Florecer en invierno
Publicado: Mié, 02 Mar 2011 21:17
Se ha dormido la tarde entre las ramas
cubiertas de esplendores del almendro,
prendida está su luz de los matices
del rosa de su flor, pétalos vivos
que son como fugaz escaparate
del cambio de estación anticipado.
Desde la altiplanicie de la Plana
contemplo el árbol solo y florecido
en una depresión de sus laderas,
a cubierto del aire dominante
y mirando hacia el sol de mediodía.
Un poco más allá, en suelo llano,
vistiendo desnudeces invernales,
varios almendros más muestran sus yemas
todavía en reposo. Cruza el aire
un grupo de cigüeñas que regresan
al privilegio sacro de su nido
volando sin temor, como quien sabe
que no acecha el peligro en parte alguna.
Las sigue mi mirada en su descenso
sobre la Colegiata y su techumbre
en un aterrizaje reposado,
y observo la armonía destrozada
del chapitel erguido en solitario
velando los rincones de la Plaza,
con la certeza alegre de que pronto
le hará su alma gemela compañía.
Hace calor, la tarde de Febrero
tiene la placidez inesperada
del tiempo veraniego, copia amable
de un invierno de fríos desprovisto.
Zumbando entre los tiernos ramilletes
las primeras abejas van libando
el néctar virginal de sus estambres
en la ciega premura del deseo.
Una ligera brisa vierte olores
de dulzura de miel sobre tomillos
en clara incitación a que florezcan
y olviden del invierno su letargo.
La espléndida visión de su ramaje
encuentra en los aromas complemento
de mágica ilusión, y hace vibrante
el disfrute total de los sentidos.
Ha descendido el sol, Yerga lo espera
con su soplo mortal de atardeceres
para llevarlo ciego hasta el ocaso;
a la vez que la brisa, cual mortaja
de gélido dolor, torna en relente,
quizá por recordarnos sin mentiras
las fechas que señala el calendario.
El cielo despejado. En la distancia
la cresta traicionera del Moncayo
aún viste su gorro de blancuras.
Contemplo con tristeza el solitario
almendro de belleza inmaculada,
sabiendo con certeza que la noche
no lo perdonará, y que la mano
mortífera y precisa de la helada
hará del florecer temprano y dulce,
un efímero canto sin futuro,
banal exposición de vanidades
del que ignorando miedos del invierno
adelantó su propia primavera.
La Plana: Altiplanicie bajo la que se extiende mi ciudad.
La Colegiata : San Miguel, Iglesia que acoge en sus techumbres una de las mayores poblaciones de cigüeñas de Europa (Y que cuando escribí este poema, el chapitel de una de sus dos torres gemelas había sido calcinado por un rayo, de ahí cierto comentario en el mismo. Ya está restaurada)
La Plaza : Plaza de España (centro neurálgico de mi Ciudad)
Yerga : Monte que pertenece en parte a mi ciudad.
Moncayo : Montaña de la cordillera Ibérica que se ve desde mi ciudad.
Mario.
cubiertas de esplendores del almendro,
prendida está su luz de los matices
del rosa de su flor, pétalos vivos
que son como fugaz escaparate
del cambio de estación anticipado.
Desde la altiplanicie de la Plana
contemplo el árbol solo y florecido
en una depresión de sus laderas,
a cubierto del aire dominante
y mirando hacia el sol de mediodía.
Un poco más allá, en suelo llano,
vistiendo desnudeces invernales,
varios almendros más muestran sus yemas
todavía en reposo. Cruza el aire
un grupo de cigüeñas que regresan
al privilegio sacro de su nido
volando sin temor, como quien sabe
que no acecha el peligro en parte alguna.
Las sigue mi mirada en su descenso
sobre la Colegiata y su techumbre
en un aterrizaje reposado,
y observo la armonía destrozada
del chapitel erguido en solitario
velando los rincones de la Plaza,
con la certeza alegre de que pronto
le hará su alma gemela compañía.
Hace calor, la tarde de Febrero
tiene la placidez inesperada
del tiempo veraniego, copia amable
de un invierno de fríos desprovisto.
Zumbando entre los tiernos ramilletes
las primeras abejas van libando
el néctar virginal de sus estambres
en la ciega premura del deseo.
Una ligera brisa vierte olores
de dulzura de miel sobre tomillos
en clara incitación a que florezcan
y olviden del invierno su letargo.
La espléndida visión de su ramaje
encuentra en los aromas complemento
de mágica ilusión, y hace vibrante
el disfrute total de los sentidos.
Ha descendido el sol, Yerga lo espera
con su soplo mortal de atardeceres
para llevarlo ciego hasta el ocaso;
a la vez que la brisa, cual mortaja
de gélido dolor, torna en relente,
quizá por recordarnos sin mentiras
las fechas que señala el calendario.
El cielo despejado. En la distancia
la cresta traicionera del Moncayo
aún viste su gorro de blancuras.
Contemplo con tristeza el solitario
almendro de belleza inmaculada,
sabiendo con certeza que la noche
no lo perdonará, y que la mano
mortífera y precisa de la helada
hará del florecer temprano y dulce,
un efímero canto sin futuro,
banal exposición de vanidades
del que ignorando miedos del invierno
adelantó su propia primavera.
La Plana: Altiplanicie bajo la que se extiende mi ciudad.
La Colegiata : San Miguel, Iglesia que acoge en sus techumbres una de las mayores poblaciones de cigüeñas de Europa (Y que cuando escribí este poema, el chapitel de una de sus dos torres gemelas había sido calcinado por un rayo, de ahí cierto comentario en el mismo. Ya está restaurada)
La Plaza : Plaza de España (centro neurálgico de mi Ciudad)
Yerga : Monte que pertenece en parte a mi ciudad.
Moncayo : Montaña de la cordillera Ibérica que se ve desde mi ciudad.
Mario.