MONÓLOGO INTERIOR
Publicado: Dom, 19 Dic 2010 23:24
MONÓLOGO INTERIOR
Galopa el invierno a marchas forzadas por este inquietante muro de huesos.
En las grietas, gusanos azul indómito, juegan al tedio entre brazos de látex; unidos entre si, bajo el eco que derrama la distancia, perforan las venas con la memoria de la sal.
El veneno del tiempo, surca las columnas de la carne; ya en la articulación de la angustia recupera el atractivo y en ese instante, a la sombra del párpado, arrecia la ira helada. Sumida en un drenaje ambiguo, tras el vaho que rompe aguas en la roca, inicia la ascensión hasta la cresta del incienso.
Bebo del cubil que trae la muerte en sus manos, aguardo anexo al marco de las puertas que generan en la distancia fronteras.
Allí postrado, junto a mi aliento, olvido mi nombre.
La negrura, ha talado la corteza de la encia que con tintes estoicos, soporta el lastre del barro vertido en mi techumbre. La sílaba infinita hilvana secuencias de luz ante el ojo. El mármol, agoniza frente a la córnea irrompible; viste así su desnudez mientras la nada estéril calla.
Mis ingles, son el desierto abstracto donde brota el hedor de tus lucernas, la lápida innombrable que acogió tu torpe aliento, la voz preñada de alfileres que profana en vano tu ausencia.
Las caricias son ínfimas cuando tras ellas, no hay mas que un extenso vacío.
Recuerdo cuando mis uñas arañaron la piel diáfana del aire, lo denso de sus escamas,
denso como el gas esparcido por la vianda pomposa de la herrumbre.
¿Serán lo uno y lo otro, idéntica hemorragia escupiendo desidia?
La tierra es el látigo que azota a la luz.
Mi llanto de aceite esquiva el peso de tu drama sobre el fuego.
Que toda cosa inservible se apodere de mí, de mi trama hecha pedazos, de mi vuelo mutilado por la lid de la condena, de la niebla sepultada en este mi cetro herido.
Bajo los puñales de la noche, bebo del frío que vierte tu letargo; tras ello, amanezco en la calma junto al sapo sin lengua que reside en las catacumbas de mi vientre.
Un puñado de pesadas moscas, asesinan la mudez de la penumbra, sobre su abdomen hinchado.
¿Acaso pestañean las piedras, cuando al manchar de lloros la calma, impactan con el cráneo del olvido?
Hay entierros donde las bocas lamen la superficie formando castillos de azúcar.
Vomita la tuya una sucesión de silencios, de geografías adherentes, de nichos en el espejo del ojo mientras el rayo, en el interior de una manzana, da paso a la oscuridad.
El sueño frente a la carne, infinitamente sueño…
Galopa el invierno a marchas forzadas por este inquietante muro de huesos.
En las grietas, gusanos azul indómito, juegan al tedio entre brazos de látex; unidos entre si, bajo el eco que derrama la distancia, perforan las venas con la memoria de la sal.
El veneno del tiempo, surca las columnas de la carne; ya en la articulación de la angustia recupera el atractivo y en ese instante, a la sombra del párpado, arrecia la ira helada. Sumida en un drenaje ambiguo, tras el vaho que rompe aguas en la roca, inicia la ascensión hasta la cresta del incienso.
Bebo del cubil que trae la muerte en sus manos, aguardo anexo al marco de las puertas que generan en la distancia fronteras.
Allí postrado, junto a mi aliento, olvido mi nombre.
La negrura, ha talado la corteza de la encia que con tintes estoicos, soporta el lastre del barro vertido en mi techumbre. La sílaba infinita hilvana secuencias de luz ante el ojo. El mármol, agoniza frente a la córnea irrompible; viste así su desnudez mientras la nada estéril calla.
Mis ingles, son el desierto abstracto donde brota el hedor de tus lucernas, la lápida innombrable que acogió tu torpe aliento, la voz preñada de alfileres que profana en vano tu ausencia.
Las caricias son ínfimas cuando tras ellas, no hay mas que un extenso vacío.
Recuerdo cuando mis uñas arañaron la piel diáfana del aire, lo denso de sus escamas,
denso como el gas esparcido por la vianda pomposa de la herrumbre.
¿Serán lo uno y lo otro, idéntica hemorragia escupiendo desidia?
La tierra es el látigo que azota a la luz.
Mi llanto de aceite esquiva el peso de tu drama sobre el fuego.
Que toda cosa inservible se apodere de mí, de mi trama hecha pedazos, de mi vuelo mutilado por la lid de la condena, de la niebla sepultada en este mi cetro herido.
Bajo los puñales de la noche, bebo del frío que vierte tu letargo; tras ello, amanezco en la calma junto al sapo sin lengua que reside en las catacumbas de mi vientre.
Un puñado de pesadas moscas, asesinan la mudez de la penumbra, sobre su abdomen hinchado.
¿Acaso pestañean las piedras, cuando al manchar de lloros la calma, impactan con el cráneo del olvido?
Hay entierros donde las bocas lamen la superficie formando castillos de azúcar.
Vomita la tuya una sucesión de silencios, de geografías adherentes, de nichos en el espejo del ojo mientras el rayo, en el interior de una manzana, da paso a la oscuridad.
El sueño frente a la carne, infinitamente sueño…