UN, DOS, TRES
Publicado: Vie, 01 Abr 2011 22:36
Un, dos tres, un, dos, tres, y el dolor era cada vez más intenso. Repetía el paso, el mismo, con el afán y el tesón intactos pero… nada. No eran los movimientos, tampoco el ritmo, la música, sólo el dolor. El dolor sí era perfecto, impreso en la sangre, los huesos, el cerebro.
¿Y si abandonara todo?¿Qué pasaría? Tal vez llegaría al fin una paz en pleno, o la tan anhelada muerte y después, la nada.
No. Lo más sencillo era morirse o quizá también, lo más jodidamente complicado.
Resolvió sentarse, encender un cigarrillo y pensar luego en los treinta años de su vida. Vaya, qué espléndido estado había alcanzado súbitamente. Primero, el recuerdo nítido de aquella rosa bordada en su almohada. Era roja y suave, tibia y blanda como su cuna, como la simpleza de esa tranquilidad que ahora experimentaba.
¡Ah, qué bien! Es increíble el alcance que tiene un recuerdo en el alma. Ya no dolía, ya no aplastaba impunemente.
¿No? Carajo, otra vez esa opresión en el pecho, esas ganas de salir corriendo, de cambiar su presente por el pasado que sólo permaneció dos segundos para luego huir apresuradamente. De nuevo la angustia, la clara fuerza ardiente invadiendo cada músculo, cada poro de la piel abierta, piel del espíritu aullando en vano.
Cerró los ojos, acalló el grito de su cuerpo que estallaba, abrió las compuertas del espasmo y se dejó invadir. La mente en simple y llana viudez de alegría o glorias pretéritas. Sólamente la aceptación de esa realidad, de la inutilidad de sentir el frío, el silencio, los remordimientos, el cansancio.
Año tras año creyó firmemente en sí, importándole un bledo el futuro. Únicamente contaba el momento, vivir el concierto de cada instante en armonía total con sus deseos atemporales que ya iban convirtiéndose en nada. Borrones de olvido, lívidos momentos que, ¡ya valían tan poco!
Su querido maestro de música, sus compañeros de la universidad, los coreógrafos, el teatro lleno a reventar, su madre (sus lágrimas), su padre (su arropadora sonrisa), el aplauso cerrado, las hermosas notas en las voces de aquellas campanas de la iglesia, las horas eternas de la danza. ¡Dios, la danza! La de su niñez y adolescencia, la de su juventud comprimida y grabada en la barra y las puntas, en las mallas, las zapatillas de ensayo, el sudor y… el dolor. El maldito dolor mirándole a la cara, burlándose del compás valseando cada trino palpitante.
Y entonces, todos estaban observándole. Eran como estatuas congeladas clavando en su cuerpo cientos de miradas de incómoda pena. ¡La silla de ruedas era tan inmensamente lacerante!
- Pido un aplauso para nuestra querida prima ballerina-, dijo una mujer que nunca había visto antes.
- Ha vuelto con nosotros después del terrible accidente. Aquí está y es un gran honor para todos tenerla de nuevo en este escenario-. Se acercó. Se acercó demasiado la mujer.
- Maestra, unas palabras por favor-.
- Mm, mmm…
Todos le miraban con horrenda compasión y lástima.
-Mmmm.
No pudo articular esa palabra que le nacía de las entrañas, desde las paralizadas piernas, brazos, torso. Entre el silencio hundido en el hipócrita aplauso, solamente logró repetirse con implacable locura:
¡Mmmierda! ¡Mierdaaaa! Tengo que lograr a la perfección este paso. Sólo éste. Éste…
Un, dos tres. Un, dos, tres. Un, dos, tres.
¿Y si abandonara todo?¿Qué pasaría? Tal vez llegaría al fin una paz en pleno, o la tan anhelada muerte y después, la nada.
No. Lo más sencillo era morirse o quizá también, lo más jodidamente complicado.
Resolvió sentarse, encender un cigarrillo y pensar luego en los treinta años de su vida. Vaya, qué espléndido estado había alcanzado súbitamente. Primero, el recuerdo nítido de aquella rosa bordada en su almohada. Era roja y suave, tibia y blanda como su cuna, como la simpleza de esa tranquilidad que ahora experimentaba.
¡Ah, qué bien! Es increíble el alcance que tiene un recuerdo en el alma. Ya no dolía, ya no aplastaba impunemente.
¿No? Carajo, otra vez esa opresión en el pecho, esas ganas de salir corriendo, de cambiar su presente por el pasado que sólo permaneció dos segundos para luego huir apresuradamente. De nuevo la angustia, la clara fuerza ardiente invadiendo cada músculo, cada poro de la piel abierta, piel del espíritu aullando en vano.
Cerró los ojos, acalló el grito de su cuerpo que estallaba, abrió las compuertas del espasmo y se dejó invadir. La mente en simple y llana viudez de alegría o glorias pretéritas. Sólamente la aceptación de esa realidad, de la inutilidad de sentir el frío, el silencio, los remordimientos, el cansancio.
Año tras año creyó firmemente en sí, importándole un bledo el futuro. Únicamente contaba el momento, vivir el concierto de cada instante en armonía total con sus deseos atemporales que ya iban convirtiéndose en nada. Borrones de olvido, lívidos momentos que, ¡ya valían tan poco!
Su querido maestro de música, sus compañeros de la universidad, los coreógrafos, el teatro lleno a reventar, su madre (sus lágrimas), su padre (su arropadora sonrisa), el aplauso cerrado, las hermosas notas en las voces de aquellas campanas de la iglesia, las horas eternas de la danza. ¡Dios, la danza! La de su niñez y adolescencia, la de su juventud comprimida y grabada en la barra y las puntas, en las mallas, las zapatillas de ensayo, el sudor y… el dolor. El maldito dolor mirándole a la cara, burlándose del compás valseando cada trino palpitante.
Y entonces, todos estaban observándole. Eran como estatuas congeladas clavando en su cuerpo cientos de miradas de incómoda pena. ¡La silla de ruedas era tan inmensamente lacerante!
- Pido un aplauso para nuestra querida prima ballerina-, dijo una mujer que nunca había visto antes.
- Ha vuelto con nosotros después del terrible accidente. Aquí está y es un gran honor para todos tenerla de nuevo en este escenario-. Se acercó. Se acercó demasiado la mujer.
- Maestra, unas palabras por favor-.
- Mm, mmm…
Todos le miraban con horrenda compasión y lástima.
-Mmmm.
No pudo articular esa palabra que le nacía de las entrañas, desde las paralizadas piernas, brazos, torso. Entre el silencio hundido en el hipócrita aplauso, solamente logró repetirse con implacable locura:
¡Mmmierda! ¡Mierdaaaa! Tengo que lograr a la perfección este paso. Sólo éste. Éste…
Un, dos tres. Un, dos, tres. Un, dos, tres.