Antes de nada, quería matizar algo con respecto al poema de Rosa: está muy bien escrito. Cuando dije que no me gustaba me refería única y exclusivamente al contenido. También le agradezco su compresión para mi postura y que haya dejado esta entrada para el debate honesto. Le pido disculpas por mi pequeña apropiación del espacio de su poema.
Las corridas de toros no son más discutibles que la pesca con caña. Se pescan los peces por desafío, diversión, pasión y para comérselos. Se torean los toros por desafío, diversión, pasión y para comérselos. Y el tiempo de captura de peces, como el atún con caña, es mayor que el de lidia de un toro en la plaza.
"Suecia – un paraíso para la pesca con caña
“Ya sea en el norte o en el sur, en Suecia la posibilidad de capturar el pez de sus sueños está siempre al alcance de la mano.” Joven o viejo, aficionado o veterano, las oportunidades abundan. Veamos algunos ejemplos: Anna, que consiguió llevar a tierra su primera trucha cuando tenía seis años de edad, y ella misma fue “capturada”. La cita anterior es de ella, pero también podría haber sido un comentario de Sven, un joven de la ciudad seducido por las aguas frescas y no contaminadas. Anna llevó a Sven a las infinitas aguas, ricas en peces, y ahora ambos son pescadores apasionados que pasan sus vacaciones en un entorno limpio y natural.
" No cabe duda que pescar es algo popularmente practicado y socialmente aceptado, sea para proporcionar alimento o por simple diversión –mal llamado deporte-. La pregunta que pretenderé responder es ¿la pesca es moral-éticamente aceptable pese a su popularidad? Pero antes, la primera pregunta que deberíamos hacernos es ¿Los peces son capaces de sentir dolor? La realidad es que sí. En los estudios de la bióloga Victoria Braithwaite publicados en Oxford University Press (Do fish feel pain?) , y los de la neurobióloga Lynne Sneddon -y otros investigadores científicos del equipo de la Universidad Roslin de Edimburgo- se concluyó, con consenso, que los peces sienten dolor físico, al igual que el resto de los animales"
Aquí pueden ver a los países civilizados que más legislan sobre los derechos animales y que son los que ostentan el récord de pescadores, incluida España. En rojo intenso la mayor concentración de pesca deportiva.
Si las instituciones políticas, que tanto aman a los animales, si los animalistas, que tanto aman a los animales, no tuvieran una doble moral ¿por qué no anuncian la prohibición de la pesca deportiva o luchan contra ella? En la pesca deportiva no hay arte ni cultura ni puestos de trabajo ni identidad nacional. Es el puro recreo del pescador que para atrapar a un atún, por ejemplo, utiliza un anzuelo triple, potera bien sujeta por la empatadura, mosca de cabeza metálica, seda de color oliva, pata riñonada de pardo aconchado y brinca de tinsel fino. Prendido del anzuelo de acero, bárbaramente herido por tres sitios a la vez, el pez sufre la angustia de la muerte durante media hora, de tira y afloja, de atroz forcejeo.
La anterior afirmación que hice con sus posteriores ilustraciones de países civilizados y defensores de los animales, sólo un ejemplo de algo cotidiano y comparable, me servirá de línea argumental durante estas palabras que no pretenden más que la comprensión y el respeto hacia las personas que nos gusta, a través de esta manifestación, establecer un contacto simbólico con las fuerzas de la naturaleza donde se aúnan lo irracional y telúrico con lo reglado y medido.
Es realmente muy difícil, y lo hacemos muy pocos, posicionarse hoy, claramente, en la defensa de la Tauromaquia por la evidencia de su método violento frente a un animal que tiene la posibilidad de salvación, frente a otros animales destinados a la muerte, en función de su bravura. Es difícil, así mismo, desprenderme de una tradición cultural que muchos hemos mamado desde pequeños; de la que no me avergüenzo y que hace un aporte diferente y peculiar de lo hispano al conjunto del devenir histórico, ético y filosófico mundial. A las cinco de la tarde, en cada plaza de toros, nos contemplan muchos siglos de historia. Los ritos taurinos están lejos de la asepsia de museo. Esos momentos de expectación llenaban y llenan de sentido algunas tardes de domingo, cuando junto a mi padre veía una corrida de toros y era motivo de reunión, comentario y celebración familiar y de amigos. Este espectáculo es un rito en el que se conserva toda la violencia de la vida. Es una tragedia en la que los actores mueren de verdad.
Inicia el poema de una forma muy significativa: "Queridos animales humanos"; aquí está la clave, para mí, de todo el diálogo sobre el asunto. Sí, somos básicamente animales por lo tanto nos guiamos por los principios de supervivencia en función de nuestras necesidades fisiológicas: necesitamos asimilar aminoácidos contenidos en la proteína animal y que no existe en los tejidos vegetales. ¿Por qué empiezo con esta aparente divergencia? Porque el animal está en numerosos casos utilizado para la muerte. Y ahora ya, podemos discutir cómo es esa muerte; pero no se puede cuestionar que yo necesite deglutir carne; mi opción vegana es respetable también. Lo añadido es la parte "humana" que en el caso que nos interesa está básicamente guiada por la ética como apunté en mi primera intervención.
