el dramaturgo sorteando al enemigo en una media verónica gloriosa: yo sí.
Y recuperando la acera siguió caminando tranquilamente hasta el café Gijón.
O aquella del mismo don Pio con Rubén Darío. Sabéis que este era de Nicaragua y de ascendencia indígena mientras que la de Barroja lo era de industriales de la repostería (Viena Capellanes, café que aún existe y donde yo mismo ordenaba mis apuntes de universidad en mis años de estudiante). Pues bien, en un arrebato de guasa inmisericorde, al de Metapa se le ocurrió soltar esta perla sobre su colega: "Pío Baroja es un escritor con mucha miga, se ve que es panadero"; a lo que respondió raudo el vascongado: "Darío es un poeta singular; tiene buena pluma, se nota que es indio"
En fin, queridos y desocupados lectores, ya veis que en aquel convulso ambiente del Madrid de principios del siglo XX no todos los escritores se llevaban todo lo bien que pudiera inferirse de su egregia condición de intelectuales de pro.
Es cierto que el mundo ha cambiado desde entonces pero para bien o para mal el ser humano persevera en su terca singularidad excluyente.
Y es que como sostenía Tomasi de Lampedusa en Il Gatopardo, es necesario que todo cambie para que todo siga igual.
LAS CLASES DE ESPAÑOLES SEGÚN D. PÍO BAROJA*
Corría el año 1904 y aquella tertulia, que había abierto el gallego Valle-Inclán en el Nuevo Café de Levante, hervía por las noches
con la flor y nata de los intelectuales de la Generación del 98 y los
artistas más significados, entre ellos Ignacio Zuloaga, Gutiérrez Solana, Santiago Rusiñol, Mateo Inurria, Chicharro, Beltrán Masses o Rafael Penagos.
Y aquella tarde noche del 13 de mayo de 1904 el que sorprendió a todos los presentes fue Pío Baroja. Porque cuando se estaba hablando de los españoles y de las distintas clases de españoles, el novelista vasco sorprendió a todos y dijo:
- “La verdad es que en España hay siete clases de españoles… sí, como los siete pecados capitales. A saber:
1) los que no saben
2) los que no quieren saber
3) los que odian el saber
4) los que sufren por no saber
5) los que aparentan que saben
6) los que triunfan sin saber
7) los que viven gracias a que los demás no saben.
Unamuno y Benito Pérez Galdós aplaudieron a Baroja. Sobre todo por el último punto. Estos últimos se llaman a sí mismos “políticos” y a veces hasta “intelectuales”.
¡Genial Baroja!. Citando a escritores de reconocido ingenio se me viene a la cabeza aquella anécdota protagonizada por su enemigo íntimo D. Ramón María del Valle Inclán a propósito de la asistencia de este al estreno de un dramón del entonces reciente premio Nobel, José Echegaray. Este ingeniero y tecnócrata de éxito (fue ministro de Fomento durante el turbulento reinado de Amadeo I de Saboya) era tan mal escritor y tanto rechazo causaba en la la clase intelectual de la época que tuvo que padecer no pocas burlas de sus colegas. El caso es que en un momento de la representación del melodrama en que se ponderaba a la heroína, su partenaire declamaba con histriónica dicción: "tiene cuerpo de seda pero nervios de acero". Valle, que estaba atento a la escena en la tercera fila, no pudo reprimir su total desacuerdo con la metáfora y con toda la retranca del mundo se levantó de su asiento y en posición de arenga vociferó solemne: ¡Eso no es una mujer, es un paraguas!. Os podéis imaginar la carcajada unánime del respetable. El "viejo idiota", que así llamaba don Ramón al eminente matemático, alli presente, debió pensar que la tierra, en aquello de tragarse a los humanos, procede con intolerable falta de oportunidad.
Existen muchas anécdotas en esa etapa prodigiosa. Otra divertida es aquella atribuída a la arrogante y casquivana Emilia Pardo Bazán. Mujerona de aspecto cetáceo pero de afilada pluma no le tembló el pulso para publicar una irónica semblanza del también Nobel, bujarrón ilustre, don Jacinto Benavente. Parafraseando una conocida fábula de Samaniego escribió en la gaceta literaria de mayor tirada de la Villa y Corte: "Hermosa cabeza pero sin seso" (ella escribió sexo). No tardó el famoso autor de Los intereses creados en replicarle en el mismo rotativo: continúe usted, señora, continúe "...dijo la zorra al busto".
Al bueno de D. Jacinto nunca le faltaron detractores inclementes con su palmaria orientación sexual. Se cuenta que una vez, disfrutando de su habitual paseo matinal por el madrileño Paseo de Recoletos, un par de perdonavidas, machos ibéricos ellos, se plantaron delante de él y con toda la mala leche que suele destilar la intransigencia homófoba le advirtieron desafiantes: nosotros no dejamos pasar a los maricones. A lo que respondió impasible el dramaturgo sorteando al enemigo en una media verónica gloriosa: yo sí.
Y recuperando la acera siguió caminando tranquilamente hasta el café Gijón.
O aquella del mismo don Pio con Rubén Darío. Sabéis que este era de Nicaragua y de ascendencia indígena mientras que la de Barroja lo era de industriales de la repostería (Viena Capellanes, café que aún existe y donde yo mismo ordenaba mis apuntes de universidad en mis años de estudiante). Pues bien, en un arrebato de guasa inmisericorde, al de Metapa se le ocurrió soltar esta perla sobre su colega: "Pío Baroja es un escritor con mucha miga, se ve que es panadero"; a lo que respondió raudo el vascongado: "Darío es un poeta singular; tiene buena pluma, se nota que es indio"
En fin, queridos y desocupados lectores, ya veis que en aquel convulso ambiente del Madrid de principios del siglo XX no todos los escritores se llevaban todo lo bien que pudiera inferirse de su egregia condición de intelectuales de pro.
Es cierto que el mundo ha cambiado desde entonces pero para bien o para mal el ser humano persevera en su terca singularidad excluyente.
Y es que como sostenía Tomasi de Lampedusa en Il Gatopardo, es necesario que todo cambie para que todo siga igual.