No es tiempo de nacer
Publicado: Lun, 14 Jun 2010 22:05
Cada hombre es un naufragio, una guerra ambulante
que vaga por las calles perdiendo sus ataúdes rojos,
un constante parto, un agrio devenir de la sombra a la luz,
es la arcilla vieja para la confección del nuevo hombre.
Pero de ambas facciones una arde, una hierve
y se eleva sobre la otra,
ya no soporta los llantos de pura química,
de simple agua salada,
ya le lastiman las risas vacías resonando en las encías del lobo.
De dos mitades, se vuelve a la salvaje, a la primitiva,
a la esencial..
Al fin el cautiverio finaliza su prolongada ceremonia de voces insonoras,
alguien ha encendido un violín en la floración de las nubes,
alguien, un niño dios, un poeta universal, corrió por fin los velos de la carne
y ha tocado por vez primera el nervio absoluto.
Las campanas ya agitan sus penes de cobre en el cielo,
una luz inhabitada, virginal, se construye tras los despojos de la tierra,
un ámbito de cien mil soles extasiados
brilla, fulgurante, fuera de los toldos del circo humano.
Nace Él, el sepultado, el silenciado, el nuevo hombre,
puro se erige sobre sus volcanes ya secos, ya afónicos de gritar,
sube, se eleva sobre la escalera de sus cadáveres,
sobre su propia muerte irrelevante,
y, ya en sus cumbres inhóspitas, bebe la savia de un viento lejano
que trae en sus capas relojes muertos para sepultar en su vientre;
y un mar imposible, musculoso y azul, crece del pasado
y las olas le besan los pies con su ajuar de espuma,
y las heridas temblorosas se humectan de sal,
y cicatrizan y se esfuman. Una voz de agua de mujer
le dicta por fin el número exacto de la naturaleza,
su código de hierro,
y todos los dioses y sus tumbas de barro
emergen del cuenco de sus manos
como un cáliz total que se funde con la luz de todos lo soles.
El Todo es Él, y la Nada también.
Pero habrá que esperar, aún no es tiempo de nacer,
no es hora de ir a la luz. Hay campos fértiles
por cultivar aquí en el vientre terráqueo,
hay verdaderas sedes que saciar aquí:
queda todo este dolor ardiendo en los huesos,
el fuego que quema la sangre,
queda todavía el amor cociendo las almas
en el silencio de las ciudades,
aún queda el amor como escudo y espada,
el amor y sus estructuras blancas,
el amor, el amor...
aun nos queda el amor por vivir...
Fermín Lasarte
que vaga por las calles perdiendo sus ataúdes rojos,
un constante parto, un agrio devenir de la sombra a la luz,
es la arcilla vieja para la confección del nuevo hombre.
Pero de ambas facciones una arde, una hierve
y se eleva sobre la otra,
ya no soporta los llantos de pura química,
de simple agua salada,
ya le lastiman las risas vacías resonando en las encías del lobo.
De dos mitades, se vuelve a la salvaje, a la primitiva,
a la esencial..
Al fin el cautiverio finaliza su prolongada ceremonia de voces insonoras,
alguien ha encendido un violín en la floración de las nubes,
alguien, un niño dios, un poeta universal, corrió por fin los velos de la carne
y ha tocado por vez primera el nervio absoluto.
Las campanas ya agitan sus penes de cobre en el cielo,
una luz inhabitada, virginal, se construye tras los despojos de la tierra,
un ámbito de cien mil soles extasiados
brilla, fulgurante, fuera de los toldos del circo humano.
Nace Él, el sepultado, el silenciado, el nuevo hombre,
puro se erige sobre sus volcanes ya secos, ya afónicos de gritar,
sube, se eleva sobre la escalera de sus cadáveres,
sobre su propia muerte irrelevante,
y, ya en sus cumbres inhóspitas, bebe la savia de un viento lejano
que trae en sus capas relojes muertos para sepultar en su vientre;
y un mar imposible, musculoso y azul, crece del pasado
y las olas le besan los pies con su ajuar de espuma,
y las heridas temblorosas se humectan de sal,
y cicatrizan y se esfuman. Una voz de agua de mujer
le dicta por fin el número exacto de la naturaleza,
su código de hierro,
y todos los dioses y sus tumbas de barro
emergen del cuenco de sus manos
como un cáliz total que se funde con la luz de todos lo soles.
El Todo es Él, y la Nada también.
Pero habrá que esperar, aún no es tiempo de nacer,
no es hora de ir a la luz. Hay campos fértiles
por cultivar aquí en el vientre terráqueo,
hay verdaderas sedes que saciar aquí:
queda todo este dolor ardiendo en los huesos,
el fuego que quema la sangre,
queda todavía el amor cociendo las almas
en el silencio de las ciudades,
aún queda el amor como escudo y espada,
el amor y sus estructuras blancas,
el amor, el amor...
aun nos queda el amor por vivir...
Fermín Lasarte