Cuando los argumentos que giran alrededor del dolor del toro comienzan a agotarse -justamente el argumento etológico esgrimido por Ignacio y el de más fácil refutación- el detractor de la fiesta escoge el nervio central de la lidia: la muerte. Preguntan: ¿por qué matar al toro? Por la sencilla razón de que no nos lo comemos vivo y como dice el compañero Rafel: el rabo de toro no sabe lo mismo si es de vaca y no es una broma machista ni mucho menos. Convertimos una práctica de supervivencia a lo largo del tiempo, la historia y la cultura, en algo especial que no tiene nada que ver con el regodeo en el dolor animal.
Mi estimado Óscar ha utilizado la palabra criminal tal vez de forma incorrecta, tal vez de forma intuitiva, al referirse a este debate, con crítica y respeto y sacar el aspecto muy importante de "humanización". También es incorrecta la utilización de las palabras venganza y tortura por las mismas razones que apunta el compañero Ignacio -que es otro gran crítico del grupo-: es un atributo exclusivamente humano. El instinto animal es de supervivencia y ello implica defenderse a través de todos los medios de los que dispone y ello con frecuencia deviene en la muerte del invasor u oponente. Está en cierta igualdad de condiciones en la plaza, no totales es cierto, pero mayores que las que detentas gallinas y cerdos.
El origen de la tauromaquia no está en el odio, está en la supervivencia; como está suficientemente documentado a través de la historia; la desgracia para al animal es que se convirtió en símbolo totémico, religioso. La res sigue hoy proporcionando innumerables materias primas que aprovecha el hombre en su beneficio. Y además el toro es objeto por parte de los taurófilos del mayor respeto y admiración por su aporte a la cultura; de ahí el cuidado, la selección y la indignación cuando no se hacen las cosas según el reglamento, discutible o no, establecido. Entonces el punto de defensa más sólido está en la ética. La muerte de este animal en este caso se hace pública, reglamentada y a la vista de todos lo cual genera los problemas de susceptibilidad que entiendo perfectamente y aquí es donde entra el concepto de humanizar que comentaba acertadamente, repito, el compañero Óscar y la defensa ética si es correcto o no mantener esta expresión artística.
En la discusión ética está el quid de la cuestión y aquí hay un desacuerdo general que implica a las instituciones, que deben permitir o suprimir el espectáculo en función de una crítica desapasionada, considerando todos los argumentos. Mientras que ello no se dé, el respeto y la libertad a todos los puntos de vista debe ser prioritario. En este debate se pueden esgrimir toda clase de supuestos pero siempre sin perder el horizonte de que al final termine brillando el respeto al animal y a las personas que integran la comunidad de aficionados y detractores. Ningún torero ni aficionado siente el más mínimo placer sádico en el sufrimiento del toro con el que ha convivido gran parte del año, como argumenta algún antitaurino porque sienten ese dolor similar al suyo, como si estuviera en el mismo trance. Pero aquí radica la diferencia, se sabe todavía poco del dolor animal.
Muchos nos preguntamos qué es lo que se condena: ¿el acto de matar un animal? ¿El hecho de matarlo para algo diferente de comérselo (como si al toro no nos lo comiéramos)? ¿O el hecho de matarlo en público, el malestar ante la visibilidad de la muerte? Proclamar que todos los seres vivos tienen derecho a la vida es un absurdo ya que, por definición, un animal sólo puede vivir en detrimento de lo viviente.
Lo propio del hombre, lo que le diferencia de los animales -nunca humanizables- es lo siguiente: cuando mata un animal respetado (y no una bestia dañina de la que tiene la obligación de deshacerse), el acto de darle muerte va generalmente acompañado (en las sociedades tradicionales o rurales) de un ritual festivo o de una ceremonia expiatoria.
Es entonces cuando existe un gran contraste con la muerte en mataderos del animal. La valoración ética depende de muchas variables: culturales, veterinarias, emocionales, etnológicas, históricas, psicológicas. No es lo mismo para un español que para un escandinavo, por poner un ejemplo, valorar una corrida de toros. El aficionado no goza con la muerte, es más apenas la tiene en cuenta. Existen una multitud de factores que abrigan su percepción, la cual es filtrada a través de otros cristales con los que puede mirar un defensor escandinavo, que aplaude matar peces por capricho, de los animales.
El conocido filósofo utilitarista Peter Singer, autor del best-seller Liberación animal, mantiene que “el criterio esencial del bienestar animal, el único por el que deberíamos luchar, reside fundamentalmente en condiciones de vida” y habrá que convenir que, desde este punto de vista, el mundo taurino podría recibir una certificación de buena conducta de las asociaciones más exigentes de defensa de los animales.
La mayor parte de taurinos no hacemos apologías ni proselitismos ni manifestaciones en este tema tan complejo; tampoco creemos que no se deba hacer por parte de las personas que se sientan heridas; sólo que nos permitan manifestar nuestro parecer sin insultarnos y con argumentos sólidos; si no los tienen tampoco nos importa pues hasta ahora no los hay, sólo pareceres: expresemos, como es el caso de este poema de Rosa, su parte emocional, que también es importante. Algunos me podrán considerar un bruto, pero la compasión no ha dejado nunca de ser parte de mi vida.
Un cordial saludo para los que debaten, para los lectores y uno muy especial para Rosa