DUELE TU OBÚS
Publicado: Mar, 05 Jul 2011 17:29
Con vieja temeridad campesina
y pobres vallados
acotamos territorios que
no nos pertenecen
no degustamos,
ni tan siquiera estamos dotados
para elucubrar sobre sus límites.
Convertimos en chiringuito,
con trueque de palmaditas,
todo lo que tocamos.
En nuestra hermandad -hermanos-
no superamos
límites
temor
ajeno,
aduaneros de fronteras hediondas,
fanáticos de neuronas cementadas,
insensibles que no vemos más allá,
ni más acá,
ni más,
ni menos.
Rechazamos los retos de las esquinas de la vida.
Confundimos monigotes con atracadores.
Con nuestra pobreza
pretendemos representar alguna riqueza
a otros que no sean más míseros.
Incapaces,
con nuestras manos de corcho, de catar
la lluvia,
el calor,
el vino.
Sólo somos materia de cementerio,
cubículo de muerte,
friso para los hongos venenosos
y los excrementos;
encantados de nuestra escultura en mármol.
Incapaces de aceptar la debilidad individual
-esa materia gris de las literaturas-
corremos a agruparnos para olvidar la razón de
nuestro arracimamiento,
para huir del miedo,
para huir,
-ésta es la pena-
de las palabras;
incapaces de jugar
con las palabras,
con las ideas.
Reducimos este espacio
a un mero compadreo
donde lo único importantes es,
-¿como en los grupos terroristas que tanto anatematizamos?-
la dinámica fascista del rebaño,
protegernos de los lobos,
aquí,
en el territorio de los cuentos,
en la patria de los aulladores de palabras...
Aquí,
también estás tú,
arracimado.
y pobres vallados
acotamos territorios que
no nos pertenecen
no degustamos,
ni tan siquiera estamos dotados
para elucubrar sobre sus límites.
Convertimos en chiringuito,
con trueque de palmaditas,
todo lo que tocamos.
En nuestra hermandad -hermanos-
no superamos
límites
temor
ajeno,
aduaneros de fronteras hediondas,
fanáticos de neuronas cementadas,
insensibles que no vemos más allá,
ni más acá,
ni más,
ni menos.
Rechazamos los retos de las esquinas de la vida.
Confundimos monigotes con atracadores.
Con nuestra pobreza
pretendemos representar alguna riqueza
a otros que no sean más míseros.
Incapaces,
con nuestras manos de corcho, de catar
la lluvia,
el calor,
el vino.
Sólo somos materia de cementerio,
cubículo de muerte,
friso para los hongos venenosos
y los excrementos;
encantados de nuestra escultura en mármol.
Incapaces de aceptar la debilidad individual
-esa materia gris de las literaturas-
corremos a agruparnos para olvidar la razón de
nuestro arracimamiento,
para huir del miedo,
para huir,
-ésta es la pena-
de las palabras;
incapaces de jugar
con las palabras,
con las ideas.
Reducimos este espacio
a un mero compadreo
donde lo único importantes es,
-¿como en los grupos terroristas que tanto anatematizamos?-
la dinámica fascista del rebaño,
protegernos de los lobos,
aquí,
en el territorio de los cuentos,
en la patria de los aulladores de palabras...
Aquí,
también estás tú,
arracimado.