La chica del anuncio
Publicado: Mar, 27 Sep 2011 13:10
La chica del anuncio
La música sonaba con voz de bajo, ritmo de country,
guitarra y banjo. Dell Reeves se estaba preguntando:
“Who is the girl wearin' nothin' but a smile and a towel”
Yo llevaba una pareja de viejitos
en aquellas carreteras de la Francia del 68.
Y allí estaba mi chica del anuncio:
Un cambio de rasante hacía que pareciera
surgir de entre un arbusto.
Mirada pícara, sonrisa a medio hacer, peinado a lo garçon.
Brazo derecho en jarras, desafiante
y en el izquierdo el top de su bikini,
colgado de un meñique juguetón.
Frené, sólo un poquito
(por lo del cambio de rasante, os lo aseguro),
mientras los viejecitos miraban el lac du Bourget
discurrir ante sus ojos.
Y justo cuando en la radio, con algo de estática,
se oía la frase “sólo llevaba puesta una sonrisa y una toalla”,
Zas…
Chirrido de neumáticos, golpe en la “derrier” y
un buen, buen susto.
El viejecito (Marcel) me preguntó que de quién era la culpa.
Yo le apunté en un francés de principiante
que las leyes internacionales de tráfico me amparaban,
que quien pega, paga. Que el otro conductor debía de haber frenado.
Marcel bajó del coche y lentamente se acerco al otro conductor.
Hizo un medio saludo militar y le espetó: papales, por favor.
El otro protestó. Que la culpa era sólo mía. Que…
Marcel le dejó hablar y hablar y hablar y cuando el chico paró para tragar saliva
le dijo con una voz, esta vez más firme: los papeles del coche, por favor.
Volvió al automóvil, sacó una Leica
(sospecho que sería lo único alemán que conservaba).
Tiró tres fotos… apuntó matrícula, marca del coche y lugar del accidente
y nos fuimos camino de Aix-les-Bains
para cumplir el rito anual de sus veranos.
Yo con el susto en el cuerpo, ellos con la tranquilidad de la experiencia.
Se mojaron los pies en las aguas de aquel lago.
Ella con falda y enaguas remangadas hasta casi la rodilla.
Estuvieron un rato contemplando las montañas de Savoya.
Luego pidieron ir a la iglesia parroquial de Aix-les-Bains.
Y allí, después de rezar unos instantes, cogidos de la mano,
se acercan a un rincón donde estaba el listado
de los “Enfants de la Patrie” de la gran guerra.
Ella se quitó una rosa que llevaba en la solapa.
La depositó con un beso y un susurro
al pie del monumento, al tiempo que rozaba con sus dedos
el nombre, algo gastado de un tal Benoît Beaumont.
El estuvo todo el rato en posición de firmes,
Con la boina calada y saludo militar.
Años después, por carta certificada, me llegó
una foto mía en blanco y negro
junto a un coche que hoy sería de época.
Una esquela en francés,
un billete de 100 francos y una nota
escrita con trazos temblorosos que decía escuetamente:
Sírvete unas copas en honor de mi Marcel.
Firmado simplemente: Lucille.
Hoy en día, Dell Rives se sigue preguntando: “who is the girl…
Y cada vez que lo escucho por la vida
me viene a la memoria, no la chica del bikini,
sino Lucille Beaumont, la viejecita.
Nunca más he vuelto a saber de ella
pero yo se que vive todavía:
La llevo yo, aquí dentro, en mi recuerdo.
Y espero que la vida le haya traído finalmente
su bien merecido jour de gloire.
La música sonaba con voz de bajo, ritmo de country,
guitarra y banjo. Dell Reeves se estaba preguntando:
“Who is the girl wearin' nothin' but a smile and a towel”
Yo llevaba una pareja de viejitos
en aquellas carreteras de la Francia del 68.
Y allí estaba mi chica del anuncio:
Un cambio de rasante hacía que pareciera
surgir de entre un arbusto.
Mirada pícara, sonrisa a medio hacer, peinado a lo garçon.
Brazo derecho en jarras, desafiante
y en el izquierdo el top de su bikini,
colgado de un meñique juguetón.
Frené, sólo un poquito
(por lo del cambio de rasante, os lo aseguro),
mientras los viejecitos miraban el lac du Bourget
discurrir ante sus ojos.
Y justo cuando en la radio, con algo de estática,
se oía la frase “sólo llevaba puesta una sonrisa y una toalla”,
Zas…
Chirrido de neumáticos, golpe en la “derrier” y
un buen, buen susto.
El viejecito (Marcel) me preguntó que de quién era la culpa.
Yo le apunté en un francés de principiante
que las leyes internacionales de tráfico me amparaban,
que quien pega, paga. Que el otro conductor debía de haber frenado.
Marcel bajó del coche y lentamente se acerco al otro conductor.
Hizo un medio saludo militar y le espetó: papales, por favor.
El otro protestó. Que la culpa era sólo mía. Que…
Marcel le dejó hablar y hablar y hablar y cuando el chico paró para tragar saliva
le dijo con una voz, esta vez más firme: los papeles del coche, por favor.
Volvió al automóvil, sacó una Leica
(sospecho que sería lo único alemán que conservaba).
Tiró tres fotos… apuntó matrícula, marca del coche y lugar del accidente
y nos fuimos camino de Aix-les-Bains
para cumplir el rito anual de sus veranos.
Yo con el susto en el cuerpo, ellos con la tranquilidad de la experiencia.
Se mojaron los pies en las aguas de aquel lago.
Ella con falda y enaguas remangadas hasta casi la rodilla.
Estuvieron un rato contemplando las montañas de Savoya.
Luego pidieron ir a la iglesia parroquial de Aix-les-Bains.
Y allí, después de rezar unos instantes, cogidos de la mano,
se acercan a un rincón donde estaba el listado
de los “Enfants de la Patrie” de la gran guerra.
Ella se quitó una rosa que llevaba en la solapa.
La depositó con un beso y un susurro
al pie del monumento, al tiempo que rozaba con sus dedos
el nombre, algo gastado de un tal Benoît Beaumont.
El estuvo todo el rato en posición de firmes,
Con la boina calada y saludo militar.
Años después, por carta certificada, me llegó
una foto mía en blanco y negro
junto a un coche que hoy sería de época.
Una esquela en francés,
un billete de 100 francos y una nota
escrita con trazos temblorosos que decía escuetamente:
Sírvete unas copas en honor de mi Marcel.
Firmado simplemente: Lucille.
Hoy en día, Dell Rives se sigue preguntando: “who is the girl…
Y cada vez que lo escucho por la vida
me viene a la memoria, no la chica del bikini,
sino Lucille Beaumont, la viejecita.
Nunca más he vuelto a saber de ella
pero yo se que vive todavía:
La llevo yo, aquí dentro, en mi recuerdo.
Y espero que la vida le haya traído finalmente
su bien merecido jour de gloire.