Del sentido de la volición (Segundo cuaterno), parte III
Moderador: Hallie Hernández Alfaro
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Del sentido de la volición (Segundo cuaterno), parte III
San Antonio, TX
1982
"It was the best of times, it was the worst of times, it was the age of wisdom, it was the age of foolishness, it was the epoch of belief, it was the epoch of incredulity, it was the season of Light, it was the season of Darkness, it was the spring of hope, it was the winter of despair, we had everything before us, we had nothing before us, we were all going direct to Heaven, we were all going direct the other way--in short, the period was so far like the present period, that some of its noisiest authorities insisted on its being received, for good or for evil, in the superlative degree of comparison only."
A Tale of Two Cities
Charles Dickens
Bajo un manto de felpa negra nos ocultábamos. El reflector ardía sobre El autor que encaramado en una tarima al fondo del escenario lucia los pies descalzos, una bata blanca, una austera barba. Era una aparición suspendida en lo alto de la oscuridad. El silencio de la sala se sentía desde abajo, liquido y pegajoso como una especie de delirio febril que nos hacia mover en espasmos, llenos de escalofríos y de murmullos, algunos incomprensibles, en ese momento tan real como la coronación de un parto (cuidado si me pisas la cabeza, decía La Hermosura), (espera, espera, me estas poniendo el culo en la cara) (shshshshhshh…!dejen de tirarse peos!).
La colcha que nos cubría era insufrible y motivo de más para maldecir las ocurrencias escénicas de Sergio. El efecto era involuntario, pero me cuentan que el piso del escenario parecía temblar a ratos, creando cierta ilusión óptica, al parecer, aterradoramente fascinante.
¡Diablos!, era posible derretirse en las ascuas de aquella espera. Encuclillada, con la cabeza entre las rodillas, todo el tiempo pendiente a mi cue para salir en cámara lenta, justo al tiempo que El autor dijera:
“con montes donde dueños absolutos
te pasean los hombres y los brutos:
siendo en continua guerra
monstruo de fuego y aire, de agua y tierra. “
Actores vestidos todos de negro, empezaron a subir la colcha desde: “Tú, que siempre diverso”, (al tiempo que iba desenroscandome. Ya no quedaba tiempo para pensar si se me caía la estrafalaria peluca …”de tus mismas cenizas”….(en un esfuerzo sobrehumano, pude, no sé cómo, abrir la boca):
“¿Quién me llama,
que desde el duro centro de aqueste globo
que me esconde dentro alas viste veloces?
¿Quién me saca de mí? ¿Quién me da voces?’
Mi boca se derretía. parecia de plastico, se me pegaron los labios y no me sentía la lengua. No tenia saliva, no sé de que region ni como salió mi vo. Cada verso estaba conectado a un movimiento, una pantera alerta a la presa que se ocultaba en el público… dos pasos a puras penas:
“¿Quién me da voces?”, y, simultáneamente hacia la derecha, todavía de frente a Rafi (quien se me parecía más y más al cura de la iglesia de Cristo Rey que le regalaba los recortes de las hostias a mi primo Cesarito en sus días de monaguillo, y con los cuales hacíamos misas en los velorios de los lagartos: Milagros y yo, con unas sábanas disfrazadas de monjas, y Cesarito, por supuesto, de “padre”).
“Es tu Autor Soberano. De mi voz un suspiro, de mi mano un rasgo es quien te informa, y a su obscura materia le da forma.”
Tres pasos más, en reversa haciendo un semicírculo y en dirección hacia el proscenio (evitando a toda costa aplastar al Labrador, a Jorge, quien se las había ingeniado para recostarse de Hermosura).
“Pues ¿qué es lo que me mandas?
¿Qué me quieres?”
Entonces es que pude darle un vistazo a la sala, y no fue hasta ese preciso segundo, que comprendí que me había metido en camisa de once varas; el ojo, del que tanto habló Sartre, me miraba, sufrí, en cuestiones de segundos, una desorientación perturbadora. En el fondo de la escena, sobre aquella plataforma flotante, Rafi, parecia tambalear , un paso en falso y caía, ¡Dios!, de cabezas al trabuquete. El autor se tomó su tiempo, y mientras, yo hacia una que otra pantomime, los demás actores permanecían, a punto del desmayo, en espera de su entrada.
”En el Teatro del mundo, que contiene partes cuatro, con estilo oportuno han de representar. Yo a cada uno el papel le daré que le convenga, y porque en fiesta igual su parte tenga el hermoso aparato de apariencias, de trajes el ornato, hoy prevenido quiero que, alegre, liberal y lisonjero, fabriques apariencias que de dudas se pasen a evidencias. Seremos, yo el Autor, en un instante, tú el teatro, y el hombre el recitante.”
Las prefiguraciones se pegaban de mi paladar en forma de lenguas, las lenguas de todos los mudos que se confabulaban para no hablar y que ahora, repentinamente, pretendían destaparse en un castellano del siglo XVII.
Ya en las faldas del proscenio, me di vueltas al publico como si fuera yo un marciano acabado de salir del huevo de un avestruz quien a su vez sacaba la cabeza del culo de Picasso. Un miedo prosaico invadia mi cuerpo pero con la intención de que reconocieran en mí algún rasgo humano. Eran sombras vestidas de domingo,espectadores atentos a cada movimiento de mi cara que permanecia estática, moviéndo en aislamiento inquisitivamente mi cuello , oscilando, de lado a lado.
Fue un in momento nada mas, lo suficiente para hacerles reverencia y darles nuevamente la espalda.
mi atención al autor se hizo indivisible y el personaje alegórico tomó vigor en mí y dijo con gran voz:
“Autor generoso mío, a cuyo poder, a cuyo acento obedece todo, yo, el gran Teatro del mundo, para que en mí representen los hombres, y cada uno halle en mí la prevención que le impone al papel suyo, como parte obediencial, que solamente ejecuto lo que ordenas, que aunque es mía la obra, es milagro tuyo” .
Casi tres decadas despues, para ni siquiera redondear las cifras se me hace imposible no utilisar mi propio discurso, conociendo como conozco ahora los rostros de aquel publico que al igual que yo , en modo aparentemente inconciliable colindan en los laberintos semánticos y traspasan sin un Salomón que presida al juicio entre las madres, llegando a Elian partido en dos Cubas…hasta llegar a la pared entre las dos Alemania, la pared del tiempo que se derrumba hoy, hasta llegar a la hilera de unigénitos que dividen a las dos Chinas, mis hermanos que en la diaspora de la flor se desarraigan de mi, hasta llegar al apartheid subliminal de las dos Áfricas, el pase a la mitocondria de mi corazon.
E.R. Aristy
Del libro DIASPORAS
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