Los relojitos de la vida
Publicado: Jue, 24 Feb 2011 0:42
Y puse la espiga en el lugar acertado,
y la luz brotó de la vela de una cena bajo las estrellas,
una noche de luna azul de Agosto,
una taza de mar cristalino
y un pergamino de esos
que siempre irrumpen en los cuentos de hadas.
Y…, era especial.
Dispuse de un carruaje sin espuelas,
una cuadriga salpicada de purpurina
con matices de tréboles de cuatro hojas,
y una rana,
que prefirió callar antes que sentirse príncipe de nada.
Era caballero en el mismo lugar
donde las mañanas me humedecían los harapos.
Y era truhán,
porque en cualquier rincón,
escondemos, con error, nuestras vergüenzas.
La arena, era el tiempo aglutinado en pequeñas porciones,
los relojitos de la vida,
un inmenso océano sin cápsulas de cristal,
ni tres patas de madera talladas, que le dieran relativa forma.
Al fin y al cabo, el tiempo,
nace a la vez que muere,
se disuelve a la vez que fallece y vuelve a resurgir,
y en su recorrido,
deja rastros de oquedad, silencio, infortunio,
y alguna que otra mota de color blanco
tintada sobre nuestros deteriorados cabellos.
Así, que no espere ese cielo que me aparte de su lluvia,
ni ese sol, que me proteja de su lengua de fuego,
y ese mar… ¿qué puede esperar ese mar?
Yo tengo la espiga, la luz, el azul del cielo,
y millones de granitos de arena,
para seguir soñando vida.
Doy por seguro la espera del carruaje,
y hasta es posible,
que en breve tiempo, oiga hablar a una rana.
Y todo…, sin perder la cordura.
y la luz brotó de la vela de una cena bajo las estrellas,
una noche de luna azul de Agosto,
una taza de mar cristalino
y un pergamino de esos
que siempre irrumpen en los cuentos de hadas.
Y…, era especial.
Dispuse de un carruaje sin espuelas,
una cuadriga salpicada de purpurina
con matices de tréboles de cuatro hojas,
y una rana,
que prefirió callar antes que sentirse príncipe de nada.
Era caballero en el mismo lugar
donde las mañanas me humedecían los harapos.
Y era truhán,
porque en cualquier rincón,
escondemos, con error, nuestras vergüenzas.
La arena, era el tiempo aglutinado en pequeñas porciones,
los relojitos de la vida,
un inmenso océano sin cápsulas de cristal,
ni tres patas de madera talladas, que le dieran relativa forma.
Al fin y al cabo, el tiempo,
nace a la vez que muere,
se disuelve a la vez que fallece y vuelve a resurgir,
y en su recorrido,
deja rastros de oquedad, silencio, infortunio,
y alguna que otra mota de color blanco
tintada sobre nuestros deteriorados cabellos.
Así, que no espere ese cielo que me aparte de su lluvia,
ni ese sol, que me proteja de su lengua de fuego,
y ese mar… ¿qué puede esperar ese mar?
Yo tengo la espiga, la luz, el azul del cielo,
y millones de granitos de arena,
para seguir soñando vida.
Doy por seguro la espera del carruaje,
y hasta es posible,
que en breve tiempo, oiga hablar a una rana.
Y todo…, sin perder la cordura.