Ella III
Moderador: Hallie Hernández Alfaro
Ella III
Trató de controlar su respiración agitada, sabedora de que cada gota de sudor que brotaba de sus poros tenía el inconfundible y contundente olor del miedo. No podía. La dosis de líquido transparente que se deslizaba ferozmente por sus venas le hacía ignorar el dolor, pero a cambio le había robado toda posibilidad de calmarse.
El aire de la noche hedía a sangre y miserias. Los sonidos habituales de la noche industrial habían sido desterrados, sustituídos por el silencio ominosoy opresivo de la persecución. Una luna levemente azulada brillaba como una sonrisa maledicente, el gesto burlón de los cielos ante las penurias humanas.
Debía avanzar. Tras ella, la jauría ganaba terreno. Jauría, porque así son los hombres cuando cazan. Poco más que animales, cegados por el deseo de violencia destada y por el ansia de probar el dulce sabor de la agonía. Al menos, ella comprendía eso: el dulce sabor de la agonía. Cada raya de polvos blancos ponía en su boca ese delicado manjar.
Medio cargador la separaba de la derrota total. Una veintena larga de disparos eran su única oportunidad. Pero estaba acostumbrada a eso, a cortarse en el filo de la muerte una y otra vez.
Echó a correr, una vez más. Las calles desiertas y hechas de metal eran como una descarnada metáfora de su alma desnuda. Avanzó, acunada por la perfidia de los ojos que se escondían en los recovecos de los edificios, sabedores de su destino, siniestramente regocijados al conocer las miserias ajenas y compararlas con las propias.
Sus pasos desorientados la condujeron a un callejón sin salida. Ante ella se elevaba una pared de liso metal, de frío plastiacero, severo y contundente. Se giró, dispuesta a encarar la muerte como se encara la primera bofetada de la vida, cuando aún queda orgullo para creerse único e inimitable, especial e insustituíble. El hilo de sangre que bajaba por su muslo, brotando de una femoral desgarrada, era ya un torrente incontrolable de vida escapada.
El cielo sin nubes mostró una vez más su pérfida sonrisa azulada, y ella sonrió a su vez, burlona. Siempre supo que estaba destinada a morir de noche.
Los pasos sigilosos de la jauría cada vez se acercaban más, y aunque apenas eran susurros -son buenos cazadores, pensó ella- en sus oídos afinados por el miedo vibraban con feroz potencia. Finalmente, seis figuras que no supo reconocer aparecieron recortadas al principio de la calle.
Y caminaron suavemente hacia ella.
- Pilar Iglesias de la Torr
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re: Ella III
nos haces una propuesta en tu relato, para indagar en las motivaciones y los reductos instintivos, que llevan a la lucha por la supervivencia............pero, además, dejas muestras de la fragilidad humana, y de la valentía de, al aún reconociéndolo, enfrentarlo
como siempre, con esa puesta en escen, llena de imaginación a la que nos tienes ya acostumbrados
me encantó especialmente este aparte:
Las calles desiertas y hechas de metal eran como una descarnada metáfora de su alma desnuda.
un besazo............Pilar
- Julio Gonzalez Alonso
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re: Ella III
Me gusta el contraste en el que se deja el final abierto sin estarlo. Pienso que a veces la crudeza demasiado explícita se desnaturaliza a sí misma.Julio González Alonso escribió:Me ha gustado en este relato el estilo de comic de acción y el final tan suave en contraposición con la dureza del texto. Enhorabuenba, Isabel.