Editorial Alaire

Pablo Ibáñez escribió:Precioso poema. Un placer pasar a leerlo, maestro.

Un abrazo.

Marisa Peral escribió:Después, sentados al borde de una noche en éxtasis
observamos todas aquellas lámparas encendidas.[/color]
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Raul Muñoz escribió:Siempre encuentro la magia en tu poesía, Ferreiro; para mi gusto es algo muy atractivo que sorprende y estimula los sentidos. Me ha gustado mucho el poema.

Un abrazo, amigo.

Josefa A. Sánchez escribió:Afortunadamente con la mirada "desenvainas" también la pluma -o el teclado- para regalarnos maravillas como esta. Pura iluminación.
Un abrazo (y bicos)
Pepa

J. J. M. Ferreiro escribió:
Llevaba en el cuello,
aherrojado,
todo el remordimiento,
y unas garras, pacíficamente,
me arrancaban la razón.

Observaba su boca atestada de flores,
la suavizada piel recubriendo los campos,
encandecida, fulgurando
la seda de la hierba.
Las palabras que pronunciaba
se izaban como pájaros
cuando el viento batía sus ruidos.

Ella pedía
unos mares con anchos pies
para establecer tránsitos
inabarcables.
Lilas para llorar
la alucinación de los muertos.
Ella pedía
esperar de la tierra, esperar de las aguas,
que fuesen… que existiesen.

Desenvainó el semblante
para rebanar con su filo
la nostalgia que la encumbraba.

Después, sentados
al borde de una noche en éxtasis,
contemplábamos a lo lejos
todas aquellas luces encendidas.

Julio Gonzalez Alonso escribió:Tiene todo el poema el equilibrio de la metáfora atinada y las imágenes sugestivas, envolventes, que parecen hablarnos en tono premonitorio, como si la muerte anduviera entre despedidas y sueños muy reales. Me ha evocado -salvando ls distancias- el final de mi madre y los últimos meses de aquello que fue su vida. No me preguntes por qué, ya sabes.

Me ha gustado mucho tener la oportunidad de leer este poema -uno de tantos- que se me habían pasado por alto por entre las páginas del foro. Con un abrazo, amigo Ferreiro.
Salud.

J. J. M. Ferreiro escribió:Llevaba en el cuello,
aherrojado,
todo el remordimiento,
y unas garras, pacíficamente,
me destrozaban la razón.

Observaba su boca atestada de flores,
la suavizada piel recubriendo los campos,
encandecida, fulgurando los sedales de hierba.
Las palabras que pronunciaba
se izaban como pájaros
cuando el viento batía sus ruidos.

Ella pedía
unos mares con anchos pies
para establecer tránsitos
inabarcables,
lilas para llorar la alucinación de los muertos.
Ella pedía
esperar de la tierra, esperar de las aguas,
que fuesen… que existiesen.

Desenvainó el semblante
para rebanar con su filo
la nostalgia que la encumbraba
con una palidez lunática.

Después, sentados
al borde de una noche en éxtasis,
contemplábamos a lo lejos
todas aquellas luces encendidas.

Óscar Distéfano escribió:Un poema que me ha encantado. El final es una imagen potente y reveladora que sacude, que emociona, que vuelve triunfal el acto creativo. Hoy en día, tus poemas me resultan muy empáticos. Es como si cada vez mi aprehensión se volviese más familiar. Impecable también la forma, acompañando el planteo argumental originado en la observación de lo vivido, o visto vivir. Exquisita es la descripción del trance amatorio.

Mis aplausos y un abrazo, amigo.
Óscar

J. J. M. Ferreiro escribió:Llevaba en el cuello,
aherrojado,
todo el remordimiento,
y unas garras, pacíficamente,
me destrozaban la razón.

Observaba su boca atestada de flores,
la suavizada piel recubriendo los campos,
encandecida, fulgurando los sedales de hierba.
Las palabras que pronunciaba
se izaban como pájaros
cuando el viento batía sus ruidos.

Ella pedía
unos mares con anchos pies
para establecer tránsitos
inabarcables,
lilas para llorar la alucinación de los muertos.
Ella pedía
esperar de la tierra, esperar de las aguas,
que fuesen… que existiesen.

Desenvainó el semblante
para rebanar con su filo
la nostalgia que la encumbraba
con una palidez lunática.

Después, sentados
al borde de una noche en éxtasis,
contemplábamos a lo lejos
todas aquellas luces encendidas.