POESÍA, DELIRIO SAGRADO
Publicado: Jue, 28 Feb 2008 16:50
Leyendo a Vicente Aleixandre encontré estas palabras:
Poeta eres y nada de la poesía te es ajeno. Ni siquiera su negación más antipoética. Frente a los anocheceres como frente a los amanceres has ido anotando todas las sumas, y te saltaban los números súbitamente hasta componer la cantidad justa, comprobable frente al horizonte -horizonte, frente tuya- en una prueba decidida en el sueño.
Las matemáticas son una ciencia divagatoria. Exactamente. He ahí su justeza, porque divagando -concurriendo- no les sobra ni un número.
¡Que tu verso sea nemeroso! Así se decía. Y así se dice.
Pero -entendido-: ojo con la suma: que sea verdad -la que importa, la irrealísima, la de los números-.
Poeta, no mientas. Es decir, miente tanto con tu mentira que a todos nos engañes superiormente. Te dirán algunos -nunca falta un castizo y su flor decisiva-: ¡Ha estado usté superior!. Y será verdad: más alto, más eso, superior.
En ese mundo terco y mendaz al que tú nos rescatas mediante nuestro trino en tu trampolín radiente. Para encajarnos en tu esfera cumplida, en tu diafanidad de hielo, en tu lumbre que no quema , bajo tu luz perfecta.
Tu mundo es geometría, poeta. Es un forma transparente de todos los patines, todos los deslizamientos en tangentes más elegantes. para su resultado justo. Todas las flores de tu jardín queman de frías que están. Y su rojo álgido, eximido, si justo al pecho corta como un cuchillo -nunca como un ascua-, tallo hasta el corazón plantado. Porque su rojo o azul es de filos, y tu rosa está hechas de pétalos aspados, girantes, derramadores de su aroma destrísimo.
Tu flor no envenena ni adormece. ¡Qué alerta esoy oliéndola! Me sube hasta la frente, penetrante e inunda de claridad todo su espacio, lo registra hasta sus úlitmas iluminadas zonas. Es una embriaquez de serenidad, de conciencia, de intuida visión de estado. Caminar por tu mundo no es trabajo, es placer inteligente. La luz quizá no sale del fondo. Es posible que no. Parece como que todas las cosas tienen su luz en ellas y ellas se dan su aura y su poniente. Su noche. De día ellas nacen. No renace el día. Nacen las cosas. Una asunción de formas nos dice que se ha hecho el día. La calidad de su materia es siempre comprobable. Hay una dureza en su constancia qu elas hces evidentes, heridoras. La noches surge, no en ceniza, no del cielo. La noche no cae, se hace. Como si maduradas por el día alumbraran en su negro bruñido de acero, fulgen las calidades casi azules de las superficies bajo la inmensa bóveda cerrada, que guarda apasionadamente fría, contra su seno cóncavo, todas las titilaciones vivas, justas, silenciosas de noche creada. La noche y el día trazan su órbita en tu mundo sin dolorosos tránsitos, siempre dominando. Y en tu mundo el dolor está tan retenido que se diría que no existe. Po lo menos no mancha. El dolor está, puede estar, -¿Por qué no?, pero sólo cuando es ya belleza.
Tu quietud no es pereza -es pureza-. Quizá es freno. Quizá tú, poeta, por tu mundo cabalgas sobre tu potro joven, embriagado, y despacio. Porque quieres, porque puedes. Te sientes jinete de un fogosísimo caballo, y lo sabes dominado bajo la ligera presión de tus piernas seguras. Lo sientes bracear con lujo, bien abiertos los ojos, leve y firme la mano, disfrutando del paisaje intuitivo. ¡Qué gozo, qué alegría este trabajo!
Punto a punto, elemento a elemento, verificas su realidad. Un bosque de irrealidad se abre ante tus ojos y entre su ordenada fronda nunca te pierder, enhebrado en sus números, con ciencia en imán, para escuchar la irrebatida música que te dictan las copas.
¿En tu bosque no hay pájaros? Hay gargantas. Músicas de cristal o fuego, o de ramas y luces, surten una coincidente armonía, totalidad sinfónica. Sin estruendo. Delgadamente a veces. Afiladamente. A veces con redondez, con verdadera rotundidad, ambición casi estelar en que ya mñas que música se escucha el signo altísimo ligado, que lo hace todo solidario.
Entonces, poeta, ya no eres tú, no eres nada. Es decir, lo eres todo. Quizá tú ya no estás en ti, sino en los demás. Naturaleza tú mismo. O quizá la estás creando en tu interior y por eso existe. Es unidad contigo. Poeta, creador. ¿Existes tú o existe ella? ¿Cuá es ya la verda, cuál la mentira? Nosotros que hemos dado este brinco voleado porque tú lo has querido, ya no lo sabemos. Hemos surtido a tu mundo -¿Cuál?- y no poedemos ver sino lo que vemos. Estos ojos son tuyos. Estas voces son tuyas. Las mismas lenguas nuestras que se alzan y flamean, ondulan en el espacio hechas por ti; probablemente movidas por tu viento sutil que les arranca sus sones. Pero no lo sabemos.
Poeta, sácanos de tu mundo. Clausura tu cristal transparente. Abate sus paredes tan justas. Vuélvenos al sueño -a la vida- después de este despertar tan alerta en que nos has tenido sumidos.
