Publicado: Vie, 18 Oct 2013 1:19
Gracias, Celia, por el amable comentario.
Un abrazo.
Pepa
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Josefa A. Sánchez escribió:Estío.
Una turbia coraza de sudor en el pecho,
absorbiendo el reflejo de la tierra y la azada.
Árbol de carne y sombra, labrando la alborada
para sembrar su angustia en el terrón deshecho.
Un horizonte rojo se esparce sobre el lecho
de la aurora desnuda, que nace ensangrentada.
En los ojos del hombre hay una llamarada
y una reja traspasa su alma de barbecho.
El cielo azul, azul, azul, tan infinito
como el sueño en sus dedos quebrados de granito,
como el duelo en su boca, curvada de amargura.
Y sus pies en el polvo, como polvo de nada.
Surco a surco, su piel y la siembra callada.
Y el silencio más grande. Y la tierra más dura.
Pepa
Josefa A. Sánchez escribió:Estío.
Una turbia coraza de sudor en el pecho,
absorbiendo el reflejo de la tierra y la azada.
Árbol de carne y sombra, labrando la alborada
para sembrar su angustia en el terrón deshecho.
Un horizonte rojo se esparce sobre el lecho
de la aurora desnuda, que nace ensangrentada.
En los ojos del hombre hay una llamarada
y una reja traspasa su alma de barbecho.
El cielo azul, azul, azul, tan infinito
como el sueño en sus dedos quebrados de granito,
como el duelo en su boca, curvada de amargura.
Y sus pies en el polvo, como polvo de nada.
Surco a surco, su piel y la siembra callada.
Y el silencio más grande. Y la tierra más dura.
"Nunca el azul fué tan cálido ni el dulzor tan amargo, excelente progresión que te deja el surco de una imagen honda e inborrable".
Pepa
Josefa A. Sánchez escribió:Estío.
Una turbia coraza de sudor en el pecho,
absorbiendo el reflejo de la tierra y la azada.
Árbol de carne y sombra, labrando la alborada
para sembrar su angustia en el terrón deshecho.
Un horizonte rojo se esparce sobre el lecho
de la aurora desnuda, que nace ensangrentada.
En los ojos del hombre hay una llamarada
y una reja traspasa su alma de barbecho.
El cielo azul, azul, azul, tan infinito
como el sueño en sus dedos quebrados de granito,
como el duelo en su boca, curvada de amargura.
Y sus pies en el polvo, como polvo de nada.
Surco a surco, su piel y la siembra callada.
Y el silencio más grande. Y la tierra más dura.
Pepa