Alas para una princesa
Publicado: Mar, 30 Nov 2010 11:28
Es un parque como otro cualquiera, lleno de árboles y bancos, zona de columpios y una pista circular para patinar. Cada tarde, numerosos grupos de mamás, observan a sus niños, mientras éstos se divierten con gran alborozo; subiendo y bajando con habilidad asombrosa entre el entramado de cuerdas, cadenas y barras de los más diversos colores y formas.
La suelo ver allí, sentada en su silla de ruedas al lado de un banco algo alejado del bullicio. Haga frío o calor, una manta de cuadros rojos y negros cubre sus piernecitas. Sus manos, se retuercen sin cesar, y su cabecita, que permanece inclinada hacia la derecha, sube y baja ritmicamente como si asintiera a preguntas inexistentes, o la menos, inaudibles a nuestros oídos. Sin embargo, su boca, –siempre abierta-, sólo emite extraños sonidos que tan pronto parecen un lamento como una carcajada. Por la expresión de sus ojos, que se pierden tras las palomas que revolotean a sus pies, uno puede imaginarse cuan grande es su deseo de volar aunque fuera con alas prestadas.
A su lado, una mujer oriental, parece pendiente de sus gestos pero su mirada es inexpresiva y fría. La observa en silencio y como mucho, de vez en cuando, saca un pañuelo doblado de su bolsillo y la limpia unas lágrimas imaginarias.
Esta tarde, de la boca de la niña no salía ningún sonido y su mueca dolorida se había transformado en una gran sonrisa. Sus manitas permanecían inmóviles mientras una mujer, de aspecto elegante, las acariciaba con serena delicadeza. Las dos se miraban intensamente con un diálogo mudo que sin duda, les hacía cómplices y felices.
Esta tarde el parque tenía una luz especial.
La suelo ver allí, sentada en su silla de ruedas al lado de un banco algo alejado del bullicio. Haga frío o calor, una manta de cuadros rojos y negros cubre sus piernecitas. Sus manos, se retuercen sin cesar, y su cabecita, que permanece inclinada hacia la derecha, sube y baja ritmicamente como si asintiera a preguntas inexistentes, o la menos, inaudibles a nuestros oídos. Sin embargo, su boca, –siempre abierta-, sólo emite extraños sonidos que tan pronto parecen un lamento como una carcajada. Por la expresión de sus ojos, que se pierden tras las palomas que revolotean a sus pies, uno puede imaginarse cuan grande es su deseo de volar aunque fuera con alas prestadas.
A su lado, una mujer oriental, parece pendiente de sus gestos pero su mirada es inexpresiva y fría. La observa en silencio y como mucho, de vez en cuando, saca un pañuelo doblado de su bolsillo y la limpia unas lágrimas imaginarias.
Esta tarde, de la boca de la niña no salía ningún sonido y su mueca dolorida se había transformado en una gran sonrisa. Sus manitas permanecían inmóviles mientras una mujer, de aspecto elegante, las acariciaba con serena delicadeza. Las dos se miraban intensamente con un diálogo mudo que sin duda, les hacía cómplices y felices.
Esta tarde el parque tenía una luz especial.