Poeta eres y nada de la poesía te es ajeno. Ni siquiera su negación más antipoética. Frente a los anocheceres como frente a los amanceres has ido anotando todas las sumas, y te saltaban los números súbitamente hasta componer la cantidad justa, comprobable frente al horizonte -horizonte, frente tuya- en una prueba decidida en el sueño.
Las matemáticas son una ciencia divagatoria. Exactamente. He ahí su justeza, porque divagando -concurriendo- no les sobra ni un número.
¡Que tu verso sea nemeroso! Así se decía. Y así se dice.
Pero -entendido-: ojo con la suma: que sea verdad -la que importa, la irrealísima, la de los números-.
Poeta, no mientas. Es decir, miente tanto con tu mentira que a todos nos engañes superiormente. Te dirán algunos -nunca falta un castizo y su flor decisiva-: ¡Ha estado usté superior!. Y será verdad: más alto, más eso, superior.
En ese mundo terco y mendaz al que tú nos rescatas mediante nuestro trino en tu trampolín radiente. Para encajarnos en tu esfera cumplida, en tu diafanidad de hielo, en tu lumbre que no quema , bajo tu luz perfecta.
Tu mundo es geometría, poeta. Es un forma transparente de todos los patines, todos los deslizamientos en tangentes más elegantes. para su resultado justo. Todas las flores de tu jardín queman de frías que están. Y su rojo álgido, eximido, si justo al pecho corta como un cuchillo -nunca como un ascua-, tallo hasta el corazón plantado. Porque su rojo o azul es de filos, y tu rosa está hechas de pétalos aspados, girantes, derramadores de su aroma destrísimo.
Tu flor no envenena ni adormece. ¡Qué alerta esoy oliéndola! Me sube hasta la frente, penetrante e inunda de claridad todo su espacio, lo registra hasta sus úlitmas iluminadas zonas. Es una embriaquez de serenidad, de conciencia, de intuida visión de estado. Caminar por tu mundo no es trabajo, es placer inteligente. La luz quizá no sale del fondo. Es posible que no. Parece como que todas las cosas tienen su luz en ellas y ellas se dan su aura y su poniente. Su noche. De día ellas nacen. No renace el día. Nacen las cosas. Una asunción de formas nos dice que se ha hecho el día. La calidad de su materia es siempre comprobable. Hay una dureza en su constancia qu elas hces evidentes, heridoras. La noches surge, no en ceniza, no del cielo. La noche no cae, se hace. Como si maduradas por el día alumbraran en su negro bruñido de acero, fulgen las calidades casi azules de las superficies bajo la inmensa bóveda cerrada, que guarda apasionadamente fría, contra su seno cóncavo, todas las titilaciones vivas, justas, silenciosas de noche creada. La noche y el día trazan su órbita en tu mundo sin dolorosos tránsitos, siempre dominando. Y en tu mundo el dolor está tan retenido que se diría que no existe. Po lo menos no mancha. El dolor está, puede estar, -¿Por qué no?, pero sólo cuando es ya belleza.
Tu quietud no es pereza -es pureza-. Quizá es freno. Quizá tú, poeta, por tu mundo cabalgas sobre tu potro joven, embriagado, y despacio. Porque quieres, porque puedes. Te sientes jinete de un fogosísimo caballo, y lo sabes dominado bajo la ligera presión de tus piernas seguras. Lo sientes bracear con lujo, bien abiertos los ojos, leve y firme la mano, disfrutando del paisaje intuitivo. ¡Qué gozo, qué alegría este trabajo!
Punto a punto, elemento a elemento, verificas su realidad. Un bosque de irrealidad se abre ante tus ojos y entre su ordenada fronda nunca te pierder, enhebrado en sus números, con ciencia en imán, para escuchar la irrebatida música que te dictan las copas.
¿En tu bosque no hay pájaros? Hay gargantas. Músicas de cristal o fuego, o de ramas y luces, surten una coincidente armonía, totalidad sinfónica. Sin estruendo. Delgadamente a veces. Afiladamente. A veces con redondez, con verdadera rotundidad, ambición casi estelar en que ya mñas que música se escucha el signo altísimo ligado, que lo hace todo solidario.
Entonces, poeta, ya no eres tú, no eres nada. Es decir, lo eres todo. Quizá tú ya no estás en ti, sino en los demás. Naturaleza tú mismo. O quizá la estás creando en tu interior y por eso existe. Es unidad contigo. Poeta, creador. ¿Existes tú o existe ella? ¿Cuá es ya la verda, cuál la mentira? Nosotros que hemos dado este brinco voleado porque tú lo has querido, ya no lo sabemos. Hemos surtido a tu mundo -¿Cuál?- y no poedemos ver sino lo que vemos. Estos ojos son tuyos. Estas voces son tuyas. Las mismas lenguas nuestras que se alzan y flamean, ondulan en el espacio hechas por ti; probablemente movidas por tu viento sutil que les arranca sus sones. Pero no lo sabemos.
Poeta, sácanos de tu mundo. Clausura tu cristal transparente. Abate sus paredes tan justas. Vuélvenos al sueño -a la vida- después de este despertar tan alerta en que nos has tenido sumidos.